Voy a tener que crear una nueva categoría específica para hablar de la paternidad. De hecho, la voy a inaugurar hoy. Nunca se sabe hasta dónde puede llegar esta temática, pero desde luego, hay suficiente materia para tratar, que no enseñar. Me equivoco como el que más, y en temas de educación no soy una excepción. No nos olvidemos del eslogan del blog. Las lecturas pretenden inspirar y dar que pensar.
Al contrario que el tema de los cumpleaños (las nuevas comuniones), ciertos comportamientos en lo referente a bañar de oro figuradamente a los hijos haciendo ver que son los más listos y los más guapos es algo más antiguo que el fuego. Hemos traído a este mundo a nuevos ciudadanos, carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre, y como es normal, son lo más importante para nosotros, de lejos. Eso no hay quien lo niegue. El matiz es que a veces hay algunos factores que entran en juego y a mi modo de ver, lo ensucian un poco todo. Tiene que ver con las distintas formas de demostrar que nuestra progenie es lo más importante, y diría que es más sencillo de lo que parece. No digo que educar sea fácil, porque es de lo más complicado que nadie hará jamás. Siempre incertidumbre, sin recetas, sin referencias. ¿Estaré haciendo demasiado? ¿O demasiado poco? ¿Estoy siendo duro o muy blando? Solo digo que a veces nos complicamos la vida innecesariamente.
Todo va naturalmente orientado, y en esto creo que hay un consenso generalizado, a aportar lo necesario para que cuando crezcan sean fuertes y autónomos. Que aprendan a desarrollar su propia personalidad, y a tener criterio, algo que parece estar en peligro de extinción. El ingrediente que a veces se cuela en la olla es todo lo que los padres podemos llevar en nuestra mochila de experiencias, emociones y sobre todo, frustraciones. De una manera u otra, como personas, no hemos marcado quizás todos los objetivos que queríamos haber completado, y esa lista de tareas pendientes se queda macerando. Se transforma para terminar siendo algo amargo porque quizás vemos que ya no seremos capaces de ser el atleta que soñábamos ser, tener una galería de arte, o tocar el violín en el Royal Albert Hall delante de cientos de personas.
Lo que no se termina por resolver mientras dura nuestro partido, por desgracia, a veces se mete con calzador e inconscientemente cuando empieza el tiempo de nuestros hijos. Obviamente, si tenemos una afición, sabiendo que los niños aprenden por imitación, es normal que haya la posibilidad de que sigan nuestros pasos, y eso no creo que esté mal, mientras no se trate de forzar la situación, claro.
Ahora me viene a la cabeza una despedida de soltero de un colega hace ya muchos años. Fuimos a los karts, y cuando ya habíamos terminado, tomándonos algo en la terraza del bar, un chaval daba unas vueltas con el kart ante la atenta e inquisidora mirada de su padre. Lo corregía constantemente, y hasta le daba bastante cera para que trazase mejor las curvas y fuese más rápido. Resultaba un poco lamentable porque al chaval ni parecía entusiasmarle el tema, ni se le daba bien. Tan mal se le daba que se comió una pared en una recta, y aunque no está bien que lo diga, nos partimos la caja con el tema todo el día.
Como digo, es un tema complicado. No podemos evitar a veces contagiar nuestra pasión por determinadas cosas. Lo que no se puede hacer es meter en la cabeza de los chavales la idea de que deben ser lo que nosotros nunca fuimos o a lo mejor mejores de lo que fuimos. Da igual que seamos ingenieros nucleares y a ellos les guste la carpintería de aluminio, o que seamos futboleros y ellos no quieran saber de ver un partido. No deben ser lo que creemos que deben ser.
Ahora, cuando el tema de las presiones impuestas es un tema que sucede de puertas para adentro, de puertas afuera pasa que hay padres o madres que necesitan exagerar las virtudes de sus retoños. Todo el mundo debe saber que es el mejor en algo, o toca el violín, o monta a caballo. Que saca unas notazas. Que puede que tenga altas capacidades. A mí me pasaba un poco eso. De puertas adentro todo era desmerecer y hacia afuera yo era un portento. ¿Qué versión era la auténtica? La verdad, me da igual. Hoy, por desgracia, quien más destaca o quien tenga un cerebro más privilegiado, no tiene por qué ser feliz. De hecho puede que lo sea menos.
Mi niño es el mejor, si, pero ese pensamiento por lógica aplica para cualquier padre o madre con un estado mental aceptable. No hay que fardar tampoco con el resto del mundo. A largo plazo no habrá servido para nada más que frustrar a los hijos y aburrir al personal. Que no me entere de que le coméis la olla a vuestros hijos. Hay que dejarlos un poco en paz. Puede que se inspiren en sus padres y quieran seguir sus pasos, o todo lo contrario. Cualquier opción será buena si la eligen ellos. No hay que tener miedo de que se descarríen si se enseña lo importante. Incluso si lo hacen intentarán volver al camino que crean adecuado. Y al igual que soy un desastre con una pila de cosas, vuestros chavales, los tengáis ya, o los tengáis a futuro, serán unos desastres en otras, y eso está bien. La imperfección hace a la gente genuina. Id al psicólogo si es necesario a hablar sobre cosas enquistadas, que hay muchos disponibles, pero jamás se puede forzar nada con los hijos. Puedo asegurar con conocimiento de causa que el efecto rebote, o karma, o como le queramos llamar, hará su trabajo tarde o temprano.





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