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Cuando iba a EGB, pasaba mucho tiempo en casa de mis abuelos, donde cada año celebraba mis cumpleaños. La casa era bastante pequeña y no tenía jardín ni nada. Una bodega bastante caótica y encima la vivienda. En el espacio entre las barricas de vino, el arcón y la esquina donde se guardaban las patatas poníamos una mesa con snacks variados, sándwiches de jamón, chorizo o nocilla y las míticas bebidas de fiesta, y de la canasta colgábamos la piñata cuya apertura era ya el clímax de la celebración. Con todo eso y algo de música sonando en el radio casette, todos éramos felices, a pesar de la evidente falta de glamour que cualquiera puede imaginar después de la descripción que acabo de hacer. Lo que importaba era pasar un rato de distensión fuera del colegio con la gente a la que había invitado y nada más. Oh, y el coste de todo aquello. Calderilla, sobre todo teniendo en cuenta que era la época en la que con 500 pesetas era posible ir a ver una peli de estreno.

Entonces, en mi ciudad había un local en el centro con zonas de juegos y actividades, lugar al que jamás fui, y del cual tenía la idea de que allí iban los hijos de los realmente pudientes a hacer lo mismo que yo a la bodega de la casa de mis abuelos, pero más profesionalmente. ¿Quién me iba a decir que eran unos visionarios, y mis hijos acabarían por visitar ese tipo de locales cada dos por tres? Hay que mencionar que no me he convertido en clase alta ni nada parecido. Simplemente parece que los estándares de diversión ya han cambiado, y en algún momento entre mi preadolescencia y la actualidad, la manera de proceder con los cumpleaños se profesionalizó y se industrializó de tal manera que lo invertido en una fiesta de cumpleaños para chavales entre seis y diez años (por dar una franja aproximada) ya empieza a ser canjeable por unos días en la playa en Benidorm.

Al menos en mi entorno, en el cual considero que no me codeo con altos ejecutivos de multinacionales ni mucho menos, la tendencia es pagar un mínimo de unos 300 euros por un máximo de invitados + un extra por cada niño adicional (y a veces hay otros extras que se pagan por separado) por unas tres horas de media de correr, saltar, hacer juegos con monitores, quienes ya se ocupan de llamar al orden cuando toca merendar o abrir regalos, y quienes incluyen una bolsita de chuches al entregar las zapatillas y los abrigos al salir. Para que el nivel de azúcar no decaiga. Ya perdí la cuenta de las veces que deseé tener uno de estos locales que hay que reservar con tanta antelación como el restaurante de una boda y que siempre están a tope.

Dinero aparte, una tendencia que con el tiempo va perdiendo fuelle (por suerte) es lo que llamo comunismo de amistad, que viene a ser que toda la clase está invitada, sean más o menos colegas del cumpleañero. Esto sienta precedentes, y habrá quien se sienta raro hablando con sus hijos para que decidan a quienes invitar, porque ya sabemos, (modo ironía activado) hay que quedar bien y hacer lo que los demás, y si es posible, subir el listón y encontrar un chiringuito con instalaciones más grandes, o actividades nunca antes vistas para así demostrar el compromiso con la felicidad de su hijo o hija (modo ironía desactivado).

Ahora bien, aparte del obvio ahorro de tiempo, tan necesario en esta etapa de crianza + trabajo, tenemos el tema de que todas esas intenciones tan nobles que todos tenemos de enseñar el valor de las cosas, y a saber quién es colega de verdad se pierden un poco entre los hinchables, bolas, piscina, paintball y todas esas historias que compiten en la misma liga que lo que hicimos en mi despedida de soltero. Sobre todo, quienes se vienen arriba y suben el listón año tras año, no ayudan demasiado. Ahora sugerir a mi hijo un cumpleaños modo casero es algo que tiene pocas o ninguna oportunidad de llegar a buen puerto, y tengo que admitir que si en el pasado hubiese vivido lo que él, también querría lo mismo, como es natural.

Con todo, no veo todo negro. Llega un momento en el que esa avalancha de regalos por el cumpleaños y la desmesurada generosidad de Papá Noel y los Reyes Magos se estabiliza, y la preocupación de no saber cómo leches hacer para que nuestra descendencia no piense que el dinero crece en los árboles empieza a no ser un dolor de cabeza. Digo muchas veces que estoy contento de haber nacido a principios de los ochenta, y es precisamente porque fue una época en la que no había hambrunas, pero tampoco estaba todo a un click de distancia. Los de mi generación nos lo pasábamos bien sin más tecnología que balones y bicicletas. Incluso cuando me hice con una Sega Saturn y pasaba los veranos en la casa de mis abuelos mencionada al principio, viciar era algo secundario. Era más divertido ir por ahí con primos y vecinos a trepar árboles con una falta de supervisión que paradójicamente hoy me costaría permitir, y que a lo mejor nos hizo crecer menos blanditos de lo que aparentemente son los niños hoy.

Igual que ocurre siempre, lo complicado es el balance. Darle a nuestros hijos lo que no tuvimos suena razonable, pero igualmente razonable es no darles ciertas cosas que no tuvimos y que así puedan ejercitar la tan necesaria habilidad de buscarse un poco la vida, y de paso, centrarse en cosas importantes. Por supuesto, al mismo tiempo que hay que pelear contra las comparaciones, y los compañeros que viven en la abundancia y los papás modernos que quieren que sus hijos tengan absolutamente todo, o no tengan ganas de discutir. Pero se puede hacer, que quede claro.

Antes de la despedida, mencionar que ahora que estamos sumergidos ya en la dinámica de la pandi del colegio, hemos abrazado los cumples en establecimientos dedicados, pero de gama media. Nada de cosas locas, pero eso sí, solo con quienes realmente quiera invitar el cumpleañero. Tampoco es cuestión de ser un carca garrado que se queja de todas las innovaciones. En unos años ya necesitarán otros planes, y entonces las preocupaciones no serán que tenga muchos o pocos regalos, o eso dicen los expertos. Entonces, si veo a un chaval preadolescente que tiene dos dedos de frente, sabré que todo habrá ido bien, y quien hará fiesta seré yo.

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