Hace casi dos años, todavía no sé muy bien por qué, se me metió en la cabeza la idea de crear algo con mis palabras que pudiese compartir con el mundo. Y ese algo llegó en dos sabores. Uno de ellos era un blog. Y eso sucedió, como ya mencioné en este post, en forma de un blog que decidí reemplazar por el que estáis leyendo, por motivos que ya he comentado en el mencionado post. Y el objetivo no era otro que no fuera compartir lo que me gusta, lo que no, o mis pensamientos acerca de temas relacionados con el estilo de vida, psicología, paternidad, entretenimiento, o lo que fuera surgiendo, contando con poder conectar con cualquiera a quien mis palabras resultasen interesantes. Esta era la parte que podríamos llamar fácil.
El lado complicado surgió cuando, tras descubrir a mis treinta y ocho años que me gustaba leer ciencia ficción, pensé que si alguien era capaz de poner en papel ciento veinte mil palabras en forma de una atrapante historia, yo podría también. Esta idea fue alimentada también por el hecho de que en 2022, cuando trabajaba para una startup, tenía a mi disposición un dinero para gastar en libros o cursos. Y como no dispongo de tiempo para cursos, y dispuse de esa bolsa de dinero a mediados de diciembre, tenía dos semanas para comprar libros con los mil euros de los que disponía. Menuda locura fue aquello. Dos semanas recibiendo cajas con libros. Sin duda un dinero bien empleado, y encima no era mío.
En este punto tenía dos de tres ingredientes necesarios para ponerme manos a la obra. Tenía la motivación, y libros para entender como los profesionales crean historias, pero me faltaba el cómo orquestar todo para crear capítulos de algo que fuese consistente y mantuviese al lector atrapado en cada página y preguntándose que ocurriría a continuación. Y para no alargar mucho esta ya de por sí extensa introducción, diré que pasé por varias fases en esta aventura. La primera fue leer libros de cómo hacer libros. Todo muy técnico, con detalles de cada uno de los elementos que una historia debe tener. Demasiado apabullante. Luego terminé por ver los vídeos en YouTube de ponencias de Brandon Sanderson, confiando en que fuera algo más práctico, pero era un poco lo mismo, aunque más ameno. Hasta que llegó el momento en el que reduje todo a lo más básico, el elemento sin el cual no podría hacer nada: una buena idea de historia. Y para conseguir dar con una buena idea, hace falta algo que es todo lo contrario a técnico: creatividad.
Buscando en uno mismo
En mi caso particular, muchas veces me enredo en mí mismo tratando de buscar soluciones a problemas, y en materia de intentar aspirar a ser escritor novel, estaba llegando a ese punto. Consejos por todas partes, donde cada cual ponía el foco en algo distinto, y puedo asegurar que pensar en una historia es algo de lo más frustrante. Fue entonces cuando mis indagaciones empezaron a ir por otras vías distintas. Nada de rollos técnicos. Llamadme loco pero todo empezó a cambiar cuando leí el libro «El acto creativo» de Rick Rubin. Si, ese productor musical tan famoso que no sabe tocar instrumentos pero sabe percibir lo que tiene potencial o no. Y claro está que algo sabrá hacer bien cuando ha producido tal cantidad de trabajos de artistas tan variopintos. Pues bien, el resumen que puedo hacer de su libro es que (y ahora es cuando todo se vuelve un poco hippie), el universo está constantemente enviándonos señales o ideas, y nosotros debemos estar predispuestos a recibir todo lo que se nos ofrece. Y encima, no vale con dejarlo para otro momento, porque lo que te ofrece hoy, no es lo mismo que te ofrecerá en cinco minutos, o en dos días. Lo que no se capta, se pierde para siempre. Naturalmente, hay partes del libro que hacen mención a temas de meditación como una vía muy recomendable para tener tu mente dispuesta y con la antena encendida para captar lo que sea que el universo nos lance. Y con esto estoy de acuerdo. Más allá de la idea de meditar en la que podemos pensar que es un acto para alcanzar el Nirvana, o un estado superior de consciencia y todas esas paparruchas, meditar no es más que eliminar el ruido al que estamos expuestos constantemente en nuestra cómoda vida moderna. Limpiar nuestra mente de miedos irracionales y poner el foco en lo que sucede ahora mismo, olvidándonos de potenciales problemas que en mayor parte no sucederán jamás, y que solo hacen consumir nuestros recursos mentales de manera innecesaria. Es lo mismo que cuando una aplicación en nuestro equipo hace que la memoria o el procesador estén al cien por cien y nada más funcione, y en ese momento abrimos el administrador de tareas para forzar el cierre y recuperar nuestros recursos. Eso es lo que hacemos al meditar, y aunque casi siempre me olvido, y eso está mal, cuando me acuerdo, se nota. El día empieza de otra manera.
Además del libro de Rick Rubin, hay otro consejo que escuché de Neil Gaiman, en un vídeo de Masterclass, en el que explicaba qué era lo más importante para crear historias. Y no era otra cosa que ser honesto con uno mismo, siendo capaz de conocerse a uno mismo y escribir acerca de esas emociones sobre las cuales tenemos cierto conocimiento. Tras buscar consejo en todas partes, resulta que para poder llegar a perfilar una buena historia, había que buscar dentro de tí, en vez de fuera. La pregunta era, cómo hacer tal cosa. Y la respuesta es dedicar tiempo a rascar en las experiencias que tenemos. En lo que hemos hecho, en quiénes hemos conocido, en cómo era nuestra relación con personas cercanas a nosotros, o cómo era nuestra niñez. Cómo veíamos el mundo entonces es algo que solemos tener olvidado, pero que guarda nuestra esencia más pura. Toda esa esencia, está ahora cubierta por capas y más capas de responsabilidades, estrés, ansiedad, tareas pendientes, el feed de YouTube diciéndonos que hay nuevo material, el chat de Whatsapp y mil cosas más. Para poder llegar a nuestra creatividad hay que atravesar todas esas capas, así que toca hacer limpieza.
La kriptonita de la imaginación
Nuestra mente necesita variedad. Hacer cosas distintas. Y no forzarla constantemente. Pensemos que es un músculo. Lo efectivo es alternar ejercicios con descansos, permitiendo que mientras descansemos, los efectos de las rutinas de ejercicios se sigan aplicando sobre nosotros, y al mismo tiempo, nuestro cuerpo se recuperará, y podremos volver a hacer más ejercicio con toda la motivación del mundo. Supongamos que en lugar de hacer ejercicio cuando queramos y de manera variada, alguien nos presionase para hacer un par de ejercicios solamente. Eso generaría estrés, y forzaría parte de nuestro cuerpo, provocando efectos no deseados.
Nada de esto debería suceder en nuestro día a día con nada, aunque esto es quizás una utopía. Todos estamos expuestos a cosas que nos preocupan, o estresan, o agobian, o lidiamos con personas que no nos hace bien, o tenemos un jefe (de los que no saben serlo) que nos obliga a hacer cosas que sabemos que no tienen mucho sentido, o tenemos ese conflicto familiar que nos ronda la cabeza. No podemos eliminar todo eso de un plumazo, pero la realidad es que, si tienes la misión de llevar a cabo un proyecto que requiera de tus capacidades artísticas, esto es, que haga uso de tu creatividad, es casi seguro que estarán totalmente anuladas.
Tener espacio en nuestra mente es la clave de todo. Más que nunca, menos es más. Como comenté, en el caso particular de escribir un libro, hay que idear un personaje principal, a quien le preocupa algo, que quiere conseguir algo y habrá una serie de problemas por el camino. ¿De dónde vamos a sacar toda esa información? De nosotros mismos. Si tenemos experiencias personales que se puedan aplicar, por ejemplo, con ir a vivir a otro país, tendremos frescas las emociones relacionadas con esa experiencia en concreto, y muchos detalles interesantes. Ese podría ser un buen ingrediente para añadir en nuestra historia. Incluso se puede hacer uso de emociones que nadie quiere experimentar. Si sentimos ansiedad por algo, podemos plasmar todas esas emociones en algún personaje, o el protagonista, y de esta manera le damos la vuelta a la tortilla, convirtiendo algo negativo en parte de nuestra obra. Y para poder rascar en nuestras propias experiencias, necesitamos foco, y no perder el tiempo rumiando pensamientos que no nos van a llevar a ninguna parte. Toda esa capacidad debe estar libre para poder usarla en nuestro beneficio.
Pero no solo este tipo de preocupaciones son las que debemos evitar. Otra pata importante es tener confianza en uno mismo. En esto, tengo todavía trabajo por hacer, pero diría que estoy haciendo progresos. Aquí se incluye tener una visión positiva, no compararnos con otras personas, y no ser excesivamente perfeccionista por poner varios ejemplos. Estas tendencias lo que hacen es ponernos bloqueos a nosotros mismos. Un peso en el tobillo si tenemos que correr nuestra maratón. Porque eso es lo que es cualquier proceso creativo. Una carrera de fondo. Todo lo contrario a lo que se suele buscar ahora, que es la gratificación instantánea. Pero debemos saber que cualquier genialidad ha sido, sin duda, el resultado de un proceso largo y creativo, y fruto de una mente despejada, que pudiese volar, y combinar elementos de una manera única, dando como resultado un cuadro, un libro, una escultura, o para mencionar aspectos más mundanos, una imaginativa resolución de un conflicto.
Recomendaciones personales
Para poner todo más complicado, he de confesar que, hasta el proceso de adaptación de nuestra mente para funcionar en modo creativo, lleva su tiempo. Y más cuando al final del día casi debes tiempo al universo. En el momento de escribir este post, vivo con mi mujer y mis dos hijos, tengo un trabajo que aún siendo remoto, me ocupa holgadamente mis ocho horas al día. Sobre esto de las ocho horas prometo hablar en un futuro cercano. Total, que no voy a decir que sea la situación más adversa del mundo. No tengo problemas de salud ni nadie de los míos, así que por eso doy gracias. Pero, objetivamente, no hay mucho margen para dejar volar la mente y que se me ocurran ideas elocuentes y originales para las dos historias que tengo en mente y que naturalmente están difusas y carentes del detalle que necesita una buena historia. Con todo esto, puedo decir abiertamente que tengo cierto grado de experiencia en buscar tiempo donde no lo hay. De rascar por la mañana, por la noche, algún viernes después de cerrar el portátil con el cerrebro reblandecido por las presiones de la semana, o cuando tengo que coger un medio de transporte. Por todo esto, vamos allá con el cierre de este post, de la mejor manera que se me ocurre, que es con consejos prácticos y que a mí me suelen funcionar. Espero que a ti también.
Aceptar los días poco productivos
Quizás por el auge en los últimos años de los gurús de la productividad, es que a veces pensamos que siguiendo una serie de consejos, podremos terminar el día habiendo sacado una cantidad inimaginable de temas pendientes. En este saco podemos meter temas de nuestro trabajo, pero también de nuestro proyecto creativo, para el cual nos cuesta tanto sacar tiempo de calidad. Por lo menos a mi. Estos consejos hay que cogerlos un poco con pinzas, sinceramente. Si vives solo y no tienes otra cosa que hacer que poner todo tu foco en poner tu mente en modo láser, apuntando a aquello que quieras avanzar, está muy bien. Pero como tengas otras personas con las que interactuar, o famila de quien preocuparte, el nivel de imprevisibilidad que añade a todo es tan alto, que intentar poner fronteras para proteger esas jornadas de concentración no vale de mucho. Ni siquiera el mítico consejo de levantarse a las 5, tomar tu zumo detox, correr 20 minutos, hacer meditación o yoga, o lo que toque, y luego tomarte un café junto a la ventana mientras escribes tu siguiente best seller. Sobre todo este consejo me parece, al menos a mí, poco práctico. De acuerdo que hay celebridades que madrugan, pero habrá otras tantas que dejan descansar a su cuerpo, y de esos casos no se habla tanto.
En mi caso, los momentos destinados a mis proyectos personales, son bastante improvisados a veces, excepto las mañanas. Algo sí que madrugo, aprovechando ratos mientras los pequeños de la casa siguen en el mundo de los sueños. Pero teniendo más o menos tiempo, hay bastantes días que no se me ocurre nada que escribir, o es de dudosa calidad, y termino por borrarlo, y pasa hora y media y habiendo hecho el esfuerzo de madrugar, pienso que podía haberme quedado en cama plácidamente porque hubiese sido un tiempo mejor empleado. Y es entonces cuando empieza el día con su habitual locura de los desayunos, cole, trabajo, etc. En medio de esa locura, mi cabeza a veces se va a pensar cosas como: «No sé para qué pierdo el tiempo escribiendo», «No sirvo para esto», «A este paso nunca conseguiré nada», «Me voy a quedar atrapado en el bucle de la rutina», y muchas otros mensajes del estilo.
Todos estos mensajes son provocados porque nuestro subconsciente fija un nivel de resultados que son un poco irreales. Y cree que en lugar de correr 50 km, vamos a hacer 100 metros y todo estará listo. Con todos estos ingredientes, la frustración de no haber avanzado se puede acumular en nuestra mente, y esto, nunca, pero nunca, será positivo. Lo peor es que genera una espiral que nos lleva a la desgana, a querer correr más para compensar nuestros momentos infructuosos, y a no conseguir nada, precisamente por cómo está nuestra mente predispuesta en esta situación. Es posible que este sentimiento ocurra en nuestro trabajo, y el efecto es el mismo siempre. Lo adecuado, desde mi punto de vista es pensar que el objetivo es seguir intentando formas de avanzar. Leer un libro nuevo, intentar maneras nuevas de atacar nuestros proyectos, dar paseos de vez en cuando, o algo de ejercicio, pueden ayudar a suavizar estos efectos negativos, pero sobre todo, ser conscientes de que las tareas creativas, igual que mi trabajo en consultoría, que es muchas veces bastante intangible, son difíciles de medir para poder ver con total claridad que hemos avanzado. No intentar nada es el verdadero fracaso y lo que quizás sí que nos podría afectar. Mientras sigamos con la misión en mente y ganas para darle salida, todo, aunque no lo parezca, irá bien. Un mal día debe ser considerado como un paso necesario para llegar a los días mejores, porque incluso en estos días podemos sacar algo de provecho. El resumen de este punto sería que, cada vez que nos cegamos y nos fustigamos porque no hemos avanzado lo que nuestro subconsciente cree que deberíamos, estamos ocupando nuestra capacidad creativa castigándonos a nosotros mismos, generando una niebla mental que no nos va a dejar ver ni lo que hay al otro lado de la calle.
Un poco de variedad, por favor
Volvamos al ejemplo del ejercicio. Hacer todos los días sentadillas a la misma hora, quizás nos proporcione unas piernas de acero tras varias semanas, pero seguramente no terminase por convertirse en una rutina agradable. En nuestro día a día pasa algo así. No podemos evitar tener que atender nuestras responsabilidades. Bueno, por poder, podríamos, pero no sería nada honorable. Con estas cartas sobre la mesa, se hace a veces complicado salir del ya mencionado bucle, y eso es precisamente lo que, al contrario que cuando teníamos cinco años, ahora las semanas pasen casi como días y los años como trimestres. El piloto automático es lo que tiene. Pero no vamos a intentar eliminarlo, de hecho es muy necesario. El problema es que no hace que nuestras conexiones neuronales se reconfiguren y hagan que de vez en cuando se nos ocurra la solución a ese problema o la nueva trama para esa historia que está a medias.
Darle a nuestra cabeza de comer siempre lo mismo, aunque cueste decirlo, nos atocina. De acuero que no vamos a poder tampoco cambiar nuestro estilo de vida y mudarnos de ciudad cada año, viajar constantemente, conocer gente nueva y vivir experiencias únicas. Pero dentro de la rigidez de nuestra, a veces necesaria, rutina, siempre hay posibilidad de encajar elementos nuevos. Y son cosas sencillas. Retomar un deporte que tenemos abandonado, ir a sitios nuevos con la familia, si tienes hijos en edad de darle patadas al balón, bajar a echar unos tiros, o llevártelo a la piscina, un día de playa cuando el tiempo acompañe, o cosas como dejar esa novela que ya te aburre, aparcada unos días y darle una oportunidad a esa otra que hace tiempo que quieres empezar. Ayer mismo, vi la promoción de la serie de Netflix «El problema de los tres cuerpos». Tengo los tres libros sin empezar, y lo que tengo ahora mismo en el Kindle no me hace quedarme pegado a las páginas, así que ayer cogí el primer volumen de la obra de Cixin Liu y eso me proporcionó un momento de novedad, y de paso, analizo nuevas maneras de estructurar una obra que me pueden dar nuevas ideas. No creo, de todas maneras que me lo pueda leer antes de que se estrene la serie. Una pena.
Somos seres complejos. Necesitamos además de una dieta variada a nivel nutricional, otra a nivel mental. Y esta variedad, que siempre se puede conseguir con pequeños cambios. incluso en medio de la locura de cada día, ayuda, y mucho, a que nuestro cerebro combine ideas de nuevas formas, que a fin de cuentas es la receta para crear algo original.
Evitar algunas comparaciones
He dejado este punto para el final, con el que cerraré este inesperadamente largo post. Las comparaciones, además de ser odiosas, nos ponen una mano imaginaria en la frente cuando queremos sacar la cabeza para respirar mientras intentamos salir a flote. El problema es que a veces son inevitables. Ese compañero que tanto sabe en el curro, ese conocido que viaja tanto por el mundo, o ese escritor que acaba de sacar su nueva novela. Siempre habrá quien tenga algo que anhelas, y ese sentimiento infructuoso que se genera en nuestro interior, no va a hacer otra cosa que no sea tener a nuestra mente ocupada en algo que nos aporta absolutamente nada. Y definitivamente, mata la creatividad y seguro que neuronas también.
Lo que no solemos pensar es que cuando sentimos esa especie de envidia por aspectos de la vida de los demás, es que solo nos fijamos en aspectos concretos. ¿Quién nos dice que esa persona no es infeliz o que incluso puede pensar que tiene una vida miserable? Puede que si es un conocido tuyo incluso algo que tu tienes hace que se compare contigo. Tendemos a pensar a veces que los demás siempre son mejores en general, o al menos mi mente insegura y con menos amor propio del que debería tener, se inclina a creer. Y es en esos momentos cuando mi creatividad está en mínimos.
He dicho una mentira sin querer. Las comparaciones no siempre son malas. El mejor medidor de que hemos progresado es compararnos con nuestro yo del pasado. Es la única medición que nos va a decir la verdad. Igual que cuando juegas a cualquier videojuego de carreras y compites contra tu mejor tiempo de vuelta. Hace tres años solo tenía en la cabeza la idea vaga de querer escribir un libro. Hoy, incluso teniendo poco tiempo, tengo anotaciones para aburrir llena de ideas que puede que en algún momento se conviertan en algo, y tres capítulos de dos historias distintas. Ya estoy en un club mucho más selecto que hace tres años. He pasado por fantasear y he llegado a empezar a poner palabras. Esto lleva tiempo, pero si se ve el progreso, por pequeño que sea, ya es un éxito. Y este blog también cuenta. Veremos que ocurre en otros tres años.
Recientemente, YouTube me sugirió ver este vídeo. Damon McLeese, que confieso no conocer, explica que el 98% de los niños son creativos, y solo el 2% de los adultos lo son. Y también explica los progresos que consiguen personas mayores con determinadas afecciones de tipo neuronal haciendo graffitis. Esto quizás demuestre que el hecho de dejar volar la mente, tengas la edad que tengas es algo altamente beneficioso. Y nos solemos olvidar de ejercitar esa parte de nuestra mente, que normalmente está ocupada por todas las prisas derivadas de nuestras labores familiares y profesionales. Todo eso es necesario, pero deja como posos un ruido que nos impide coger nuestra esencia más profunda y crear algo con nuestro sello, sin que nos paguen por ello, al menos al principio, o sea algo ineludible. De hecho, si nos descuidamos, puede que nos olvidemos de cómo es nuestra esencia, y con ello, de nosotros mismos.
Me estoy dando cuenta poco a poco de que, salir por momentos de la inevitable rutila y lista de responsabilidades supone un ejercicio bastante importante de mirar hacia adentro. A veces incluso de recordad quiénes somos, lo que nos ha pasado y porqué somos como somos ahora. Todo eso sirve para poner las cosas en su lugar, y de paso, para recuperar experiencias que creíamos olvidadas y son el combustible prefecto para que esa versión nuestra con cinco años tome el control y nos permita crear algo que es puramente de uno mismo.
Tanto si te ha parecido interesante como si no, puedes dejar un comentario. Nos vemos en la próxima.
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