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Hubo un tiempo en el que, tenía tanto tiempo libre, que podía emplear largos ratos en cacharrear con mi móvil instalando y desinstalando versiones modificadas del sistema operativo y aplicaciones con permisos de administrador. Hacía esto para tratar de aprovechar al máximo lo que Android podía ofrecer. Además, me gusta todo lo que tuviese que ver con la automatización. Intentaba, de alguna manera, minimizar el consumo de batería, y que, basándose en ciertas condiciones, los ajustes se fuesen modificando de manera automática. Es lo que hoy, con total seguridad, se metería en el saco de la Inteligencia Artificial. Porque hoy, todo lo que implique aplicaciones que hacen cosas, es IA.

Usaba una aplicación, de las pocas que he comprado en mi vida, y que todavía uso. Se llama Tasker, y la verdad es que hace de todo. Sobre todo con permisos de administrador. En esencia, lo que hace es ejecutar instrucciones de manera autónoma mediante perfiles.

Cada uno de los perfiles incluye una serie de condiciones que se deben cumplir, y cuando era el caso, se ejecuta una serie de acciones. Estas condiciones pueden ser de todo tipo. De hora, de día de la semana, cuando se abre una aplicación, cuando la orientación del dispositivo es una en específico, cuando el sensor de proximidad se activa, o hay un determinado nivel de luz en el ambiente, entre muchas otras. Y por supuesto, el catálogo de acciones a ejecutar es casi infinito, y se puede complicar lo que uno quiera. Hasta se puede automatizar el envío de mensajes, y tocar cualquier ajuste prácticamente.

Al final, conseguí no tener que modificar los ajustes de Wifi, red móvil, bluetooth, vibración, o cualquier otra cosa que de normal tuviese que tocar durante el día, porque cuando se daban las condiciones, ya se cambiaba todo sin tener que hacer nada. Traté de meter cada vez más mecanismos de control para que todo fuese mejor, pensando que conseguiría optimizar recursos y alargar la batería de mi móvil. Pero me equivocaba. Terminé por darme cuenta de que al haber puesto a trabajar tantos procesos que monitorizaban el dispositivo para detectar condiciones bajo las cuales ejecutar tareas, las comprobaciones estaban ya consumiendo la batería que me podría estar ahorrando con las automatizaciones. Las gallinas que entran por las que salen, vamos.

Puede que alguien se esté preguntando de qué va todo esto hoy. Quiero que, habiendo quedado claro el resultado de mi experimento, seamos conscientes de que ese mismo escenario, se da cada día en muchos entornos laborales. En el mío actualmente, se da. Y como lo tengo fresco, es el mejor momento para hablar de ello.

El control sale caro

Si mi móvil representase a una empresa o proyecto, cada uno de los perfiles encargados de controlar ciertos aspectos, representaría a alguien perteneciente a la capa de gestión encargado de que otras personas hagan su trabajo, pero más importante, que los números salgan bonitos en un cuadro de mandos. Normalmente en Excel.

Como decía mi abuela, cuesta abajo, todos los santos ayudan. Si no hay que pedalear, todo es felicidad. Pero cuando se echa más leña y todo se complica, casi siempre se tira por una solución comodín: meter más reuniones. Es el inicio del seguimiento del seguimiento.

Iré al grano. Cuando los números no son los esperados, empiezan los nervios. En los seguimientos de las altas esferas se reparte estopa. Se estruja un poco más al proveedor, que estando carente en muchos casos del tan necesario contexto de negocio, está para arreglar cosas de las que muchas veces no sabe por dónde empezar a tirar del hilo. Tras pasar las capas necesarias, al llegar al lugar donde la gente trabaja, en una de esas reuniones diarias o sesiones con el equipo, alguien dice: Vamos a cambiar la operativa un poco, porque la cosa no está yendo bien.

Quiero dejar claro que esto es un caso basado en hechos reales. Qué coño, es un caso real. Los cambios resultaron ser que en vez de reunirnos el equipo una vez al día, lo haríamos tres veces, en tres sesiones de media hora, que al final son tres sesiones de una hora casi. Esto nos quita gran parte del día para currar, pero oye, estamos más encima de la gente y podemos rellenar más líneas con actualizaciones de estados que dicen cosas como «seguimos trabajando en ello».

Y cuando digo que el control sale caro, no es por tener más reuniones, ni por el coste por hora de alguien como yo. Lo digo porque las tensiones hacen que a estas sesiones asistan más responsables que gente estamos trabajando, para transmitir unos ánimos con un poquito de tensión disimulada. En caso de hacer el cálculo, esas serían las horas caras.

El miedo ralentiza

Estoy seguro de que mencioné algo que tiene que ver con esta idea. Fue cuando hablé de la recompensa negativa. La necesidad impuesta de alcanzar ciertos niveles de eficiencia, a veces con impedimentos burocráticos del propio cliente (el interesado), hace que las cabezas pensantes se conviertan en cabezas ardientes. Se genera entonces una más que palpable tensión que hace que, por todos los medios, se trate de aliviar implantando los ineficientes mecanismos de control y vigilancia mencionados más arriba, muy cercanos a la detestable microgestión. El origen es, como no puede ser de otra manera, el miedo. Miedo a perder un jugoso variable por objetivos de los que no dispone la gente que se dedica sacar trabajo, a recibir otra regañina de algún mandamás del cliente, o de perder el proyecto, ya puestos a imaginar escenarios apocalípticos.

El miedo es algo intangible, que genera la necesidad de perseguir mayor eficiencia, o productividad. Esto es intangible también. Y como dije en su momento, es algo cuyo origen y fin último está en nuestra cabeza. Por este motivo, estimado lector, el círculo vicioso que lleva a querer controlar más para producir más, hace que las reuniones mal llamadas ejecutivas se alarguen más del doble de lo planificado. Hace que haya personas escuchando la chapa de otros en vez de estar sacando algo de provecho. Pero, sobre todo, hace que haya que rellenar más herramientas de gestión para rendir cuentas de nuevas e imaginativas maneras, y quede mucho menos tiempo efectivo para trabajar.

Voy a dar cifras. Cuando la cosa está tensa, no es raro que tres de las ocho horas teóricas de trabajo se vayan en rendir cuentas. Es una puñetera barbaridad. Además, todos sabemos que las horas efectivas en las que producimos de verdad siempre son menos que las teóricas. Que alguien me explique cómo, en esta tesitura, se va a mejorar algo que va mal. Irá peor, sin duda.

Resumen, que es una de estas situaciones en las que parece que corramos hacia adelante, pero la cinta en la que estamos subidos vaya más rápido cuanto más corramos, y a más velocidad, más retrocedemos. Por supuesto, la única forma de plantear esta situación para que todo fuese mejor sería pasarnos por el forro la jornada de ocho horas. Cosa que no voy a hacer. Y ya no solo porque tenga hijos que me importen más que cualquier proyecto, sino porque los agobios del trabajo atocinan la cabeza cosa fina, y eso mermaría mis preciadas y necesarias aptitudes creativas.

El lado positivo

No estamos aquí solo para hacer una sarcástica reflexión de las operativas de dudosa eficacia que quienes han decidido dedicar su tiempo a la gestión de equipos terminan por implantar, en un vano intento de mejorar las cosas. Todo tiene una parte positiva. Absolutamente todo.

Cada vez que uno de estos largos seguimientos termina, los mayores se van con sus celdas de Excel rellenas con las explicaciones pertinentes. De esa reunión saltan a otra, que a lo mejor es interna y está destinada a ponerlo todo más bonito. Luego toca reunirse con el cliente en distintos foros y con distintos actores, que pueden tener más o menos peso, y esos datos recopilados en el seguimiento y maquetados en el otro seguimiento se van al siguiente seguimiento. Luego ya se hace el camino de vuelta con alabanzas o con collejas, dependiendo del humor de los asistentes o la calidad de las explicaciones.

Mientras todo esto sucede, los que nos dedicamos a picar piedra (y a mucha honra), tenemos tiempo para trabajar. Encima, menos del habitual, porque en cosa de dos horas tocará el siguiente seguimiento, y vuelta a empezar. Con esto, diría que pocas desventajas hay. No vamos a estar enfrascados demasiadas horas en algo porque, como he dicho, cada poco toca reportar. Nuestra cabeza no se saturará. Y encima, lo mismo que se comenta en el seguimiento de última hora del día es lo mismo que se comentará en el de primera hora del día siguiente.

No sé si de mis palabras alguien podrá leer entre líneas y deducir que no tengo mucha fe en los mandos intermedios. Si es el caso, enhorabuena, porque es la pura verdad. Sin embargo, sigo conociendo a algunos que no son víctimas del fantasma de las Navidades futuras, que ha venido a decirle que si no mete en cintura a su gente y controla sus acciones hasta el extremo, algo malo pasará. De todas maneras, no tengo inconveniente con el planteamiento del seguimiento del seguimiento. Me simplifica bastante la vida. Tres horas para dar explicaciones, una para rellenar las necesarias imputaciones detalladas para que todo cuadre perfecto, y bueno, cuatro para hacer trabajo de verdad.

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