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En capítulos anteriores, hablé sobre cuándo creo que es el momento de cambiar. Como continuación, creo aconsejable darle una vuelta a cómo asimilar todo el proceso, una vez tenemos claro que algo que llevaba un tiempo siendo de una manera, va a ser de otra. En lo personal, estoy convencido de que cambiar es altamente saludable, incluso necesario. Quien se queda quieto y siempre calentito debajo de la manta en el sofá, suele perderse muchas más cosas que quien mete el pie en el agua fría de la piscina.

En mi caso particular, hace ya tiempo que le perdí el miedo a los cambios, que no quiere decir que siempre sea coser y cantar. Simplemente, cuando estimo que es el momento de saltar de un lugar a otro, lo hago igualmente porque sé que es la única manera de mejorar, y en lo laboral, de conseguir condiciones más adecuadas, y porque en un futuro lejano, no quiero hacer memoria y arrepentirme de haber vivido como un koala en su rama y comiendo tranquilamente hojas de eucalipto viendo la vida pasar.

El cambio aporta experiencias, ayuda a conocer a gente nueva, mantiene la mente ágil y enseña muchas cosas. Esos son los motivos por los cuales me fuerzo a tirar por caminos distintos de vez en cuando, y nunca me he arrepentido de haberlo hecho.

Una de las mayores ventajas de no quedarse quieto, sin lugar a dudas es, que hace que lo que antes parecía una crisis, luego parece algo sin importancia. Si no salimos del sota-caballo-rey de todos los días, la mente se vicia. Al menos la mía se pone a rebuscar, abre cajones, baja al trastero o a la buhardilla hasta que ve algo que no encaja y entonces empieza a provocar sudores innecesarios. La etapa de los niños pequeños es el caldo de cultivo perfecto para esta situación, porque además de tener poco margen de maniobra, que ya no ayuda demasiado, hay más ocasiones para perder los nervios. Lo mejor de empezar a salir de la fase dura de este período es que ya empieza a haber huecos en los que meter pequeños cambios como un café por aquí, media hora de ejercicio por allá, más cantidad de endorfinas en el organismo, y con esos opiáceos naturales, todo se ve de otra manera.

Otra de las ventajas, que no se debe pasar por alto, es saber que no somos narcisistas. En un podcast que escuché hace poco, el psicólogo Luis Muiño comentaba que, al contrario de lo que pueda sonar lógico, los narcisistas, con su aparente autoestima por las nubes, no son muy dados a asumir riesgos haciendo cambios en su estilo de vida. Son más bien de no salir de la zona de confort y usar las dos o tres herramientas que dominan a la perfección para que las marionetas alrededor bailen como quieren. Sin embargo, dentro del resto de la humanidad, quienes tengan una mente medianamente inquieta, se meterán en nuevos fregados a pesar de los nervios previos, angustias, inseguridades, pensamientos catastrofistas y demás impedimentos. Un poco paradójico, pero así se ve que funciona la cosa.

Pero vamos al turrón, porque luego me dice mi mujer que escribo demasiado y es un coñazo leerme. Además, en la era de la inmediatez, esto debería haber sido resumido en un TikTok de veinte segundos a lo sumo.

Hay veces en que los cambios vienen impuestos, y otras en las que se llevan a cabo por propia voluntad. Uno no tiene que ser más sencillo que el otro, pero sí distinta la manera de digerirlo.

Cuando viene impuesto

En mi carrera laboral, perdí mi puesto en dos ocasiones por causas distintas ajenas a mi voluntad. La primera vez fue cuando mi empresa cerró. La contabilidad creativa y la falta de subvenciones eran un claro indicativo de que aquello no duraría demasiado. El día de tener que meter mis objetos personales en una caja de cartón se veía venir como una apisonadora muy lenta a un kilómetro de distancia. Iba a ocurrir, pero había margen de maniobra. A pesar de que en aquel entonces no tenía la mentalidad de mercenario que entreno a día de hoy, tampoco recuerdo aquella situación con muchos nervios. Buscaba algo que no me obligase a irme demasiado lejos, lo cual no apareció, y todo terminó yendo por la vía del empresario aficionado, probando suerte. No llegó, como es normal. Pero en esa ocasión, la etapa de empresario fue una especie de pausa para después terminar en consultoría de nuevo, dispuesto a irme a donde fuera, para terminar en Vigo. Nada mal, por cierto.

La otra ocasión fue cuando directamente experimenté un despido fulminante, que por otro lado, son los mejores. Cuando todo se va a terminar como el caso anterior, y se ve venir de lejos, no es la cosa como para que se acabe el mundo. Tiempo de tomar decisiones no me faltó. Pero cuando alguien quiere prescindir de otra persona, es mejor no prolongar la agonía y cortar por lo sano. Fue en mi etapa en la startup. No era mi lugar definitivamente. Al menos, no lo era con las cabezas pensantes que movían los hilos entonces. Me consta que ahora está habiendo cambios, y la persona que más me había inspirado en la compañía está de vuelta para, con total seguridad, aplicar su buen criterio. Espero que todo vaya bien, pero cuando pasé por allí, me di cuenta de que aquel no era el camino que quería tomar.

Estas cosas se huelen de alguna forma. La última y surrealista reunión que tuve con mi responsable y la responsable de esta ya daba a entender desde el primer segundo que estaba tecleando mis últimas palabras en Slack. Y la pregunta ahora es, cuáles fueron mis pensamientos entonces. La realidad es que no hubo mucha sorpresa. Haberme convencido de que mi futuro estaba en ese proyecto sería tenerme poco respeto. En mi interior sabía que más pronto que tarde todo se acabaría, y encima, las finanzas no iban tampoco viento en popa para la compañía. En cualquier caso, una posibilidad hubiera sido fustigarme por haberme dedicado a algo que tampoco supe nunca si se me daba bien, porque no hubo demasiado tiempo para comprobarlo, y encima, constatando que la empresa no quería contar conmigo más. A todas luces, sería considerado un flagrante fracaso y sería motivo de vergüenza y de ser señalado por dedos acusadores mientras mi incompetencia salía a relucir en todo su esplendor.

Pero no fue así al final. Examinando mis sentimientos, todo sucedió como quitarme una espina del dedo gordo del pie. Me despedí de algunas personas mientras no se cortaban todos mis servicios, y mi día pasó a tener otro color. Luego me tiré unos meses dedicándome a cuidar de mi casa y sus habitantes, yo incluído, por supuesto. Dejé de lado la idea de seguir en temas de Producto, con la pena de no haberlo intentado en un lugar en el que se hiciese como los libros decían, pero con la satisfacción de poder elegir lo que haría a continuación. Fue un verano de locos porque con niños en casa, todo parecido con unas relajadas vacaciones es pura coincidencia, pero al menos estaba a lo mío, y al final, atendiendo a llamadas que me llegaban, terminé por conseguir mi trabajo actual. Tal vez, de haberme obsesionado por conseguir algo lo antes posible, hubiera acabado en otro lugar equivocado, y como los fantasmas de los castillos del Super Mario Bros, cuanta menos atención se le presta a algo, más se mueven las cosas.

El resumen es que este tipo de cambios me los tomo como creo que se deben tomar, y esto es, como una oportunidad de ver algo nuevo, sabiendo que el lugar en el que estaba, no era el correcto.

Cuando es por propia voluntad

Este apartado será más corto, pero creo que más interesante. Hay veces, que son esas en las que alguien me pregunta por qué me complico la vida y no me quedo donde estaba ya acomodado, en las que me pica algo y aun no estando mal, apetece buscar algo mejor, o nuevo al menos. No me considero avaricioso en el sentido de perseguir la pasta a cualquier coste. Tengo mis restricciones, y las mantengo porque nada bueno pasaría de salirme de las mismas. No me inspira la idea de irme a una gran consultora de esas que están ubicadas en edificios altos ni a un cliente que todo el mundo conoce, precisamente porque todo el mundo que tiene mentalidad de piraña termina en sitios así (y mucha gente que no, también). Por motivos obvios, tampoco quiero tener que viajar como un perro y pasar más tiempo en aeropuertos que en mi casa, cosa que, de haber estado en mis planes, podría haber hecho. Dentro de esas restricciones, evidentemente, trabajo por dinero, y si el nuevo proyecto es interesante y las condiciones encajan conmigo, no me cierro las puertas.

Pues esa situación de que algo aparentemente mejor aparezca delante un día, y además, unido a que empieza a aparecer algún condicionante que me haga pensar que es momento de cambiar, genera las verdaderas dudas. ¿Paso de complicarme y me quedo como estaba? ¿Me lanzo a la piscina y si algo va mal, el universo se encargará de reorganizar todo? Me suelo comer la cabeza con estas cosas, pensando sobre todo que me puedo estar metiendo en un lugar que, a pesar de ser mejor financieramente, quizás termine por ser un ambiente irrespirable, o que no daré la talla y todo terminará como mi andadura en la Startup, por cortesía del síndrome del impostor.

Puestos a poner sobre la mesa posibles futuros, la cosa no tiene fin. Cuando estoy en esta situación, me tengo que convencer muchas veces de que los finales que no son catastróficos están también por ahí. Y ahora mismo diría que tengo un callo que antes no tenía, y en la barra que representa la confianza que tengo en lo que hago, pasé del rojo a la izquierda del todo, a un verde claro situado a un 70% del tope. Pienso que después de todo este tiempo, tiene que haber más cosas en esta almendra de las que creo que hay, y creérselo un poco sin llegar a convertirse en alguien arrogante, es la pastilla que veo necesaria tomar cuando llega el momento de asumir que se va a dar un salto en el contexto que sea. Es el escudo necesario para cruzar la trinchera y parar las flechas que vienen desde las almenas que en otro momento de mi vida me hubieran dejado como un colador y tirado en medio del barro.

Al final creo que he largado de más. Intenté ir al grano pero no se le pueden poner puertas al campo. Si mi mujer me lee esta vez, lo siento. La próxima intentaré sintetizar más. Siempre está el botón de leer en voz alta.

Nos vemos pronto.

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