Cuando pensamos en herencias, es posible que venga a nuestra mente la típica situación en las películas en las que un tío lejano y rico nos deja repentinamente una casa encantada con la condición de pasar una noche en ella, o una cuenta bancaria llena de pasta. En la vida real, lo más glamuroso que hay por ahí puede ser algún torero, tonadillera o aristócrata que deja este mundo, y los vividores de sus hijos, que pueden ser influencers o DJ’s se quitan los ojos para quedarse con todo lo que puedan y así prolongar la fiesta mientras dure la gasolina.
En el mundo real, las familias medias no están exentas de conflictos cuando alguien se va para siempre y toca recolocar todo lo que esa persona deja atrás. Hermanos que dejan de hablarse, madres o padres ven deteriorada la relación con hijos, primos o demás familia, y esto lleva a preguntarse si las herencias son una especie de maldición, y verse envuelto en una implica empezar a palos con la familia.
Tengo una interpretación de qué es lo que ocurre, y por desgracia, por propia experiencia. Las familias, como cualquier grupo de personas que interactúan durante mucho, mucho tiempo tienen sus historias. Siempre aparecen rencillas, envidias absurdas, malentendidos, y cualquier otro desacuerdo que se deja a barbecho permitiendo que se infecte hasta ya no saber siquiera dónde ni cómo se originó el problema. Pero esos problemas son ocultados o negados y después de dejar pasar el tiempo, es posible que un día alguien fallezca, y encima sin dejar testamento, de manera que las personas que por ley formen parte de la sociedad de gananciales se vean obligadas a ponerse de acuerdo en cómo hacerse cargo de ese piso, ese terreno, esas acciones, ese dinero en la cuenta del banco, el coche o lo que toque.
En este punto es cuando esas heridas infectadas supuran de nuevo, todo el mundo sale a la palestra con el cuchillo entre los dientes a evitar que los demás contendientes se aprovechen y apañen más de lo que les toca. O también, lo que se puede hacer, aunque no sea muy recomendable es pasar de todo ampliamente y el problema se moverá a la siguiente generación, en la que probablemente habrá nietos, primos o sobrinos que les importa un huevo lo que puedan o no heredar, y el problema estará más lejos de ser resuelto si cabe. En resumen, las herencias no son el origen de los problemas, sino el momento en el que los problemas que estaban latentes salen como la lava en un volcán en erupción y bueno, todo se va un poco al traste, por decirlo finamente.
Lo triste es que, si todavía pelearse por cuatro cosas nos resolviese la vida, podría tener remotamente alguna justificación, pero como suele suceder, también en mi caso, al final es hacerse cargo de dos cosas por las que habrá que pagar un IBI, unos recibos de luz o agua, o preocuparse de invertir para sacar rentabilidad, o vender, o lo que sea, sin contar la montaña de pasta que cuesta resolver una herencia cuando alguna de las partes no está por la labor de mover un dedo y es el juzgado quien debe mediar. La verdad es que no entiendo a veces la poca voluntad de coger un asunto como un reparto, hacer de tripas corazón, hacer un sorteo si es necesario, y recoger las cartas que nos toquen, y a otra cosa mariposa. Lo que la ley y el sentido común dicta es que lo que es nuestro pasará a ser de nuestra descendencia, así que ir en contra de la corriente solo complica las cosas. Cuando toca hacer la renta, suele tocar pagar. Pues la herencia es un momento o dos en la vida en los que toca acordar algo, firmar unos papelillos y a correr.
Llegamos ahora al punto en el que planteo una idea que leí hace poco no recuerdo donde. ¿Y si una herencia es un error de cálculo? ¿Y si es la consecuencia de no hacer los deberes en tiempo y forma? Esta idea puede ser entendida como que hay que pulirse lo que tenemos en vida para que cuando abandonemos este mundo queden unos dinerillos residuales y poco más, por los que nadie se pelearía. Puede ser una buena opción. Como muchos jóvenes hacen con su salario a escala mensual. O bien, se puede hacer lo que no sucedió conmigo, que es implicar a tus hijos en todo lo referente al patrimonio familiar, enseñar como funciona todo, y en cuanto tengan cabeza y ganas, dejar que se hagan cargo de todo lo posible. A veces parece que las personas no quieren soltar nada pensando que son ricos o algo, y que todo el fruto de su trabajo en vida es tan valioso que hay que atesorarlo todo el tiempo que se pueda, y a poder ser, llevárselo al otro mundo como los faraones con sus objetos más preciados.
Si todo va bien, todavía me quedará mucho para descubrir si hay algo en el más allá, pero habiendo experimentado lo engorroso y amargo que es resolver una herencia de esas que llevan incluidas movidas familiares, tengo claro que no quiero dejar un legado en forma de un petate de este calibre. Intentaré que tengan cabeza y no sean despilfarradores, y que sepan apreciar lo que tienen. Pero milagros no los puede hacer nadie. Con tener yo un lugar donde dormir, con una nevera con comida y mis ingresos, no sé para qué quiero complicarme la vida. Al menos con un testamento acordado previamente con las partes, o unas donaciones en vida en el momento adecuado, iría en paz a comprobar si hay otra vida después de esta, porque sé que algo tan materialista como son las cuatro cosas que pueda dejar en herencia no habrán sido el detonante de un conflicto que no debería existir. La verdadera herencia, tal como la entiendo, es todo el tiempo bien invertido en apoyar a quienes nos van a suceder (porque para eso hemos tenido hijos). Es acompañarlos como el día que aprendieron a andar en bici, para poder soltar sin miedo el sillín y ver cómo se las apañan perfectamente por ellos mismos. Llegar a este punto y que vuestros hijos se encuentren con que tienen que enterarse de todo de golpe, a todas luces, sí que es un garrafal error de cálculo.





Deja una respuesta