Es probable que alguien haya caído en esta entrada del blog pensando en descubrir el secreto para que la llama se mantenga activa entre nosotros y nuestras parejas, dado el título que le he puesto. Siento decepcionar a los que estéis aquí por ese motivo. En su lugar, hablaremos de algo igualmente interesante, que es, una especie de esquema mental que servirá para dar todo lo que tenemos en lo que quiera que hagamos. Aplicaría en un terreno personal o profesional, o a cualquier misión en la que nos embarquemos. Después de todo, hacer algo sin pasión es como las comidas sin sal (siempre que no tengamos problemas de tensión). Le falta algo, es complicado pegarle otro bocado.
Lo que hace que sea interesante este post es que viene de alguien como yo, que aunque me cueste admitirlo, me suelo cansar pronto de las cosas, y para hacer las cosas con pasión, hay que dedicarle tiempo. Ya sé, no soy un experto en esta materia, pero he estado haciendo progresos, y no hay mejor manera que aprender que enseñando. He metido una anécdota personal para hacerlo más ameno, así que venga, vamos allá.
Pizza en mercedes
Confieso una cosa. Me apetecía contar esta anécdota, porque es bastante buena, y en base a ella, dándole vueltas a la cabeza, supe sobre qué iría este post. Normalmente, es al revés, pero supongo que el orden da igual.
El caso es el siguiente. En mi etapa pre-paternidad, solíamos quedar en casa de los padres de un colega a las afueras de la ciudad los viernes o los sábados por la noche. La casa estaba en una finca al fondo de la cual, había, lo que podríamos llamar, una sala de fiestas. Una única estancia con una pequeña cocina, mesas, sillas, instrumentos, proyector, altavoces… Como una mini-casa junto a la casa, pero donde era difícil molestar a alguien en caso hacer ruido. El plan era ver una película y comer pizza. La película no solía ser conocida. De hecho, eran películas que pintaban a malas, pero a veces, alguna joya aparecía. No era lo que solía suceder, y este colega siempre decía que la película que íbamos a ver sería una obra maestra o una mierda sin sentido. Fuera lo que fuera, daba igual. Lo importante era reírse y pasar el tiempo juntos.
La pizza siempre la pedíamos al mismo sitio, concretamente a Rocko Pizza. De hecho, el anfitrión de estos eventos tiene que ser ya miembro platino en el local, o lo sería si otorgasen esa categoría a los clientes. Ni Telepizza, ni Pizza Móvil, ni Dominos ni nada similar. Apostando por las empresas más pequeñas en vez de tirar a las franquicias más conocidas. Seguramente para ellos no sería fácil competir con los pesos pesados de las pizzas, pero tengo que decir que, la última vez que pedí a este local hace no mucho, era noche de fútbol, y resultó misión posible disfrutar de una Rocko, así que supongo que la cosa irá bien.
El caso es que recuerdo que en los tiempos de Rocko-Peli, no tenían muchas motos para los repartos a domicilio. Diría que tenían un par, y no era complicado tenerlas ocupadas a la vez. Con estas, hacíamos nuestro pedido de unas cuatro familiares, y por lo visto, o era un pedido demasiado voluminoso para una moto, o no había ninguna disponible, o el importe era suficientemente alto para convertirse en un pedido premium, porque tras una buena espera, aparecía por allí el señor Rocko (que ni idea de cómo se llama) en su Mercedes. Más seguro que ir en moto es, pero algo más caro, también. Y no es que el acceso fuera sencillo. Para entrar en la finca, había que salir de una carretera directamente a la entrada de la casa, que no era especialmente ancha y un Mercedes de ese tamaño podía hasta rascar contra las columnas de la puerta de la entrada a la finca. Luego había una cuesta abajo, y después, un tramo estrecho y bacheado que seguía bajando hasta la sala de fiestas, donde había sitio para dar la vuelta. El señor Rocko, además, siempre venía de risas y buen humor.
Si lo que hacía este hombre no era tomarse su negocio con pasión, no sé qué lo es. Entonces, simplemente me hacía gracia, pero ahora, cuando me aburre o me da pereza hacer cualquier cosa, pienso que un señor cogía su Mercedes para entregar pizzas a unos tíos en una finca en las afueras que iban a ver una película basura, y ya veo todo un poco distinto. Claro está que era su negocio, pero podía estar en su casa viendo el partido y sus empleados se ocuparían de lo que pudieran.
Esto va, por lo tanto, de intentar tomarnos nuestras obligaciones, proyectos personales o incluso aficiones con el espíritu que el señor Rocko entregando pizzas los viernes noche con su coche.
Haciéndonos trampas
Recordemos que el título es «Cómo mantener la pasión», que no crearla. Se presupone que a todo lo que nos lanzamos nos llama de alguna manera, y en esas primeras etapas, tenemos todas las ganas del mundo, fantaseamos pensando a dónde podremos llegar, nos vemos en un despacho, o con un libro publicado, o con un blog con muchos suscriptores, o cualquier situación ideal a la que aspiramos. Luego viene lo duro, que es echar gasolina al depósito para que siga trabajando y eso nos permita llegar a ese momento o situación que nuestra mente nos pintó cuando estábamos en la parrilla de salida.
Lo que más se nos viene a la mente es afrontar nuestra jornada laboral con ganas. Caso típico. Hemos pasado esa etapa de mariposas y piruletas de las negociaciones con RRHH, que si te mandamos el portátil, o nos vienes a conocer, todo es estupendo. Pasas por unos días o semanas de onboarding (que algunas empresas se lo curran más que otras), pero tarde o temprano bajamos a la realidad y entonces ya entra en escena este tío que no soporto, o estas tareas que me quitan las ganas de levantarme por la mañana porque son un infierno, o sencillamente llevamos mucho tiempo haciendo lo mismo y como que aburre la situación. Ojo, que esto último me pasa a mí, pero me consta que a muchos no. Para los que sois como yo, que por desgracia, si dejase que mi mente decidiese de buenas a primeras cuándo tirar del freno de mano y meterme con el coche por el campo de maíz para llegar a otro lado, lo haría más a menudo y no es el plan ideal. Hay varias cosas que me meto en la cabeza para poner un poco de serenidad y seguir por la misma carretera, al menos unos cuantos kilómetros más.
Tener un plan
Como decía un profesor en la facultad, la meta inspira el camino, y de paso despierta la imaginación. Y tenía razón. Cuando digo plan, pienso en la manera en la que a largo plazo quieres que sea mi situación. Ahora mismo tengo un contrato indefinido y estoy razonablemente cómodo. Puedo teletrabajar, lo cual me aporta la conciliación que necesito en este momento, y a pesar de haber pasado etapas de cierta presión, parece que la niebla se va disipando. ¿Es la situación que buscaba y que quiero mantener todo el tiempo que pueda? Pues la verdad es que no. Me gustaría poder ser Freelance al menos para probar, y quizás esa sea la situación ideal, o quizás me sirva para darme cuenta de que estaba mejor como empleado por cuenta ajena. El plan, para mi, es tener en mente el siguiente salto, lo cual genera una sensación de expectativa que personalmente me hace tomarme cada semana con ganas. También digo que estos planes hay que tomárselos con calma y no precipitarse, porque lo bueno se hace esperar.
Pensar egoístamente
Sí, suena fatal, y moralmente deplorable, pero no lo es tanto. Cuando llevaba más de cuatro años en mi primer trabajo, mi jefe me notaba un poco desganado con la situación, en medio de parones de la fábrica y la amenaza de un ERE que terminó tiempo más adelante por materializarse. Yo no tenía callo, y él había estado en muchas batallas ya, y un día hablando me dijo lo siguiente: Ya sé que el proyecto no está en su mejor momento, pero piensa que en algún momento te irás a otro lado a trabajar, así que ahora es la etapa perfecta para que pienses en tu formación y aproveches para coger más conocimiento, pensando en ti mismo. Obviamente, no es una transcripción literal. Han pasado muchos años ya, pero el mensaje era, en esencia, ver siempre lo que quiera que hagamos como una inversión en nosotros mismos, cuando quizás la locura del día a día, o semana a semana, nos lleve por lugares tan agitados que solo podamos pensar en lo que falta por hacer, los enfados de este o el otro, o todo ese malestar que a veces se da en un ambiente laboral, fruto de toda esa política de las altas esferas.
Otra situación que se puede dar es la falta de cosas que hacer. Esta, para mí, es peligrosa, porque cuanto menos hay que hacer, menos hago, pero no deja de ser un buen momento para aprender lo que sea que nos pueda ser útil, y para lo que jamás hay tiempo. Esto me sucedió alguna vez, cuando la fábrica para la que trabajaba, se tiraba temporadas de varias semanas sin producir porque la cosa empezaba a ir mal, y en parte aprovechaba para formarme, y en paralelo, me descargaba temporadas de Perdidos.
Tirar fichas a varios sitios
Algo comentaba en este post sobre lo que mata la creatividad acerca de este punto. Nuevamente, decir que esto le funciona a mi cabeza, que quizás esté algo perturbada, pero si permitiese que mi día se auto-llenase con el trabajo y las cosas de casa, acabaría loco, y ni que decir tiene, sin ganas, motivación o pasión por nada. Para mí, tiene que haber algo más. Me pasa con los libros. Soy incapaz de leer solo uno a la vez. Claro está, que tardo un mundo en acabarlos, pero luego pasa que a lo mejor en un par de semanas termino dos. Y de paso, en función del humor que tenga cada día, me apetece más seguir con uno u otro.
De manera general, el poder coger todas las historias laborales en mi cabeza y apartarlas a una esquina para centrarme en escribir aquí o en mis notas para crear posibles historias, o elegir uno de los libros que tengo a medias, hace que coja lo que sea con ganas, sabiendo que voy a ir cambiando de tercio con la cabeza más despejada. Esto en particular resulta cansado, porque es meter nuevos ingredientes en la ya complicada tarea de conciliación, pero merece mucho la pena. Se me olvidaba, seguir los animes de termporada es algo que también aporta, y sobre lo que escribo también.
Para terminar
Un buen resumen sería decir que en la variedad está el gusto, y las ganas. Puede que sea una opinión demasiado personal, y quien sea un loco del trabajo no vea necesario hacer trucos porque el agobio del día a día es su verdadera gasolina. No es mi caso. Será que me aburro rápido de las cosas también, y que me cuesta mantener la atención, o incluso me cuesta encontrar el valor de las cosas que hago, pero sobre todo, las que me piden que haga. El hecho de ser un poco perezoso tampoco ayuda mucho. Por desgracia, no todo lo que nos toca va a ser apetecible, y tampoco evitable, y por eso creo que es necesario engañar a nuestro traicionero cerebro para seguir por la misma carretera, sabiendo que lo bueno se hace esperar, igual que las pizzas del señor Rocko un sábado por la noche.
Venga, hacemos un trato. Déjame tu correo aquí, y yo te mandaré pocas cosas, y buenas. ¡Hasta otra!
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