La lógica nos dice que si se quiere conseguir algo, cuanto más tiempo dediquemos e intensidad pongamos en nuestro empeño, más lejos llegaremos. Sin embargo, y como no puede ser de otra manera, habiendo leído el título, no todo funciona así. Bienvenidos a la recompensa negativa.
Hace unos días, YouTube me sugería un vídeo que pintaba a clickbait total, pero finalmente no lo era tanto y me hizo pensar. Así que, voy a compartir esas ideas y ya me diréis si os ha hecho pensar o no. Por dar un poco de contexto, la idea de hoy gira en torno al tipo de objetivo que quedamos conseguir. La complejidad de este objetivo va a determinar que, de alguna forma, la tendencia que todos tenemos en nuestra cabeza, se invierta. Lo que antes era una calle perfectamente pavimentada y en un día de sol, se convierte en arenas movedizas. Cuanto más intentamos salir, más nos vamos a enterrar. Vamos al grano.
Más tiempo, más resultado
Vamos a lo más sencillo. Lo que cae de cajón. Aquellas cosas que sencillamente, cuanto más tiempo dediquemos, más obtendremos. La máquina que pone pegatinas a los envases al final de la línea. Si pone 1000 por minuto, hará 2000 en dos minutos, y así. Si conducimos en coche, y vamos a una velocidad constante, recorreremos el doble de distancia si conducimos el doble de tiempo. Incluso, si nos dedicamos a poner sellos en documentos, podemos afirmar que, al margen del cansancio que pueda empezar a hacer mella, pondremos el doble de sellos si dedicamos el doble de tiempo.
Quitando temas de mantenimiento de la máquina, el coche, o el nuestro propio, las tareas mecánicas y físicas son el ejemplo típico de lo que se podría representar con una gráfica donde el eje X fuese el tiempo, el Y el rendimiento, y la línea fuese recta y de 45 grados sobre el eje X.
Rendimiento decreciente con el tiempo
Vamos a subir un peldaño. Ahora hablamos de actividades que tienen un componente de novedad, y de cierto procesamiento mental en algunos casos. El rendimiento se puede medir, nuevamente, de muchas maneras. El grado de disfrute de la actividad, o la calidad de lo que obtienes de la misma, son las clásicas formas de medir el rendimiento en este nivel.
Lo que podemos incluir en este apartado son actividades como comer pizza, jugar a videojuegos, ver la tele o la reina de las actividades de moda: ser productivo. Cojamos esto como ejemplo. Y que esto quede claro a todos los responsables de departamentos que puedan estar leyendo esto. Trabajar intensivamente en una tarea, con foco, una hora, es productivo. Haciendo pequeñas pausas entre medias, trabajar una segunda hora puede ser el doble de productividad, y así hasta cuatro, o cuatro y media que si mal no recuerdo, es la media de tiempo que se sabe que alguien es productivo en un día.
Todo lo que se haga desde la hora 4,5 hasta la octava ya no va a ser trabajo de calidad. No vamos a resolver problemas importantes, desarrollar algo que funcione, o analizar un problema en condiciones. Si lo hacemos, probablemente no sea algo de lo que sentirse orgulloso y necesitará alguna que otra revisión.
Por seguir los ejemplos de antes, ver la tele puede resultar el doble de satisfactorio si la vemos dos horas en vez de una, pero llegado cierto punto, lo que apetece es ir a tomar el aire. Lo mismo para la pizza, o jugar a lo que sea. Todo aquello en lo que queramos ser productivos y que conlleve cierta capacidad de procesamiento mental (por llamarlo de alguna manera), y que no sea una tarea física y mecánica, irá haciendo que cada vez la línea de nuestro gráfico se vaya haciendo más horizontal. Cada unidad de tiempo a mayores que dediquemos, hará que el beneficio por cada una de esas unidades de tiempo sea menor.
Es por esto que debemos tener claro que todo aquello que lleve asociado el tener nuestra mente fresca, haya un factor de novedad o nos requiera darle vueltas al coco, tendrá una productividad decreciente con el paso del tiempo.
Cuanto más esfuerzo, peor resultado
Llegamos al confuso terreno de las arenas movedizas de la recompensa negativa. El éxito negativo, podríamos llamarlo. Parece complicado creer que algo así exista, y eso es algo que solo ocurre en el terreno de lo mental. Incluye, por supuesto, a las relaciones sociales.
En este sentido, el esfuerzo iría orientado a alcanzar un estado a nivel mental, o psicológico. Quizás un estatus en un grupo de personas, o un reconocimiento en el ámbito laboral, o familiar. Todos estos objetivos son como correr hacia algo y estar cada vez más lejos en vez de acercarnos.
Lo experimenté alguna que otra vez, pero me acuerdo ahora de una ocasión en la que, en mi primer trabajo, no recuerdo ahora el motivo, estaba empeñado en ser más eficiente y sacar más trabajo metiéndome en más fregados. Recuerdo claramente cuando terminé recibiendo una leve bronca de mi jefe (a quien quería agradar). La única vez que eso sucedió. Después de esa conversación pensé: ¿Para qué me molesto? Empecé a hacer lo justo para que las cosas fueran saliendo. Tiré algún balón fuera, era cordial con la gente como siempre, y lo que pasó fue que empezó una etapa de prosperidad. Recibía buenos comentarios, y yo, sin ser negligente con lo que hacía, tampoco sudaba la gota gorda.
En ese momento, bauticé a esa paradoja como la ley del inútil. Pensaba que algo iba mal en el universo cuando esas cosas pasaban. Que no servía perseguir algo porque parecía que cuanto más hacía, menos conseguía a cambio.
La ley del inútil es un nombre poco comercial, la verdad, pero durante un tiempo pensaba que era la responsable de que a ese tío petardo a quien no le prestarías ni cinco euros, su jefe le daba más responsabilidad, y probablemente mejor salario. Bueno, quizás en este ejemplo haya otras variables, y tenga otras teorías que afectan a los criterios que los malos jefes tienen para elegir a sus sucesores. Pero mi ejemplo anterior es perfectamente válido.
No recuerdo haber querido intencionadamente caerle bien a alguien, porque no es mi manera de ser, pero en esa etapa en la que no tenía nada de fe en mí mismo, me consta que intenté agradar a la persona de la que dependía. Acababa de ser fichado en una compañía célebre, quería que todo fuese bien, que las personas adecuadas me mirasen con buenos ojos, y asegurar mi continuidad. Esto lo articulaba tratando de responder de la mejor manera en los correos, o en persona, o diciendo las cosas adecuadas en las reuniones. No sabía lo equivocado que estaba.
Por supuesto, no solo no le agradé a esa persona, sino que terminamos por no aguantarnos el uno al otro. Ahora me queda la duda de qué habría pasado si, en lugar de tratar de agradar, me limitase a confiar en lo que sabía y decir las cosas claras. Bueno, eso ahora ya da igual.
Lo que quiero decir con esto es que todos los objetivos que están originados, y a su vez, están orientados a nuestra mente, son el terreno de la psicología cuántica. Esforzarte por caer bien a alguien es ir directo a que no te soporte. Poner todo tu empeño en no sentir ansiedad es terminar con más ansiedad. Hacer todo lo posible por no estresarte es un estrés en sí mismo. Si nos ponemos simplistas, querer ser feliz implica decirle a tu mente que no lo eres, y eso te hace sentir miserable.
Visto de esta manera, esto son buenas noticias. La recompensa negativa es un camino que no se debe tomar. Hay fuerzas contra las que no se puede ir a pecho descubierto y desenvainando la espada, porque vamos a perder. En vez de querer suprimir, creo que lo mejor es estar conforme con lo que se tiene y aceptar. Muchas veces, no es que nuestra mente nos engañe, que también. Más bien sucede que nos obsesionamos por conseguir llegar a un punto, que eso provoca que nos martiricemos siendo consciente de que no estamos donde queremos, hasta que nos damos cuenta de que estos problemas son como los programas de la tele. Si no tienen audiencia, terminan por desaparecer.





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