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De igual manera que pasé por esa absurda etapa en la que leía para ser más productivo, en este momento estoy centrado en desarrollar otro tipo de habilidades. No es que no me interese ser productivo. Solo que no quiero serlo de la manera que la mayoría de publicaciones quieren dar a entender.

Me interesa, en términos modernos, ser productivo de manera sostenible. Sostenible para mi cabeza, que quiero evitar que se embote con movidas absurdas del trabajo desde el momento en el que la tapa del portátil se cierra y el equipo entra en suspensión. Tratando de balancear, este problema está resuelto. Ahora, entraría en juego la eterna pelea con lo que siempre he considerado un mono con platillos que le dice a nuestra cabeza que no nos matemos con nada que pinte mínimamente complejo, pero que ahora veo con una mirada distinta.

Siempre he considerado que era un poco vago. Mis profesoras en el colegio no lo decían con esas palabras, pero decían que no me esforzaba porque no quería. Y tal vez no quisiera. Me cuesta muchas veces encontrar el sentido de las cosas, y por encima, soy víctima de mi ciclo eterno de causalidad, que me cuesta a veces cortar. Tal vez no fuese tan vago, ya intentando echarme algunas flores. Tal vez simplemente hubiese alguna fuerza opuesta a las ganas que pudiera poner de mi parte para estudiar, realizar tareas de dudosa utilidad (o burocracia, que detesto), o ahora mismo, emprender proyectos literarios.

Fue hace poco, casi de casualidad, cuando me enteré de la existencia de un libro llamado «The War of Art», que explora el concepto de la resistencia, la manera en la que se manifiesta y cómo combatirla. Pero lo más importante es el significado que tiene. Las pistas que nos da. Y sobre todo, el inquietante concepto de que la resistencia es el mal, en el sentido más amplio de la palabra. Si no he generado curiosidad con esta extensa introducción, no sé qué podría.

Problemas de la vida moderna

Nuestra puñetera mente todavía está programada para preservar nuestra seguridad física y mental. No está preparada para que nos guste hacer abdominales hasta tener tableta, ni para comer brócoli a la plancha, y menos para realizar un esfuerzo mental porque sí. Lo malo es que no podemos llevar una vida paleolítica en pleno siglo XXI. Nos agobiamos con cosas que hace siglos o milenios no hubiera pasado jamás. Nos guste o no, somos seres sociales y estamos diseñados para ser parte de un grupo. Eso, unido a que antes vivíamos como treinta o cuarenta años, no había tiempo de comerse la cabeza con nada. Además, probablemente tuviésemos claro lo que hacer cada día, o tendríamos a alguien de quien dependiésemos, que nos diría que hacer, o que nos podría liquidar en caso de no obedecer.

Más tarde, llegamos al punto en el que no solo vivimos muchos más años, sino que queremos ser libres para hacer o no hacer, e incluso tenemos tiempo libre, y tenemos aspiraciones, ambiciones, sueños que cumplir, y todas esas cuestiones no tangibles de las que algo mencioné aquí. Es entonces cuando se nos antoja algo tras haber tenido alguna revelación, o por haber escuchado a alguien inspirador, y queremos meternos en harina con cualquier cosa que no sea alcanzable pulsando un botón. Empieza entonces una aventura en la que, aunque podamos ayudarnos de otros, en el fondo, en todo lo referente a sacar fuerzas para empezar a andar (y sobre todo continuar), estamos absolutamente solos. Y no estamos preparados para tal cosa.

El diablo en nuestro hombro

Como mencioné, en «The War of Art» se expone una visión un tanto distinta, y quizás mística, de lo que representa e implica la fuerza que nos empuja hacia abajo cuando lo que queremos es subir. Esa fuerza, que todos sabremos reconocer, es la que nos insufla inseguridad, estrés, o incluso miedo, cuando estamos a punto de empezar algo que nos llevará meses o años. O toda la vida.

No tiene nada que ver, desde mi punto de vista, con falta de capacidad, o con lo que yo pensaba que era mi caso, la pereza. El mono con platillos tiene un aspecto mucho menos amenazador que el arquetipo de esa criatura del averno en miniatura que nos come la oreja recordándonos todas las penurias que vamos a sufrir si finalmente decidimos lanzarnos a la aventura que tengamos en mente. Pero luego es cuando vemos a ese empresario de éxito, ese deportista de élite, o ese escritor que hace que nos quedemos pegados a sus obras cada noche antes de dormir. Y queremos ser ellos. Y eso está bien.

Luego, en el otro hombro, tendríamos, por irnos a lo clásico, a un ángel, que nos diría que no escuchásemos al pibe del otro hombro, que solo quiere que dejemos todo y nos rindamos al camino fácil. Pero este ángel habla flojo, y es poco convincente. Y no hemos venido a hablar de él. Solo lo menciono para dejar constancia que una parte de nosotros sí que nos anima, pero como pasa con las reseñas de Amazon, una negativa tiene más peso que cien positivas.

¿Qué mensajes nos deja este hombrecillo con cuernos, cola en punta y tridente? Pues depende de aquello en lo que ponga su foco, puede variar. Puede ser cualquiera de estas cosas:

  • Eres ya mayor para empezar esto, así que olvídate
  • Eso son pamplinas, dedícate a currar y punto
  • Mira que sueño tienes
  • Te has olvidado de mirar si hay algún vídeo absurdo nuevo en YouTube
  • Mejor pon un capítulo de algo
  • ¿No ves que no tienes tiempo? Déjalo ya

Hay una parte de este libro que cuenta algo que puede que sea un poco exagerado, pero si lo pensamos bien, y nos damos permiso para abrir nuestra mente, es un tema que da que pensar.

Cuenta que Hitler, cuando era joven, quería ser artista. Pintor concretamente. Heredó un dinero y se movió a Viena para formarse en la Academia de Bellas Artes, a los dieciocho años. Supongo que algo se torció, porque, como comenta el autor, resultó más sencillo para él empezar la Segunda Guerra Mundial, que enfrentarse a un lienzo vacío.

El significado positivo del diablo

Menudo giro de los acontecimientos. ¡Pero si todo este rollo tiene un fondo positivo y todo! Pues claro que lo tiene. Lo que este libro menciona es que de alguna manera mística, si tenemos en nuestra cabeza cosas que deseamos de verdad, y que nos llenarían en caso de conseguirlas, pero nos dejamos convencer por los mensajes de autosabotaje que nuestra mente nos tira sin piedad, esa frustración va a macerar, y cuando se avinagra lo suficiente, se puede convertir en algo que nos guíe de manera permanente. Puede incluso que se genere monstruos en la buhardilla.

Tal como interpreto la anécdota de Hitler, es posible que en algunos casos, la gente se vuelva, digamos, oscura, porque cuando se encuentra en un cruce de caminos en el que el camino correcto está lleno de piedras, pero que llevaba a la realización, y en el otro pega el sol, y está asfaltado perfectamente, pero el destino es un pozo de lodo. Quizás sea este pozo de lodo lo que en los libros, o la vida real, convierte a las personas en villanos. O simplemente en gente amargada. A mí, desde luego, me encaja bastante la idea. De alguna manera, calma mi manía de querer saber el porqué de las cosas.

¿Cuál creo que es la utilidad práctica, o el valor de saber identificar estas resistencias malévolas? Sencillo. Son el indicativo de lo que debemos hacer. Es una siniestra forma de guiarnos, o de ponernos a prueba. Cuanto más nos acojone algo, más debemos tragar saliva, arrancarnos la camiseta como un maldito superhéroe y tirarnos de cabeza. Suena absurdo, pero es como creo que funciona. Además, la recompensa no tiene precio.

Conversaciones complicadas que estamos atrasando, tener una inevitable bronca con quien sea, salir a correr por la mañana a quien le guste, o como es mi caso, escribir, son cosas que es muy posible que cueste horrores ponerse. Eso sí, debemos preguntarnos si realmente son cosas que nos van a llenar, o resolver algo que lleva tiempo funcionando mal. Si no, no vale.

Solamente me he leído como un tercio del libro, y creo que los otros dos tercios tendrán alguna que otra idea interesante. Si es el caso, lo compartiré en futuras entregas. Pero por lo pronto, identificar esas excusas de mierda que nos ponemos para no hacer lo que nos llena es un arma muy poderosa. Y funciona en modo automático. Simplemente, necesitamos pararnos a ser consciente de lo que nos viene a la cabeza y entonces… hacer lo contrario de lo que nos sugiere nuestra resistencia.

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