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Mirando noticias en Google Discover en el móvil, que por supuesto sabe lo que me interesa, terminé leyendo esta noticia. Un tema de actualidad gracias a que hoy, 10 de octubre, es el día mundial de la salud mental. Un día al año se me antoja escaso para este asunto, la verdad. Va sobre un filósofo coreano, y todo lo que diga un filósofo debe ser tenido en cuenta porque por lo visto, la filosofía tendrá bastante peso en el futuro, y esto tiene todo el sentido del mundo. Claramente estamos perdiendo la cabeza por muchos motivos, así que aquello que se presentaba en el instituto como una asignatura que iba sobre aprender a pensar y razonar las cosas tiene que ser por fuerza lo que nos salve de alguna manera a largo plazo, igual que tener alguna que otra tierra por ahí. Si tenéis tierras, no las vendáis. Si un abuelo vuestro tiene un terrenito por ahí perdido en un pueblo y creéis que no vale para nada, ni caso. En unas cuantas décadas, cuando las grandes corporaciones se hagan con terrenos por unos u otros métodos para sembrar sus cultivos con 5G incorporado y hacer negocios, nos acordaremos todos.

Como prefiero que leáis esto que al coreano, pues lo cuento con mis palabras, y mi retranca, que siempre hace más amena una lectura. Por dar un poco de sentido, la idea general es que la sociedad de hoy está cansada siempre, porque la idea de que subir una marcha más, de ponernos con un tema más en paralelo, de madrugar más para producir más y más pinta como la única opción posible para triunfar. Además, triunfar, crecer, prosperar, o como lo queramos llamar, se vende como lo único necesario para ser felices, y todos debemos sí o sí ser felices. Menuda paparrucha. Ya dije en su día que perseguir ideas abstractas y absolutas como la felicidad es alejarse de ese objetivo cada vez más.

Con este planteamiento, cuando hace no demasiado tiempo las personas debían hacer lo que se les ordenaba (dice el filósofo coreano), y si no, a la calle, ahora está muy extendido para mi sorpresa todo el rollo de dar una vuelta de tuerca a nosotros mismos cada poco para ser un poco mejores, más eficientes,trabajar más horas, animados por las compañías que nos meten la distorsionada idea del compromiso (esclavitud encubierta) en la cabeza. Y como la mayoría tiene estas ideas bastante asimiladas, si alguien se baja del carro, otro ocupará su lugar, con lo cual, claro, la energía no es infinita y por eso hoy en la tele hay tantísimos anuncios de pastillas «naturales» que nos ayudan, o bien a dormir porque estamos super estresados y agobiados por nuestro frenético estilo de vida, o bien, a despertarnos con energía suficiente al día siguiente para exprimirnos un poco más. O una por la noche y la otra por la mañana, claro.

Es entonces cuando nuestra cabeza está como una pastilla efervescente en un vaso de agua, y solo sabemos hablar de trabajo, porque es eso para lo que vivimos. Para mitigar esta efervescencia, en vez de bajar el ritmo y darles pan a las palomas en el parque, hay que buscar unas clases de Crossfit, o contratar un Personal Trainer, o ir al gimnasio todos los días que sea posible, y así, a base de levantar pesas o hacer series en la calle mientras los vecinos nos ven desde la ventana de sus pisos cómodamente con un café en la mano (esto lo he hecho alguna vez mirando a algún vecino corriendo calle arriba y abajo), lo que hacemos es tratar de matar nuestras frustraciones, presiones por plazos de entrega o el amargo sentimiento de una reunión de mierda (con perdón) que nos espera al día siguiente con fatiga física. Esto es para mí y para este filósofo coreano, el error. Estamos escapando de nosotros mismos. Creemos que autoexigirnos más cada día es algo transitorio, porque algún día (que no llegará nunca), llegaremos a la banderita junto al castillo como Super Mario y comeremos perdices.

Muchos de los que hoy son envidiados por tener un puesto de responsabilidad en la multinacional de turno que todo el mundo admira, se gastarán todo lo que han ganado en psicoterapia y pastillas más fuertes y caras que las que comentaba antes que se anuncian en la tele. El trabajo dignifica, como decía Kaito a Goku en cierta ocasión mientras éste reconstruía la casa del Dios que él mismo había destrozado entrenando. Pero dignifica dedicando unas horas, y siendo consciente de pequeños avances, de nuevos aprendizajes, y sabiendo que dentro de que nos pagan por nuestro tiempo, hemos sido útiles. No quemándonos como una colilla a un ritmo que ni nuestro cuerpo ni nuestra mente pueden aguantar.

La mente necesita tiempos muertos. Las mejores o peores ideas, pero ideas a fin de cuentas, que surgían en nuestra mente cuando éramos adolescentes o niños, lo hacían porque había momentos de aburrimiento. Y no sabemos aburrirnos ya. Las ideas o pensamientos se barajan en nuestra cabeza, y llegado el momento, como las bolas en los bombos de la lotería, la rueda debe parar, y las ideas se asientan, se ordenan. Se relacionan. Entonces surgen ideas. Si no dejamos descansar la mente y el cuerpo, jamás vamos a dar con una idea buena que nos entusiasme porque las bolas nunca dejan de chocar unas con otras. Las mejores ideas se me ocurren cuando no tengo demasiado sueño y simplemente divago en cama, o en la ducha.

Lo triste de todo es que, persiguiendo esta idea tan rimbombante de «convertirse en la mejor versión de uno mismo», lo que termina sucediendo es que la versión resultante es una pila de escombros muchas veces. Pensamos a veces que (volviendo a Bola de Dragón), si nos forzamos un tiempo, subiremos un nivel, nuestro pelo cambiará de color y manejaremos niveles de poder distintos, y en cierta medida se puede mejorar, pero no como los guerreros Z, desde luego.

Total, que no quiero ser plasta, pero meterse en misiones de superación personal para conseguir más, para ganar más, para tener unas vacaciones en Bali maravillosas después, puede salir caro. Es uno de esos ejemplos en los que las medidas para mejorar son más contraproducentes que el resultado esperado; entonces, más pronto que tarde, mientras creemos que el gimnasio elimina el desgaste como la gente mayor cree que comer ensalada neutraliza el churrasco, en la sociedad que tenemos a día de hoy, en la que llegar a más gente es más importante que crear algo de valor, caeremos igual que las polillas acercándose al fuego.

No pasar tiempo paseando sin música ni podcasts, o tumbado en la hierba dejando la mente divagar en libertad es el peor veneno que hay (aparte del Monster o los Yatekomo). No ver que hay en las profundidades de nuestra mente cuando no están las aguas agitadas hace que no sepamos qué leches queremos, en quiénes nos queremos convertir o quién narices somos. Al menos yo me hago a veces esas preguntas. Me da un poco de respeto y miedo el pensamiento de que el día a día me come, y mas con niños. De ver que solo hago lo que debo hacer y no lo que quiero. Y sí, hace poco he vuelto a entrenar un par de días por semana por tema de mantenimiento físico y claridad mental, y no como me pasaba hace unos años, cuando llegaba a casa hasta el gorro de aguantar a la insoportable de mi jefa y tenía que bajar a hacer algo de ejercicio de manera que la mala leche se me escapase por los poros de la piel en vez de hacerlo por la boca. En esa etapa no tenía la cabeza ni de lejos amueblada como hoy. Todavía hay cosillas que recolocar, pero nada que ver.

Diré, después de esta disertación, que no comprendo a quienes entran en la rueda (o mejor dicho, el exprimidor) para tratar de subir de nivel. Como comenté, alguna temporada aislada pasé por momentos de necesitar desahogar el mal humor con ejercicio físico, pero nunca con la intención de llegar a ser una eminencia trabajando más. Sin embargo, viendo la cantidad de pseudo-gurús que desde YouTube explican cómo llegar al máximo de nuestro potencial, me consta que tienen su público. No comprendo esta idea quizás porque he marcado algunos checks como la familia y los hijos, e incluso unas condiciones acorde y no veo la necesidad de competir con nadie por el título del empleado del mes.

Dudo mucho que dentro de cien años, en los libros de historia aparezca alguna celebridad que haya descubierto algo importante, o haya dejado alguna obra escrita aclamada por el público y que pase a la posteridad que hubiese pasado el rato trabajando para otros doce horas al día y por las noches viendo Netflix al mismo tiempo que ignora a su pareja y contesta a mensajes de Whatsapp. En este momento en el que parece que es buena idea no dejar huecos en la agenda para aprovechar la vida al máximo, amo los fines de semana en los que no hay planes. Aunque a veces, al no tener nada detrás de lo cual deba salir corriendo, surja la tentación de cubrir ese hueco mirando el móvil sin motivo, si consigo reprimir ese absurdo impulso, siempre viene a mi cabeza algo, sea genial o descartable. Ver qué hay en el fondo del recipiente cuando las aspas de la batidora se detienen es de las mejores propuestas que se me ocurren para cualquiera, porque si no, puede que el motorcillo que las mueve se sobrecaliente, empiece a oler a chamuscado y… en fin, luego hay que llamar al servicio técnico y es peor. Creo que se entiende la idea, vamos.

Feliz día de la semana en el que leas esto, y si es viernes, feliz fin de semana.

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