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El plan era escribir, tal como tengo intención hacer cada año, sobre el tema de la Navidad, un poco más tarde, pero teniendo en cuenta que Abel Caballero ya tiene Vigo decorado con miles de millones de luces desde hace semanas (cuando todavía íbamos a la playa), que ya tengo lotería de Navidad, y que tengo un par de turrones en la despensa, creo que es el momento correcto. Además, igual que los cuarenta son los nuevos treinta, me da que principios de noviembre son los nuevos principios de diciembre. Ya está aquí el Black Friday o Black Month, o lo que sea, que da el pistoletazo de salida al consumismo sin sentido de todos los años, a pesar de que tampoco está la cosa muy boyante a nivel de poder adquisitivo en general. O eso dicen.

También decir que he puesto este título para ver si el SEO funciona de tal manera que este clásico musical me pueda traer alguna que otra visita inesperada. No es que me haya vuelto un pedante, ni mucho menos.

Es un excelente año para empezar con esta serie anual de reflexiones navideñas porque, de haber empezado hace unos cuantos años, hubiese parecido que estas palabras estaban escritas por el mismísimo Grinch.

En general, mi percepción de la Navidad se ha suavizado en los últimos tiempos, en gran medida porque empiezo a verla como una época que le hace ilusión a mis chavales, y en parte porque los asuntos turbios derivados de temas familiares están ya en gran parte en una caja con un candado en el fondo del océano. Porque, guste o no, la verdad es que la Navidad es la época álgida del año en lo que se refiere a compromisos familiares, y la palabra compromiso y familia, como que suenan bastante mal en la misma frase.

A fichar

Todavía percibo las reminiscencias de mi época oscura de la Navidad, pero son como recuerdos de los cuales no tengo demasiado detalle ya. Era llegar noviembre y ya me entraba un agobio sin sentido, solo porque tenía la certeza de que, aun no teniendo un contrato sobre la mesa, tenía la obligación de presentarme en cierta casa en determinados días como si los años no hubiesen pasado y yo siguiese en primero de bachillerato. Era lo que denomino un rehén en la familia. Y estoy seguro de que si esto lo leyese más gente, habría estadísticamente un porcentaje de personas que se sentirían identificadas con estas palabras. No se puede presionar, o sugestionar a nadie para que pase por trámites familiares, porque entonces se convierte en lo mismo que cuando hay que ir sí o sí a sellar la cartilla del paro a una oficina del SEPE, con la diferencia que esto último sirve para encontrar un curro o percibir una prestación. El tema familiar muchas veces sirve para escuchar cosas que no gustan, o ponerse de mal humor, y todo eso pudre el alma, estoy seguro.

Que nadie se asuste, digo todo esto porque hay familias a las que hay que darles de comer aparte, y la mía era de esas. Estoy seguro de que en algún rincón del multiverso existen familias que comprenden que los niños crecen, tienen sus propias familias, o están en ello, y por lo tanto, su núcleo familiar deja de ser el que era antes para construir el suyo propio.

Fichar es una práctica muy común, pero muchas veces contraproducente. Hablando con un conocido del entorno colegio-parque, me contaba que, año tras año, se veía en la mesa en Nochebuena con un montón de gente, cuando a mucha de ella no tenía la más mínima gana de ver, y le preguntaba a su madre qué necesidad había de pasar por ese trámite una y otra vez.

La mayoría de los rehenes, sin embargo, pasan por la burocracia navideña sin pena ni gloria, y eso está bien. Está mejor que sentir ese agobio que sentía yo por estas fechas cada año. Por suerte, todo ese mal trago es cosa del pasado. Seguimos visitando a la otra parte de la familia por Navidad, pero no es ya esa situación en la que se percibe esa obligatoriedad tácita de hacer A, luego B, y para terminar, C, y en ese orden. Como siempre pasa con la familia, tiene sus cosas, pero al menos siento una libertad que nunca pensé que tendría, aunque haya sido necesario poner la bota llena de barro en la pared blanca e impoluta y con ello, romper la baraja. Creo que la analogía se entiende bastante bien.

El significado de estas fechas

De siempre, mi idea de la Navidad siempre ha estado asociada a vacaciones, estirar la mesa del salón, poner manteles y vajilla de la cual no había ni rastro el resto del año, y bandejas de turrón duro, blando, y algo de Suchard de chocolate. Había que estar en casa a cierta hora para ayudar a preparar todo el tinglado asociado a los festejos, tanto en Nochebuena como fin de año como más tarde empezó a suceder, la noche de Reyes. Gran parte del tinglado incluía a mis padres y abuelos luchando con un bogavante antes de pasarlo por la plancha, y preparando las cigalas, nécoras o los crustáceos que hubiese. Sentía que esas cenas o comidas eran como asistir a un evento con luces y confeti. Y ya no hablemos de cuando empecé a salir en fin de año. Vestirse elegante para no poder ni caminar por la calle, beber veneno y respirar humo de noche era un planazo entonces, y ahora me pones un Mario Kart y unos juegos de mesa y lloro de la emoción.

Empiezo a ver como la rueda se ha dado la vuelta y mis hijos empiezan a percibir estas fechas como el fiestón que era para mí entonces, lo cual me alegra, y otra cosa que me alegra es que estamos tratando de frenar esa avalancha innecesaria de regalos que solo hacen que los niños no aprecien lo que tienen, y llena la casa de trastos que terminan por ahí tirados. Papá Noel y sus majestades dejarán algo al pie del árbol de Navidad (cuya preparación es un evento en toda regla) pero sin pasarse, porque enseñar el valor de las cosas es una de las asignaturas más complicadas que hay en esto de la paternidad. En resumen, me gusta ver a través de ellos estas fechas como un momento de pasarlo bien, hacer fiesta, y naturalmente, un momento de chocolates y otros dulces. Los dos calendarios de Adviento de los Minions están ya listos para ser atacados en cuanto llegue diciembre.

Por otro lado, aunque no sea dado a ponerme propósitos para el próximo año, sí que me gusta tomarme estas fechas para hacer un poco de retrospectiva. Como en todo, siempre viene bien mirar hacia adentro y tirar con cosas viejas y pensar en algo que falte. No me gusta estancarme, y eso quien me conozca lo sabrá, y por eso intento darle una vuelta a la cabeza para ver si se me ocurre algún fregado nuevo en el que me pueda meter, cosa que ahora empieza a ser factible más o menos, ya que el pequeño tiene una edad en la que nos permite respirar más.

Por todo esto, igual que los regalos a pie de árbol, pongo sobre la mesa dos o tres cosas que quiero hacer el año siguiente. Nada de chorradas de esas como conseguir un six-pack, dejar de fumar y cosas por el estilo. El six-pack tiene un mantenimiento complicado y lo veo innecesario, y además, no fumo, así que algo realista será volver a entrenar en algún momento del año próximo. Me divertía hacer Taekwondo, y va siendo hora de desempolvar el dobok del armario. Aparte de porque me divierte, esto de criar niños sin ayuda de nadie no deja tiempo para nada, y moverme es algo que necesito más por salud mental que por estar en forma, cosa que no se debe menospreciar tampoco. Pero, como digo, es sobre todo por mitigar agobios innecesarios, y despejar la cabeza, lo cual me lleva al siguiente punto.

Esto de escribir está siendo un hábito de lo más rentable, aunque frustrante por momentos. A pesar de que me hace levantarme pronto para aprovechar la calma de la mañana, es muy entretenido escribir escenas, hacer que a personajes le pasen cosas y desahogar pensamientos en el blog, y es algo que se debe mantener o incluso aumentar la intensidad. Es como tener un psicólogo pero más barato. Poco más me pido a mí mismo para el próximo año. Algún cambio más habrá, pero por motivos de confidencialidad no puedo dar detalles todavía. Lo haré en próximas entregas.

Para terminar…

En términos generales, estas Navidades, y ya volviendo al título del presente post, lo que realmente quiero es estar tranquilo. Quiero ser consciente de la libertad mental de la que dispongo ahora que he dejado de ser un rehén mentalmente hablando, aprovechar el tiempo con cosas como decorar la casa, cocinar, tomar algo caliente con colegas o primos, cocinar, brindar, darle duro al turrón sabor Donuts, o abrir la botella de licor café que me regaló mi primo Miguel, que ya va siendo hora de limpiar el tubo digestivo.

Quiero no verme en medio de un centro comercial atestado de gente comprando como locos y agobiado por la muchedumbre, cosa que se ha acentuado desde que me acostumbré al aislamiento durante la pandemia. Quiero ir a ver la cabalgata para ver como el mayor, pero sobre todo, el pequeño, que es nuevo en estas cosas, flipa al ver carromatos con luces y gente lanzando caramelos, y quiero ver como la mañana de Navidad corren a romper el papel de regalo y se pasan el día jugando con lo que hayan pedido.

Y no nos olvidemos. Habrá chocolate Chaparro con churros en la mesa en año nuevo. No se me ocurre manera mejor de empezar un nuevo ciclo que con chocolate caliente por las venas, pero del bueno, no como ese sucedáneo aguado que te dan en cualquier bar con unos churros insustanciales.

En fin, por si no nos vemos, aprovecho para desear felices fiestas.

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