«Hay que tener muchos amigos», puede que alguna madre preocupada por la adaptación de sus hijos dijese, pensando que se cumpliese la aparentemente obvia regla de que cuanto más, mejor. Puede que de primeras la lógica haga pensar que tener más amigos hace que uno esté más arropado, respaldado o incluso protegido. Cuanto más tiempo pasa, menos convencido estoy de que esto sea así. La gente viene y va, cambia, vuelve a cambiar, o desaparece sin más, y otra aparece del mismo modo. Hay pocas personas que en mi caso al menos se hayan mantenido constantes durante el tiempo, así que creo que de manera natural, considerar a menos personas que dedos tiene una mano como amigos con quienes se podría crear un vínculo es algo que para mí no se sale de lo normal.
Sin embargo, un día irrumpieron en nuestra vida las redes sociales y otros medios telemáticos para contactar con más gente y así aumentar la red de contactos. Todo bien, en principio. Pues no lo es tanto al parecer. Y no lo digo yo, lo dice la PNAS en este artículo, que si alguien tiene problemas o no tiene ganas de leerlo, yo lo comento. La idea general es que cualquier colectivo tiene unos umbrales que si son rebasados, la cosa empieza a torcerse de una manera u otra. Como el tema del porcentaje de extranjeros en un país y el desequilibrio social que implica que haya demasiados (digan lo que digan los más progresistas). Todo en exceso es malo, incluso beber agua. Lo que provoca tener, digamos, demasiados contactos estrechos, por no decir amigos, que son palabras mayores, es en esencia, la polarización de la que tanto se habla.
La película es la siguiente: Al principio la lógica funciona. Uno tiene colegas con quien en principio puede compartir ideologías, aficiones, etc. Todo funciona bien cuando el grupo es pequeño, pero cuando se hace más grande, ya no se hace tan necesaria la tolerancia que podríamos tener en caso de contar con dos amigos, y el acto de hacer purga ya no es una cosa tan loca. Sucede entonces algo que se denomina el «cambio de fase», como cuando el agua se convierte en hielo, y pasamos de tener mano izquierda con nuestra gente cercana a ser más cerrados y quedarnos con la aprobación o consentimiento de un pequeño grupo, cuando el resto pueden tener opiniones ligeramente distintas a las que no están dispuestos a renunciar, y se generan burbujas entre las cuales la comunicación puede ya no ser tan amistosa como al principio.
Ahora extrapolemos la mecánica descrita a ámbitos más amplios. Instituciones, gobiernos, países enteros, la tele, o cualquier red social, ya que son las que empezaron todo este petate. Todo el mundo está hiper-polarizado. Quien dice blanco, a la hoguera. Quien dice negro, a la hoguera, y quien sale con una gama de gris, a la hoguera, por no decidirse por negro o blanco. Temas como la inmigración, la corrupción o las agresiones dentro del entorno de la pareja (porque usar cualquier otra definición me sonaría rara y polarizada) son la mecha que enciende infinidad de debates en donde pseudo-entendidos, que ahora se llaman politólogos, pero que en realidad son en su mayoría perros del régimen se tiran trastos a la cabeza tratando de demostrar su superioridad moral.
Pero no es el problema que los feriantes se ganen los dineros que les paga su secta partido político de referencia. La gente sin honor puede hacer lo que desee. El problema es que luego la gente se entierra cada vez más en las creencias que alguien dijo por ahí y sonaba medianamente convincente, o le apetecía creerse porque si. El problema quizás, es que ahora tenemos demasiado acceso a demasiadas personas que pueden exponer sus opiniones. Sacas el móvil, abres YouTube y listo. Barra libre de ideas extremas en algunos casos y de todos los colores.
El estudio se pone un poco técnico de más para mi gusto, e incluso emplea fórmulas bastante complejas que me voy a creer porque en el fondo la idea tiene bastante sentido, sobre todo sabiendo cómo está ahora el patio, así que ahora la pregunta obvia es: ¿Cómo revertir la tendencia a la polarización? Pues como todos los problemas complejos, las soluciones no pueden ser sencillas, y la única que mi lógica me dice es hacer purga y no escuchar a los politólogos. Sigo pensando que no se puede tener muchos amigos, por mucho que mi madre dijese que los tenía.
Tener muchos buenos amigos hace que ninguno sea bueno. En nuestros móviles o portátiles hay memoria RAM que es más escasa pero rápida y luego el almacenamiento que es más grande pero lento. No puede ser todo RAM. Tiene que haber gente con la que hablar del tiempo y las cosas del colegio de los chavales y a quienes les podamos contar cosas más personales, o incluso ideologías que no se airearían a los cuatro vientos. Reforzar solo un pequeño grupo de allegados de confianza hace que se aumente esa ya perdida tolerancia y no haga falta podar nada. No es garantía de éxito al 100%, por supuesto. Pero lo que está claro, con fórmulas y todo, es que igual que pasa cuando se sale de marcha un grupo muy grande, elegir el garito a donde meterse puede ser el inicio de una discusión, o como poco, malas caras. Ir de fiesta con tu amigo del alma no tiene esos inconvenientes. Cualquier lugar está bien.
En resumen, estamos crispados en general porque tenemos acceso a demasiada gente y a demasiadas opiniones. Escuchar a demasiados individuos convincentes nos hace pensar que debemos defender ideas que hemos comprado sin saberlo, a capa y espada. Luego las discusiones son más frecuentes y acaloradas, y ahora viene Nochebuena, que se supone, es noche de paz por definición.
Una prueba más de que el mundo ha evolucionado más rápido (obviamente) que nuestra mente, que colapsa cuando la exponemos a demasiados estímulos, y cuando digo estímulos no hablo solo de hacer scroll en Instagram, sino de hablar con demasiadas personas. Eso es muy cansado aunque parezca que sale gratis. Hay quien dice que me he vuelto antisocial por ciertas cosas que digo. Pero es una percepción equivocada. Soy muy sociable con poca gente, que es distinto. No se puede liberar la energía que se necesita para mantener una conversación decente con el primero que pase. Y es por ese motivo que hace ya tiempo que asumo que no tener veinte super colegas con quien ir de cañas cada fin de semana está perfecto, de hecho, tenerlos es antinatural. ¡Y polariza! Es duro decirlo pero lo mejor va a ser hacer una lista de amistades. Seguro que hay alguno o alguna que se puede dejar a barbecho. Eso sí, me tratáis bien a los que queden al final dentro del círculo.




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