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¡Oh, la familia! Una maravilla. Lo más importante que hay. Ya lo dice Toretto en cada nueva entrega de Rápidos y Furiosos. Después de salvar el mundo por enésima vez manipulando misiles nucleares con las manos desnudas, mandar coches a la órbita terrestre, y cruzar acantilados en un coche que va enganchado a un cable de acero, todo es paz y amor en la casa de Dominic. Toda la tropa, probablemente perseguida y odiada por numerosas organizaciones de todo el mundo, a simple vista en una casa de un vecindario, de barbacoa. Todo son brindis, frases memorables con camiseta de tiras y carne, mucha carne.

Lo de la carne muy bien, pero el resto, un tanto exagerado. Y no hablo ahora de coches en órbita. Hace unos días, alguien me dijo algo que yo mismo promulgo pero con una expresión mucho menos amable. Lo que me dijo es: «la familia es lo más importante, pero te puede llevar al fondo de un pozo«. No diré el motivo por el que creo que me lo dijo, porque no viene al caso, pero lo cierto es que estoy convencido al 100% de que así es.

Toca hablar de familia por el mismo motivo que toca comer tomates en esta época del año. Es alimento de temporada. Y como acabo de volver de vacaciones, y en vacaciones siempre se consume bastante de familia, pues no se me ocurre mejor tema. Los pensamientos es mejor transmitirlos frescos, como un tomate recién arrancado de la rama.

A fichar se ha dicho

Muchas veces digo que lo mejor que hice en mi vida fue ir a vivir a otra ciudad, de manera que la familia estuviese a una distancia suficiente para poder ser visitada, pero que no fuese una constante en el día a día. Esto, con niños, se traduce en que no disponemos de ayuda de nadie. Algo que muchas parejas no querrían ni en pintura, porque eso implicaría renunciar a demasiadas cosas durante demasiado tiempo. Por ese motivo, es muy común que cuando una pareja compra piso, especialmente cuando piensa en tener familia, busca que ese piso esté cerca de casa de los padres de alguno, o de los dos.

Nosotros hicimos un poco al revés, y no puedo estar más contento. Es cierto que la última película no infantil que fui a ver al cine fue «El despertar de la fuerza», pero tampoco pasa nada. Además, en estos últimos años, no ha habido demasiadas maravillas que echase de menos ver en pantalla grande, y a todo se acostumbra uno. El caso es que, viviendo desde hace unos cuantos años en una ciudad donde no tenemos familia, hace que sea más consciente de cómo se comporta el resto del mundo con el que interactúo, que sí tiene familia en la ciudad, o alrededores. Es, además, un reflejo de mi propia situación años atrás, cuando todavía no nos habíamos largado por motivos de trabajo.

Desde entonces, los domingos, para mí, han adquirido una nueva dimensión, porque son igual que el sábado, quitando que las tiendas no abren. Por lo demás, es día de tortilla y cerveza, y de hacer lo que nos dé la gana. Pero volviendo a las parejas que tienen familia, los domingos son el día de fichar. Y fichar no suele ser un hábito aséptico y transparente. Nada de eso. Es algo lleno de emociones, y pocas positivas en muchos casos. La regla más extendida es alternar un domingo en casa de cada miembro de la pareja. Cada semana toca visitar a padres o suegros. Y no nos engañemos, casi nunca la satisfacción está repartida de igual manera entre el padre y la madre cuando amanece el último día de la semana y nada más abrir los ojos ya se sabe que ese día tocará prepararse, coger coche, meter niños si los hay, ir a la casa que toque, y probablemente volver a media tarde, habiendo empleado gran parte del día.

Luego, cuando se tiene confianza con alguien, siempre aparecen chismorreos sutiles que hacen aflorar la pura realidad. Que si mi suegro siempre hace esto y me molesta, que si mi cuñada dijo esto que me pareció fatal, que si me están malcriando a los niños, y un largo etcétera de reproches que a nadie le van a sonar raros. Ojo, que no juzgo a nadie. Todo el mundo tiene roces con la familia y no estoy exento. Lo que ocurre es que, tal como recuerdo, tener que fichar cada domingo hace que cada pocos días toque excursión. Al menos, la comida está hecha.

Familia es solo un título

Cuanto más lo pienso, más veo que el hecho de que tantas parejas estén sujetas a las rígidas reglas de fichar cada domingo, y más aún cuando tienen hijos, supone en muchos casos sacrificar un preciado tiempo de desconexión. El fin de semana se convierte en el sábado y un trozo del domingo. Pero el problema no es solo el tiempo, sino el institucionalizar y regular ciertas visitas como si se tratase de un decreto ley. Como todo lo que viene, en cierto modo, impuesto, termina por agotar, y más aún cuando estamos hablando de la propia familia o la política.

No nos olvidemos de que (ahora me pongo pragmático), la familia muchas veces es considerada como un colectivo al que todo se le tiene que permitir, porque la alternativa de que haya desacuerdos o incluso una desconexión es algo del todo inadmisible para cualquiera. Pero sobre todo, hay que asumir que la familia son personas como el resto del mundo. Y muchas veces, una relación de toda la vida, asienta ciertas bases que luego es complicado revertir, y ya no vamos a mencionar lo que implica que las familias políticas (o las propias) puedan llegar a tomarse ciertas libertades en cuanto a temas tan personales de la pareja como la educación o gestión de los niños, por poner un ejemplo.

Temas particulares aparte, lo que quiero decir es que, aunque envidio con todas mis fuerzas a las familias que se reúnen eventual y sanamente, y cuando a todos les apetece de manera genuina (si es que este escenario existe), lo habitual es que siempre haya cierto componente de compromiso. Pero como el resto de relaciones humanas, sean o no con alguien con quien se tiene un parentesco, lo impuesto y recurrente no suena muy sano a nivel mental ni social.

El título de familiar siempre suele ir ligado de una manera u otra a cierta devoción o mayor permisividad, cuando, si lo pienso bien, quizás debiera ser al revés. A quien no conocemos, tampoco le podemos pedir mucho, pero a quien sí, quizás lo que uno espera debería ser mayor, ¿no? En serio, envidio los entornos familiares estables y abiertos, y me gusta siempre tener fe en que lo que se considera como ideal existe de verdad. Lo que ocurre es que al hablar con amigos o conocidos, o al mirar hacia mi propio entorno… madre de Dios. Por algo las historias más jugosas son las que van de miembros de una familia tirándose trastos a la cabeza. Porque se inspiran en aspectos muy pero que muy reales. Luke batiéndose a muerte con su padre Anakin, y el mundo entero emocionado.

El lugar de cada uno

Es sencillo averiguar el motivo por el cual los mayores pollos se montan en ámbitos familiares. Poner a un grupo de personas a tener una relación durante muchos años ya es motivo suficiente. En grupos de amigos, tras cierto tiempo, siempre aparecen roces. En Gran Hermano, al menos cuando no era todo un teatro, todo se aceleraba y las sillas enseguida volaban por los aires. Las parejas discuten por mil temas distintos. En las familias, cuanto más contacto, más posibilidades hay de discutir antes. No iba a ser una excepción. Además, hay demasiada gente que asiste a comidas o cede en cosas que no quiere, por contentar a alguien, o por no crear nuevos pollos. Tampoco eso es saludable. Toda esa represión mental termina por compactarse y crear aberraciones que deben ser liberadas de alguna manera para no estallar.

Las personas somos complicadas. No como los animales. En el portal de mi casa hay una zona cubierta que da al portalón de la calle y al patio interior del vecindario. Suelen anidar pequeños pájaros en los huecos que hay en las esquinas de las paredes con el techo, donde está el alumbrado. Un día se escucha a los polluelos. A los pocos días se escuchan más alto, y un buen día, ves a las crías hacer prácticas de vuelo por las plantas que hay alrededor. Luego ya, cada uno a hacer su vida.

Es verdad que puede venir un gato o un niño con un palo y acabar con el polluelo, pero seguro que este no discute con su madre por ir a comer a casa o no, o porque su hermano tiene más que él. No como una mujer que estaba en el parque infantil comiéndole la cabeza a su madre, allí presente, poniendo a caldo a su hermana porque supuestamente era una gorrona y nunca apoquinaba cuando tocaba la comida dominical. Cuando digo que le comía la olla, no era de una manera sosegada, no. Un rollo muy perturbador. Al menos el padre de su hija, estoicamente, cuidaba de la pequeña haciendo como si no estuviera allí.

Las familias bien avenidas son en mi mente una especie de mito. No por capricho, sino porque me remito a las pruebas, señoría. No sin algo de dolor, decidí cortar lazos familiares, y todo porque alguien no supo asimilar que cuando la gente crece y hace su vida, las cosas ya no se pueden gestionar de la misma manera. Algo que deberé tener bien presente el día de mañana cuando los chavales sean capaces de valerse por sí mismos ahí fuera.

Entonces, tendré tiempo para hacer todo aquello que no puedo ahora por falta de tiempo, y aunque probablemente sea complicado, tendré que no generar ese pozo del que hablaba al principio de la lectura de hoy, sabiendo que es lo correcto, y que no es justo considerar que estoy en una especie de trono alrededor del cual todo el mundo debe pasearse aunque no le apetezca. Seguro que todo el mundo entiende esta referencia.

Por eso, igual que el polluelo que acaba de aprender a volar, Toretto no tiene discusiones familiares. Entre persecución y persecución, barbacoa con los colegas. Los que han sobrevivido y los que han resucitado mágicamente en cada nueva entrega.

¿Algo que decir? Seguro que sí.

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