Quizás sea una pregunta que muchos no se planteen frecuentemente. Incluso podría mencionar a unas cuantas personas que conozco que dudo que se hayan planteado alguna vez cambiar algo. No digo que sea negativo en principio. Supongo que va a depender del nivel de inquietud de cada uno, o de la situación personal, o del sector profesional en el que cada uno trabaje. Pero por centrar el tiro, hoy voy a poner el foco en los cambios en el terreno laboral. Podría enfocar esto de manera más amplia, incluyendo cambios de rumbo en aspectos relacionados con la vida personal, pero eso lo pienso para otro día.
Como he dicho, conozco a unas cuantas personas que, dedicándose al sector de las TIC, hacen lo que nuestros abuelos en su tiempo. Empezar en una compañía con un puesto de base, aprenden, y poco a poco van consiguiendo prosperar y ganar responsabilidad. Y repito, eso está muy bien. Envidio esa constancia. Y también la indemnización que recibirían en caso de ser despedidos. Mi récord ha sido un poco menos de seis años. Encima tuve suerte porque como la empresa cerró, me llegó una indemnización años más tarde, cuando ya me había olvidado de lo que se me debía. Pero lo importante de esto es que, quizás, en caso de que la empresa hubiese continuado su actividad hoy, seguiría todavía trabajando en ella. Al menos es lo que mi abuela deseaba con toda su alma.
No estaba mal después de todo. Llegaba en 10 minutos desde mi piso, cuya hipoteca era ridícula y se pagaba bien, incluso con mi sueldo de aquella época. También tenía buenos compañeros. Igualmente, escuchaba alguna que otra de las escasas oportunidades que aparecía por ahí, pero cuando tuve la ocasión de irme, no lo hice. Tuvo que cerrar la fábrica para que, sin saberlo, estuviese saliendo forzosamente de las vías del tren por las que iba circulando y a las que todavía no he vuelto. Ni creo que lo haga.
Por algún motivo, no fue hasta que me salí de las vías del tren, que empecé a ser consciente de la alergia que tengo a la ausencia de cambio. También fue cuando monté mi empresa y fue como era de esperar, y hubo que cerrar la persiana. Eso fue un cambio también. Y luego llegó el momento de irnos a otra ciudad. Era una hora de coche, pero esa barrera ya era suficiente, y la verdad, fue lo mejor que hice nunca, sin contar a mis vástagos, claro.
Hasta este momento, puedo decir que las circunstancias me habían llevado por este camino. Incluso con el cambio de ciudad. Quería volver a la consultoría, y ya había sido un milagro haber trabajado en ese sector dentro del mundo SAP, en una ciudad como la mía, con un tejido empresarial que hoy sigue menguando. No me quedaba otra que buscar suerte en otro lado, e incluso estaba dispuesto a pirarme a donde fuera, pero las carambolas del destino me llevaron tan solo a poco más de 100 kilómetros de distancia.
Con estas, dejé a un lado el esquema mental en el que quería hacer crecer por partes iguales mi experiencia, prestigio, e indemnización en caso de despido, y en la misma compañía. Comprendí tambien que la meritocracia escasea bastante, y lo importante, casi siempre, era rascar bien espaldas ajenas. Y esto nos lleva a la etapa en la que todavía estoy, que como sabéis, si me habéis leído antes, está centrada en ver dónde voy a poner el pie a continuación. Pero, para hacer tal cosa, tienen que darse alguna de un conjunto de condiciones. Hoy voy a centrarme en tres. Porque si no, el artículo queda muy largo, y porque siempre es un número más comercial.
El jefe insufrible
Tengo en la recámara hablar sobre tiburones. Es un tema que me resulta interesante, y como cualquiera, me he cruzado con alguna de estas criaturas sedientas de sangre. Pero sin profundizar hoy, veo justo mencionar que una de las causas más típicas, pero no menos importantes de buscarnos la vida en otro lado es toparnos con alguien que probablemente tenga complejos o rencores o cualquier cóctel de emociones no resueltas, y que las pague con la gente a la que debería estar liderando.
Es posible que, dependiendo de la situación, puede ser factible pedir un cambio de proyecto o de área o lo que sea, y con esas, ya no tener que aguantar determinadas actitudes. Esto es más importante de lo que parece. A no ser que tengamos una fortaleza mental admirable, o unas artes de otro mundo para saber llevar a los tiburones, mantener estas situaciones suele repercutir muy negativamente en nuestra cabeza. Luego vienen las bajas por depresión, las discusiones en casa como consecuencia de desahogar la mala ostia acumulada, etc.
En cualquier caso, es habitual no tener escapatoria. Es entonces cuando nos vemos entre la tesitura de mantener nuestra silla calentita, pero con nuestro amo dándole al látigo, o ir con la música a otra parte. Yo lo tengo claro.
Más leña
Está más claro que el agua que los proyectos suelen estar dimensionados un poco chupando el dedo. Luego es cuando la pila de curro infinita es derramada encima de unos directivos, que le dan unas directrices y prometen unos variables por objetivos, que pueden repetir ese proceso alguna vez más hacia niveles inferiores, hasta que finalmente llegamos al final de la cadena trófica. Ahí estoy yo. Y estoy estupendamente. Pero es donde mejor se aprecia que muchas veces las cosas están tan mal hechas, que sacar trabajo se convierte en un infierno. No es que no me guste trabajar. Bien planteado, hasta puede resultar entretenido. El problema es cuando en vez de ir alternando etapas de más apuro con otras en las que puedes aprender algo, probar cosas y mejorar en aspectos que luego serán beneficiosos para uno mismo y la empresa, en ocasiones siempre se va a fuego. Y el fuego quema.
Por supuesto, los locos del trabajo están encantados con este enfoque. Llamadme radical, pero quien esté a gusto en este planteamiento de doce horas al día, de manera permanente, está escapando del mundo. No es mi caso. Por eso, y porque creo que no hay que confundir tener experiencia o responsabilidad con trabajar más horas que un reloj, los entornos en los que, haya tiburones o no, se achuche de manera más o menos sutil al personal de forma permanente, para mí, termina siendo motivo de cambio.
Mercadeo de carne
Ya al margen de las dinámicas del día a día, que daría para mucho, cerramos con todo lo que abarca la manera de entender la gestión de personas. Sobre todo en un entorno en el que hay proveedores de por medio que meten a gente en proyectos varios. Ya de por sí, esto suena a charcutería al por mayor. Pero si al menos se manejan las necesidades de los empleados de una manera aceptable, como que disimula un poco.
Decir que en mi empresa actual, tampoco tengo mucho que decir. Entré con unas condiciones decentes, tengo lo necesario, cuando viajo se gestionan los gastos bien, y todo eso. Pero no estoy aquí para hablar de cuentos de color de rosa. Hemos venido a hablar de ejemplos a no seguir. No daré nombres de manera que solo los aludidos o testigos sepan de qué hablo.
En cierta ocasión me encontraba trabajando para un tiburón. Uno de esos descritos en el primer apartado. Además, se repartía leña a mansalva, como expliqué en el segundo. No se acababa de empezar con un proyecto, que ya nos estaban metiendo en tres o cuatro fregaos más. Cosas de las empresas que crecen de manera desmesurada. Hay pasta a muerte y, por lo tanto, barra libre para meter lo que sea necesario, o haya implantado la competencia. Total, que me quise pirar. No era una época en la que supiera ser un poco zorro, y quería jugar a los piratas siendo un honorable y honrado marinero. Mal hecho. Un día atendí una llamada y era para un proyecto para el que me habían llamado varias veces. Y pensé: Quizás la insistencia sea porque no hay locos que quieran ir a este proyecto. O puede que sea mi destino, que me está dejando claro lo que debo hacer. Entrevista, charleta, y a negociar condiciones.
Charla con el gerente de cuentas de la que sería mi futura empresa. Conversación bastante estándar, como la descrita aquí, y llegamos l momento de la pasta. Ni corto ni perezoso, el tío me ofrece una mejora salarial de -10.000 euros brutos al año. Lo voy a decir, pero con letras, porque a lo mejor con números y con las prisas ha parecido que me iban a pagar más que en el que era mi empleo en ese momento. Me ofrecían diez mil euros menos al año de lo que cobraba. Obviamente, preferí de primeras quedarme aguantando al tiburón mientras ganaba lo mío, que irme a terreno desconocido y perdiendo pasta. Se ve que hacía falta gente, que el gerente hizo sus changas aquí y allá, y me llama de nuevo. Ahora solo perdía 7.000. Respuesta negativa. Y así un par de veces más.
Al final, subió el salario base, me puso un complemento que cobraría en Navidades si permanecía en la empresa hasta final de año, y con eso, solo perdía 2.000. No me pagaban mal en aquel momento, y ya empezaba a compensar renunciar a unos mil quinientos cafés por no aguantar a la persona a la que rendía cuentas.
El trabajo era a 45 minutos de casa. Había otras personas que hacían lo mismo, y hacíamos lo que los modernos llaman «car pooling», que viene a ser compartir coche. Había un peaje, que obviamente luego se pasaba como gasto. Eso sí, los peajes y el resto de gastos, se tenían que presentar originales, en papel, y grapados a una hoja previamente impresa y cumplimentada a mano. En una empresa tecnológica puntera. Ojito. Y el mismo gerente de la oferta negativa, ya para completar la mega oferta, me dijo algo así como: «La empresa no sabe como vas hasta tu puesto de trabajo, ya sabes. Puedes sacar un beneficio extra». Además, me explicó que si usaba un Via-T, se aplicaba un descuento, pero que si pedía el ticket aun habiendo pagado telemáticamente, el descuento no se vería reflejado en el ticket, y podía pasarlo. Resumen, que la oferta incluía tácticas para recuperar la pasta a razón de unos pocos céntimos al día y por trayecto.
Esto me dio pistas acerca de cómo sería luego el trabajo en sí. Portátil destrozado, atención bastante pésima cuando había algún problema, y piratadas a tope. Y ya que, evidentemente, se va a cobrar una pasta al cliente, lo mínimo es dar todo lo necesario a la gente para que el trabajo sea agradable. Ante estas situaciones, a todas luces insalubres, escapad. Hacedme caso. Hay más oportunidades de las que parecen.
Para terminar
No me meto ya en tema pasta. La pasta está bien y no negaré que sea un motivo de cambio. Es más, si ahora mismo valoro ser autónomo para hacer lo mismo es por la pasta. Y porque puedo elegir mejor a dónde voy. Y porque detesto hacer cursos de seguridad y de igualdad y de movidas de esas que solo sirven para obtener subvenciones o cosas por el estilo.
Pero sobre todo, porque con el tiempo he perdido las ganas de abrazar culturas corporativas. Para mí, la respuesta a la duda de cuándo es hora de cambiar es cualquiera.
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