Tiempo de lectura: 6 minutos
Escucha este artículo
5
(3)

Durante la semana que he estado de vacaciones, o mejor dicho, en un período de unos días durante los que no he trabajado, he tenido tiempo de refrescar un poco mi mente. He podido rescatar ideas que tenía guardadas Dios sabe dónde, y que han subido a la palestra nuevamente. Además, quería dejar de comentar la infinidad de temas que me brinda mi profesión (que pienso seguir haciendo), y volver a temas más filosóficos, que estoy seguro de que, a cualquiera que lea estas líneas, se le habrá pasado por la cabeza alguna vez.

Dejar ir no suena, en principio, demasiado bien, pero es importante saber hacerlo. Casi todo lo que pasa por nosotros es temporal. Y de la misma manera, cuando pasamos por la vida de alguien, es probable que seamos temporales también. Habrá momentos en los que habrá que decir adiós a algo o a alguien, o ese algo o alguien nos los lo dirá a nosotros. A menor escala, muchas veces, decidimos pegarle un bocado a ciertos problemas o temas no resueltos, como un perro a un hueso, creyendo que debemos hacer justicia y nivelar de nuevo la balanza. En ambos casos, pienso que va relacionado con una necesidad de seguridad. Tener a mano lo que necesitamos, o a quien necesitamos. Saber que nuestro honor no ha sido mancillado. Tener todo en su sitio.

He pensado mucho en esto, y después de haber experimentado, me he dado cuenta de que es muy necesario estar preparados para desprendernos de cosas, o personas, o de no darle importancia a asuntos que están aparentemente abiertos.

Me recuerda a algo de lo que me acuerdo mucho en cualquiera de mis proyectos profesionales. Cuando se implanta una nueva funcionalidad, todo el mundo se preocupa de cómo hacer el camino sencillo. Primero pulsas aquí, luego seleccionas lo otro, y luego pulsas en aceptar. Y listo. Pues listo no. Hay veces que lo que se hace, hay que saber deshacerlo. Tan importante es saber hacer algo como deshacerlo. Luego los proyectos arrancan y como siempre pasa, se hacen muchas cosas mal (normal), y nadie sabe cómo deshacer.

Estamos acostumbrados a recoger, a coleccionar, a ganar. Pero no siempre conseguir algo es sinónimo de prosperidad, y no siempre dejar ir significa un fracaso. Las abuelas (o la mayoría), ejemplifican esta idea bastante bien. Guardan todo en cajones, no salen de sus dos o tres hábitos, le sueltan unos billetes a sus nietos en las celebraciones, y no les gustan los cambios. Y sienten mucho las pérdidas. Obviamente, hay cosas que son difíciles de superar, no lo voy a negar. Pero guardar en alguna parte de nuestra consciencia un recordatorio de que lo que viene se va, y también, que no todo debe terminar resuelto según nuestro sentido de la justicia, resulta útil en depende qué momentos.

Por qué nos cuesta soltar

La rutina puede tener mucho que ver con este aspecto. Por regla general, los cambios suelen costar. ¿Qué sucede si tenemos una larga relación con alguien, y resulta que nos damos cuenta de que ese alguien no nos conviene en absoluto, o se comporta de una manera que nos genera malestar? Este caso creo que aúna un poco el hecho de tener asuntos pendientes con alguien, y de cortar algo que tiene ya su antigüedad.

Quien me haya leído anteriormente, algo sabrá. Y quien me conozca, lo sabrá mejor. Supongamos que esta persona a la que me refiero, es una madre. Pocos ejemplos se me pueden ocurrir que sean más complejos que este. No me meteré en detalles porque no es el punto de este artículo, pero la puesta en escena es esta: La persona que te ha criado desde pequeño, que te ha cambiado pañales y dado papilla, resulta que piensa que sus hijos tienen siempre quince años y pueden moverlos como si una marioneta se tratase. Siempre tocando las narices en momentos importantes, y con la necesidad imperiosa de ser el bebé en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el entierro.

En fin, sobran los detalles. Ha habido situaciones en las que ciertas actitudes eran no solo un insulto a la inteligencia, sino una falta de respeto, con mentiras, engaños, tretas y todas esas palabras feas. Pues estas situaciones son las que van sumando a ese saco de cosas que todos pensamos que hay que compensar, haciendo justicia. Esta situación llegó a un punto en el que ya hubo que pensar seriamente en tomar medidas. Y las soluciones eran bastante limitadas. O seguir el juego, dinamitando con total seguridad mi vida personal, autoestima y salud mental, o cortar por lo sano, visitar a mi psicóloga una temporada, y regresar a casa después de la guerra, sano y salvo.

El punto de la dificultad de dejar ir, por sintetizar, es bastante obvio en este caso. ¿Cómo una relación tan cercana puede ser nociva? Eso genera una sensación un poco amarga, porque internamente no somos capaces de ver las cosas de manera objetiva. Existe el factor emocional, que juega un papel un poco inoportuno, pero obvio. Nos hace intentar racionalizar las cosas que no son lógicas, o que van en contra de lo que creemos que debería suceder. Aparece entonces un pensamiento que nos dice: Si ahora corto esta cuerda, ¿me caeré al vacío? A menor escala, y volviendo al tema abuelos, es lo que mi abuela materna sentía cuando le sugeríamos que actualizase su cocina de gas para no tener que subir la bombona de butano por las escaleras, o tirase con su vieja sartén, ya sin capa de teflón.

Las bondades de cortar por lo sano

Ahora llega lo bonito. Las buenas noticias. Referenciando al caso del apartado anterior, no haber tomado el camino de cortar por lo sano, con total seguridad me hubiese mermado como persona. Hubiese mantenido cierta «integridad familiar», si lo queremos llamar así. Pero, ¿a costa de qué? ¿De seguir pisoteando mi autoestima? ¿De no hacer lo que me diese la gana, o hacerlo con cierto temor para evitar malas caras? Si la decisión es susto o muerte, entonces va a ser muerte.

Por un lado, tenemos el tema de la mochila llena de malos tragos para los cuales no se ha hecho nada al respecto para compensarlos. Pero hay que preguntarse si esto es necesario o no. ¿Acaso alguien nos va a juzgar tras nuestra muerte revisando todo lo que hemos dejado abierto? Pues no. Todo eso queda en nosotros mismos. Después de mucho tiempo rumiando el tema, pensé que lo mejor sería marcar todo como resuelto. Como si nada hubiera pasado. Pero ese acto no estaba pensado para agradar a nadie más que a mí mismo. Para dejar a mi cabeza descansar y dejar ir todo, sin importar que hubiese muchos asuntos en curso.

Por otro lado, tenemos el asunto de dejar atrás a alguien. De sacarlo del círculo de confianza, o como le queramos llamar. No de tomar cierta distancia, limitar las comunicaciones o cosas del palo. Hablo de soltar lastre. No tener una cuerda larga donde al otro extremo está la otra persona. Hablo de cortar la cuerda. No es algo que crea que se debe hacer a menudo. Es una medida muy extrema, pero a medio-largo plazo es una auténtica liberación. Creo que no hay nada que se debiese interponer entre uno mismo y lo que quiera hacer, y más aún siendo adulto y con familia, lo cual sí debe ser la prioridad absoluta. Sintiéndolo mucho, el resto del mundo va a tener un nivel de prioridad inferior, y si no lo acepta, pues mala suerte.

Pienso de verdad que muchas veces, el sentirse arropado por quien ha estado siempre con nosotros suena de lo más normal. Pero somos seres complicados. Siempre habrá quien necesite alimentarse de la energía ajena para poder alimentar su ego, o habrá quien suponga una piedra en el camino. Pienso también que no es lo mismo que nos haya llegado un recibo por equivocación, cosa que no debe ser ignorada, y es fácilmente resoluble, que pretender darle en las narices a todo el mundo cuando nos hayan tocado la moral. Este segundo caso, como comenté, pertenece al mundo de lo mental, y en este terreno, más, significa menos.

Dejar ir no quiere decir perder el honor. Quiere decir centrarnos en lo importante. El tiempo que estamos elucubrando un plan de venganza, es tiempo perdido. Ya lo dicen en las películas cuando el protagonista quiere cargarse al asesino de quien quiera vengar. Alguien sabio, a quien ignora, le dice siempre «Lo matarás, pero luego, ¿qué harás?». El cine casi siempre tiene la respuesta para todo.

Con las personas pasa lo mismo. Hay un estudio por ahí acerca de lo que las personas en cuidados paliativos mencionan acerca de sus arrepentimientos durante su vida. En el podio siempre está el no haber decidido las cosas pensando en uno mismo, y haberse preocupado por agradar a los demás. Espero no estar nunca en cuidados paliativos, pero si lo estoy algún día, al menos espero no decir lo mismo. Ir por ahí agradando a los demás es una pérdida de tiempo y energía. ¿Tratar de contentar a alguien anteponiendo eso a los planes de uno mismo? No, gracias. Y si hay que elegir entre este plan o dejar ir, entonces, habrá que dejar ir.

Nos vemos otro día.

Valora este artículo

Promedio de puntuación 5 / 5. Recuento de votos: 3

No hay valoraciones todavía. Sé el primero en puntuar.