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Dicen que para ser buen escritor hay que, entre otras cosas, escuchar a los demás cuando vamos por ahí. Fijarse en cómo se expresan o mueven, y en sus gestos y palabras, porque de ahí puede salir la inspiración para definir a un personaje para cualquier historia. O simplemente porque lo que escuchas está interesante sin más. Pues en un viaje que acabo de hacer por trabajo dediqué un rato a escuchar. Antes de que el avión despegase, mientras leía el final de una novela en el Kindle, unas voces destacaban sobre el murmullo de los pasajeros, de un grupo de… iba a decir chicas, pero eran más bien mujeres, porque aunque la forma de hablar me hacía pensar en adolescentes de las que van a ver a Taylor Swift, las miré y en efecto, eran ya mujeres hechas y derechas en apariencia, con alguna que otra arruguilla. Y entonces, la interesantísima conversación que estaban teniendo eclipsó al clímax de la novela que estaba terminando en el Kindle. No parecía tener desperdicio, y la novela no se iba a ir a ninguna parte.

¿Verdad que ha quedado bien la intro? Parece el tráiler de una película y todo, pero sin spoilers. Diré que nunca la charleta sobre las máscaras de oxígeno y los chalecos inflables fue más inoportuna, porque me perdí algunos detalles (y en los detalles está siempre la chicha) del discurso con el que la más habladora de ellas iluminaba a sus amigas. Ya antes de subir al avión se hacían notar en la cafetería junto a la puerta de embarque, así que me sentí afortunado de sentarme cerca de ellas y disfrutar de la sesuda disertación.

El tema era que la ponente comentaba que… un momento, no sé qué hago relatando la conversación cuando puedo más o menos reproducirla:

— ¿Sabes, tía? En el fondo, soy una persona afortunada porque tengo una vida muy cómoda. Me encargué de vivir al lado de mi madre y es que es todo muy fácil. Es que ni hago de comer (risas). Y con la ropa, lo mismo. Cada vez que acumulo ropa sucia, se la llevo toda (gesto de dejar el cesto en el suelo) y ya me la devuelve limpia y planchada (risas de nuevo).

Esto ya, a mi en particular, me hacía gracia por un lado pero me daba como un poco de cosa por el otro. Yo, que no me considero alguien especialmente avispado ni que ya de muy joven se tuviese que hacer todo, a los veintimuchos años me ocupaba de hacerme la comida y lavar mi ropa, y esta mujer estaba viajando por trabajo (por otros fragmentos irrelevantes de su conversación). Esto, unido a mi distorsionada percepción de que pedir ayuda es una especie de debilidad hizo que supiese al instante que esa mujer y yo no nos llevaríamos bien en el caso de habernos conocido en alguna realidad paralela, lo cual, casualmente me lleva a la segunda parte de la conversación justo antes de que el ruido del despegue me privase de una más que interesante disertación sobre cómo ser una mujer dependiente y desempoderada (aplicable en caso de que fuese un hombre, naturalmente).

— Entonces, tía, cuando me preguntan «¿Por qué no te duran nada los tíos?», pues yo les respondo: «A ver, es que ninguno puede ahora mismo superar lo que tengo» (risas).

Claro que sí, guapi. La viva imagen de lo que hoy y de manera un poco exagerada promulgan los partidos super modernos y progresistas. La mujer que no necesita a un hombre para nada, porque eso de arrejuntarse con alguien para hacer una vida es algo del pasado y además es señal de debilidad. Pero eh, la mami no cuenta. Ella puede lavar y planchar tu ropa mientras presumes en el viaje de trabajo y al volver, ir a comer con ella unas lentejas calentitas recién servidas. Ole.

Repito, puede que esta anécdota en mi caso particular me chocase más de la cuenta, entre otras cosas porque me saldría muy caro el mismo servicio de lavandería y catering emocionalmente hablando. Pero sobre todo, un poco de vergüenza me daría, y ya de paso, decir que es lógico que los hombres (medianamente listos) no le duren. Más que nada, porque habría un tercer miembro en la relación, y ya la cosas se pueden complicar solo con dos. Evidentemente, esta mujer no estaba interesada a sus treinta y tantos (calculo a ojo, aunque soy malo calculando edades) en salir del estilo de vida de las quinceañeras que van a ver a Taylor Swift, pero con los beneficios de tener tu vivienda y tu trabajo. ¡Lo mejor de los dos mundos!

Bromas aparte, así nos va. Es la conclusión a la que siempre llego. No de manera general pero sí más de lo que debería, estamos yéndonos a un nivel de comodidad estratosférico. Luego pasa que los padres llaman a la universidad porque el «niño» tiene este u otro problema o los acompañan a las entrevistas de trabajo, y mamá (o papá, o ambos) tienen un papel siempre, lo que ocurre es que no es siempre el mismo papel tal como lo entiendo. Cuando mis hijos tengan su independencia, los ayudaré cuando ellos lo necesiten, por supuesto, pero sé que no les haría un favor si soy su asistente permanentemente. Las cosas son difíciles, pero sacarse las propias castañas del fuego es de las mejores sensaciones que hay, y de paso, la única manera de aprender.

En fin, el consejito de esta semana es que si sabéis de alguien que a su edad adulta tiene el planteamiento de que el palacio de mamá es lo mejor que hay, corred sin mirar atrás. No está en el momento vital adecuado y puede que nunca lo esté. A no ser, claro, que penséis lo mismo y queréis que la suegra os lave la ropa interior y os la deje planchada junto con la de vuestra pareja (escalofríos en la espalda), y de paso, tenerla metida en casa cada dos por tres, pasar con ella todos los fines de semana, y ya que estamos a las puertas de la Navidad, nochebuena, comida de Navidad, fin de año, año nuevo y la noche de reyes si nos ponemos. Lo que puedo afirmar con un altísimo grado de credibilidad es que las relaciones con personas como la que hoy me ha inspirado a escribir, tal como ella afirmaba, no funcionan. Por Dios santo, cada año los pajarillos que anidan en los huecos del techo en las zonas comunes del bloque en el que vivo se piran del nido para no volver nunca más. A ver si aprendemos un poquillo. Luego es cuando uno se cree que es normal que le hagan las tareas y la comida y todo es super fácil, tía, y el día que toca poner una lavadora o cortar unas cebollas, es el fin del mundo. Por eso quienes más se quejan de su miserable existencia son por lo general quienes más comodines tienen, por raro que parezca.

Vaya, la lavadora acaba de terminar, os dejo, gente.

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