Llamadme loco, pero estoy convencido (aunque no puedo demostrarlo) de que no todo se reduce a lo material. No todo son átomos que se juntan con otros átomos, que terminan por conformar lo que vemos y tocamos cada día. No creo que los pensamientos o los sueños sean simplemente reacciones químicas que ocurren en nuestro cerebro. O que nuestra manera de ser sea simplemente una consecuencia de una configuración cerebral aleatoria. Creo que lo material va asociado a algo no material. Bajo esta premisa, puede parecer que el título no tiene sentido. «Las cosas con alma» implicaría que hay cosas que no la tienen. Debería ser algo como «Las cosas con alma de verdad», o un título similar. Creo que todo se entenderá al final algo mejor.
Tortilla de patatas envasada
No tengo pruebas para lo que voy a afirmar, pero pienso que, cuando alguien hace algo mucho tiempo, y con ganas, termina aplicando su esencia al resultado. Como la masa madre del pan. Eso que se puso de moda en su día cuando nos mentían a la cara afirmando que ese pan industrial que hace una máquina y al que le echan por encima un poco de harina para que parezca más rústico, y con un envase con tonos apagados, era algo artesano de verdad. Sin mencionar los químicos, claro. Pero oye, tampoco me voy a pasar de escrupuloso. Me gusta ir de vez en cuando a la hamburguesería de la M amarilla o a la del monarca, y eso es lo menos artesano que hay, aun realizando el ensamblaje final un amable empleado.
Masa madre es algo que ya suena a que tiene fundamento. No es algo que te vayan a vender en un anuncio de televisión como que es lo mejor del mundo. No, porque no es algo inmediato, y hoy lo inmediato es lo importante. La masa madre requiere conseguir primero, harina integral, a poder ser, en la panadería, y no todas tienen o la venden. Luego hay que meter en un bote una cantidad de harina y agua equivalentes en peso y remover. Al día siguiente quitar un poco y añadir otro poco en igual proporción, y así hasta cinco días. Como resultado, se obtiene una mezcla burbujeante llena de bacterias que usaremos en vez de las levaduras en polvo clásicas para fermentar la masa de pan, en cuya receta no me meteré hoy.
Hacer esta masa madre da trabajo, y encima hay que mantenerla. Pero el pan que se hace con ella no solo tiene una pinta cojonuda, sino que aguanta muchos días sin ponerse como una piedra. No como esas baguettes de 40 céntimos que en el minuto 1 son gloria, y a las dos horas son chicle puro. La masa madre es un ejemplo claro de algo que contiene el alma de quien la hace. En panaderías que llevan abiertas generaciones, es normal que sea la misma desde que se abrió la panadería. Evidentemente, siendo renovada cada día. Eso sí que tiene esencia.
Alguien se podrá preguntar qué tiene esto que ver con la tortilla envasada. Pues con la tortilla de patatas pasa un poco lo mismo que con la masa madre. Tardo como una hora en hacerla cada domingo (la que sale en la imagen es mía), pero diría que tras años haciéndola, algo de alma tiene. Es de mis comidas favoritas, y creo que la de muchos. Pero ante esta maravilla gastronómica, ha surgido un antagonista, un villano que representa una versión descafeinada y vulgar de lo que la tortilla de patatas debe representar: la tortilla de patatas envasada.
Cada vez que veo semejante falta de respeto por la receta de la tortilla de patatas (y encima sin cebolla), me pregunto de qué manera puede compensar tal cosa. Lo peor es que hay quien la considera una maravilla. Hace un par de años, en unos de los múltiples cumpleaños infantiles a los que asistí, había tortilla de esta, y me armé de valor para probarla. Después de todo, por voluntad propia no la iba a comprar, y era el momento de sentenciar de una vez por todas si ese artículo merece estar en un lineal de supermercado. El diagnóstico final es: ni rastro de alma. Ni gracia, sabor, o huevo de verdad.
Casos como la mencionada tortilla envasada, que publicita un conocido cómico y que afirma, es la favorita de los jugadores de la selección española de fútbol, hay muchos. Además, no sé quién se va a creer que un tío que cobra millones, va a ir al Carrefour a comprar una pseudo-tortilla sin gracia cuando pueden tener un cocinero en casa para hacerle unas de verdad. Algunos de estos casos en el terreno culinario son las pizzas de 3 euros envasadas, los fideos YateKomo, esas paellas que son calentar y listo, y un largo etcétera de artículos que pretenden hacernos la vida más fácil, a costa de llenar nuestro organismo de químicos.
La comodidad es el enemigo
En la etapa pre-paternidad, acostumbraba a invitar a mi piso a los colegas para celebrar mi cumpleaños. Aquel piso no es especialmente grande, aunque muy apañado. Son 65 metros cuadrados, pero el salón es razonablemente amplio. El récord de asistencia, si no me falla la memoria, fueron 12 invitados. Hubo que poner todas las baldas en la mesa extensible y hacer encaje de bolillos con el sofá, las sillas del comedor, las de la cocina y las de la terraza para acomodar a todo el mundo.
Cuando llegaba la hora de preparar el menú para la cena, como el que cocina en casa soy yo, pues siempre se me daba por preparar la comida yo. Cosas como tortilla, pizzas o incluso un año, focaccia como esa que ponen en el Tagliatella, que se llama «pan de la casa». La verdad es que en el ciclo de cumpleaños de los colegas, algunos no se complicaban la vida y pedían algo hecho, lo cual, sin duda, ahorra tiempo, y lo comprendo perfectamente. Pero se ve que me gusta terminar los cumpleaños por los suelos de cansancio, porque la tarde previa a la fiesta, mi cocina parecía la de una abuela que prepara la cena de nochebuena. Con la salvedad de que yo estaba unas horas, y las abuelas están ya pelando gambas 24 horas antes, poco menos.
En ocasiones como estas, siempre hay quien me pregunta por qué me complico la vida. Y la respuesta, que siempre hace reir a la otra persona es, que lo que compras hecho no tiene alma. Bueno, tampoco es blanco o negro. Comprar comida casera de verdad tiene cierto grado de alma. Creo que la idea se entiende. Además, no siendo algo que se hace cada día, no me voy a morir por tener la cocina patas arriba una vez al año.
¿Por qué, si no, el cocido que se ha estado haciendo a fuego lento durante horas está de muerte? Pues porque se hace con calma. Se hace con tiempo. Y con alma. Ahora se nos vende que se pueden tener cosas maravillosas o deliciosas en pocos minutos, o segundos y sin esfuerzo. Se promueve demasiado la comodidad. Perder el hábito de hacer algo paso a paso para llegar a algo bueno de verdad está en vías de extinción. ¿Pensar en, durante meses ir regulando lo que comemos y cuánto nos movemos para perder peso? Uf, no. A la semana, ya, comiendo churrasco a las 11 de la noche, que me da ansiedad. En lugar de eso, puedo consultar a algún gurú en internet que me explicará la dieta de moda con movidas detox para perder 10 kilos en dos semanas.
Lo que quiero decir con esto es que las cosas con alma son aquellas que se han hecho con ganas. Y son duraderas. En tiempos, cuando era pequeño y conocía a gente en vacaciones, luego nos enviábamos cartas escritas a mano. Esas cartas estaban escritas con la mano del remitente. El Whatsapp esá muy bien, pero lo que se hace a mano tiene algo distinto. Llamadme romántico, me da igual.
Es por esto que, por muy tentador que sea gastar unas pocas monedas en una pizza Casa Tarradellas o equivalente, un YateKomo (que se parece a la comida japonesa como un huevo a una castaña), o queramos seguir un programa de pérdida de peso rápido para fracasar en el intento de presumir de abdominales en la piscina, hay que recordar que lo que más valor tiene, y más va a durar, como ese pan hecho con masa madre en la panera tres días después, es lo que se hace con tiempo y ganas, dejando rastro de nuestra esencia.
Chao!





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