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Acabo de volver de mis vacaciones. De ese período de dos semanas de completa desconexión casi obligatorio una vez al año (o sin casi). En este momento, de todas maneras, diría que me sería complicado extender las vacaciones mucho más. Los niños cuando están cansados muchos días seguidos se ponen intensos. No es como nosotros, que podemos compensar tirándonos en la tumbona. Ya no recuerdo bien cómo era eso. Pero al margen del tema niños, puedo decir que estoy bien habiendo vuelto. Me gusta poder volver a enfocar mi distraída mente en cualquiera de los temas pendientes que tengo, o manteniendo alguna que otra reunión. Hasta lo echaba de menos. Con esto estoy diciendo que ahora ya no sufro de estrés post vacacional, que es el tipo de estrés asociado a vacaciones más común. Después de mucho dar tumbos por ahí buscando el lugar adecuado, en este momento puedo afirmar con un altísimo grado de certeza que todo seguirá bien si nada cambia, y eso suena raro viniendo de mi.

En fin, que ahora mismo, la diferencia entre trabajar y no hacerlo no es excesiva, y por eso volver no es un trauma. Estar en un entorno adecuado ayuda bastante, y de ahí que no esté de acuerdo con quien llegado este momento, y de manera resignada, afirma: «Bueno, es lo que hay». A ver, es lo que hay si quieres que lo sea. Como dicen en las películas, siempre hay opciones, y la única pregunta es cuánta pereza o miedo dará buscar esas otras opciones mejores. Pero no estoy aquí para hablar de lo que pasa después de devolver la ropa de la maleta al armario y volver a guardar la crema solar y los cubos y palas de playa. Ahora hasta es noticia que hay a quienes les supone un agobio pensar en las vacaciones. Si, amigo. Agobio por disfrutar unos días o semanas.

Tras ver la noticia de pasada, me senté a leer sobre el tema y por resumir, todo viene provocado por dos factores. El primero es sentir que no es posible suspender el equipo habiendo dejado todo perfectamente cerrado y así no recibir llamadas de emergencia mientras miramos el mar desde la tumbona tomando un daiquiri. Esta es la parte fácil. Si la presión viene de fuera porque no hay nadie que pueda reemplazarnos o porque la carga de trabajo es inhumanamente alta (cosas que derivan naturalmente de una deficiente gestión de equipos), ni tan mal. El mundo es muy grande para cegarnos pensando que no hay a donde ir.

El problema es la segunda causa, que es el perfeccionismo excesivo, que lleva a no ver nunca el momento de parar y decir hasta luego a nuestros marrones. Sé que no es sencillo hacer reformas en nuestra mente adulta, pero todo es imperfecto, y nosotros debemos serlo también. Los trabajos salen adelante de una u otra manera, y mal será que nuestro puesto o el futuro de la empresa dependa de haber rellenado un par de Excel más o enviado unos cuantos correos. No somos tan importantes. Este perfeccionismo lleva al segundo factor del estrés prevacacional: preparar las vacaciones. Que conste que dicho lo anterior, tiene sentido. El perfeccionismo se aplica también a no dejar al azar nada y así aprovechar a tope antes de volver a la celda.

En junio volvía a casa en avión, y cuando terminé un capítulo del libro que iba leyendo, me paré a escuchar lo que comentaban las dos que iban en la fila de mi izquierda. El tema era el viaje a la Riviera Maya con su novio. Me perdí entre tanto detalle de madrugones a las 4 de la mañana, vuelos domésticos, autobuses a horas intempestivas, y ciudades que visitaron en tan solo 10 días. Mira que no habré hecho burradas en vacaciones quemando la suela de mis zapatillas, pero aquello estaba a otro nivel. Y mira que me gustaría viajar más de lo que lo hago, pero reconozco que para salir de la rutina tampoco hay que ir a la otra punta del planeta. Este año, por ejemplo, las vacaciones han sido en esencia dentro de mi comunidad autónoma, y ha estado muy bien, la verdad. No quita que haya lugares que quiera conocer, por supuesto, pero con actitud, el lugar no es el elemento más determinante. Incluso habiendo viajado lejos, no recuerdo haber hecho un megaproyecto, más allá de hoteles y una lista de lugares para visitar.

Será que soy un rarito, pero no entiendo a quien se agobia preparando las vacaciones. Sentir estrés pensando en pasarlo bien… quizás a quien le pase eso, debería irse al pueblo a ver las vacas pastar, trepar por los árboles o meter los pies en el río, que en general me basta para cambiar de aires. Y de paso, reevaluar lo que es importante, y las expectativas puestas en las vacaciones. Quizás pensar que hay que hacer un viaje tan espectacular que compense todas las penurias que ya han pasado y están por venir (con evidencias en redes sociales, por supuesto) no es una manera muy lógica de plantearse el descanso y dónde pasamos al menos ocho horas al día.

En fin, se acerca el final de la jornada laboral de viernes, quedan diez minutos para que el arroz esté listo y algún hueco habrá para descansar en los próximos dos días si me lo permite mi progenie. ¿Qué agobios hay por desconectar? Ninguno ¿verdad?. Anda, tira, y piensa que cada minuto de estrés es pelo que se cae o arrugas que salen en la cara.

A pasarlo bien.

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