Aunque no lo parezca, hoy todo va a girar en torno a algo que considero importante en el terreno laboral, y como siempre, vinculado al sector que conozco, que es la consultoría. Algo que, siendo sinceros, me empieza a dar igual porque he ahora veo todo distinto a como lo veía hace, no sé, diez años. Estamos hablando del sentimiento de pertenecer a algo. Y digo que me empieza a dar igual porque, en términos generales, al sector le da igual también. Entonces, ¿por qué me debo preocupar yo? Finalmente, he decidido abrazar esta «frialdad» del sector de la consultoría, que, por suerte, no siempre se da. Un poco confuso quizás todo esto que acabo de decir. Me voy a explicar.
Veamos. Si repaso mi trayectoria, me doy cuenta de que, en términos de pertenencia a algo, mi primer proyecto tenía todos los requisitos. Y en muchos otros aspectos, ahora que me paro a pensar, también. Empecé en un cliente final, y eso es raro. Más raro todavía es que fue en una implantación SAP desde cero y en una ciudad pequeña donde el tejido industrial no es ninguna locura tampoco. Un rara avis, vamos. Con todo esto, en mi contrato y en mi nómina figuraba el nombre de la empresa que me pagaba y para la cual desempeñaba mi labor. La misma para la que trabajaba todo el mundo con quien lidiaba en mayor parte. Evidentemente, había proveedores de servicios de varios tipos. En la fábrica había subcontratas de empresas de ingeniería, como es normal, y en TIC, también. Pero todo tenía su sentido. Una empresa no va a contratar internamente a alguien que va a necesitar durante un año, por ejemplo. Yo mismo trabajaba con consultores de nuestro partner en la implantación de SAP, a quienes agradezco todavía hoy todo lo que aprendí de ellos, y con quienes me he encontrado más de una vez en diversos proyectos, o en ocasiones en la puerta del colegio, literalmente. Creo que, en parte, la gestión de la subcontratación estaba bien en mi primer trabajo porque era una empresa pequeña. En la fábrica estábamos menos de cuatrocientas personas internas. Después, los números no daban y literalmente, todos nos fuimos a la calle.
El otro lado
Tiempo más tarde, terminé en consultora. Oficina de muy reciente creación en Vigo, y éramos cuatro gatos casi literalmente. Fue una etapa divertida. Nada más llegar, me tocó un proyecto fuera de España y bueno, hice un poco de turismo también. El caso es que estaba en el lado del proveedor, donde se dice que se aprende más porque andas metido en varios proyectos y eso aporta conocimientos más variados. No siempre se cumple esto, pero al menos, en las consultoras de tamaño comedido, efectivamente es así. Por resumir, el tiempo que pasé en esta consultora, realmente, también tenía la certeza de a dónde pertenecía. En realidad, siempre lo he tenido. Lo que quiero decir es que todo era consistente. Se crean equipos para proyectos, vas participando en esta implantación, en este soporte, en aquellos evolutivos de aquí y allá, visitas a cliente eventuales y luego siempre vuelves a tus oficinas a tomarte el café con los colegas.
El otro lado estuvo muy bien, la verdad. Al principio me daba un poco de reparo pensar que quizás haber estado casi seis años en un cliente me habría atocinado un poco y no estaría a la altura de las circunstancias, pero como cada vez que se me pasó esa idea absurda por la cabeza, estaba equivocado. Además, aprendí muchas cosas y conocí a gente muy interesante.
Al igual que pasaba en el cliente final, lo que tenía claro es que sabía perfectamente a quién recurrir en caso de necesitar algo. Dudas con respecto al proyecto en el que estaba, pedir irme a otro, o más pasta, por ejemplo.
En terreno de nadie
Llegó un momento en el que terminé por tener oferta de un conocido cliente en el que me empeciné, y tras un innecesariamente largo proceso de selección, y de quedarme fuera en la primera ronda, entré en la segunda. De no haberme quedado fuera, todo hubiera sido distinto, probablemente. Pero por lo que fuera, mi misión se culminó, aunque no al 100% como tenía en mi mente. Estaba a las puertas del mal llamado mundo del Body Shopping, que suena fatal, aun siendo un palabro cool en inglés. No tengo queja con mi empresa pagadora, son aquellos que menciono en este post, y que fueron tan majos de hacerse casi dos horas de coche para conocerme. Después de todo, quien ponía la pasta era el cliente, y ellos se quedarían con un pequeño porcentaje, que habiendo visto las películas que se generaban con este cliente, era una comisión del todo merecida.
Esta modalidad de contratación se produjo porque se veía que el cupo para trabajadores internos estaba limitado, pero necesitaban personal igualmente, y bueno, cosas del directo. En el fondo negocié las condiciones con el cliente, así que al menos no podía decir que me pagasen una miseria y encima estuviese trabajando codo con codo, con compañeros mucho mejor remunerados y haciendo labores equivalentes. Es me pasaría en futuros proyectos. No estábamos hablando de la carpintería del pueblo que quiere ahorrarse una pasta. En el fondo salía tanto o más caro que haber hecho una contratación directa. Cosas que nunca acabaré de entender.
La situación en este proyecto era la siguiente: En el equipo en el que yo estaba, éramos cinco, dedicados a labores análogas pero en partes distintas del proyecto. Algunos eran internos y otros no lo éramos. Lo que era común era que todos respondíamos a las órdenes de la misma persona, y en general, a lo que el cliente necesitaba. Las exigencias eran las mismas para todos, y las broncas podían caer indistintamente a cualquiera, fuera interno o no. Ah, se me olvidaba. En nuestro correo electrónico había una coletilla que hacía referencia a que éramos externos, lo cual hacía que quedase un poco raro darle a alguien tu email, pero oye, supuestamente eso hacía que todo fuera legal.
Las diferencias luego se empezaban a notar. La zona para aparcar era un auténtico infierno, y la fábrica tenía un vado donde los internos podían aparcar, pero los externos no, así que bueno, por mucha suerte que tenga aparcando, que la tengo, no funcionaba siempre. Nunca confesaré lo que terminó ocurriendo para poner solución a ese inconveniente, por si acaso. Lo sabe quienes deben saberlo y ya. Otros asuntos no tenían solución, como el poder obtener productos que la empresa fabricaba de manera gratuita (con un cupo por mes, eso sí), o los eventos corporativos que solían consistir en diapositivas para recordar lo bien que iba todo, y unos siempre apetecibles pinchos. Pues a ese tipo de eventos, los externos no estábamos invitados, y esto sí lo puedo decir: esos días, durante las horas que nos quedábamos los externos defendiendo el fuerte, al menos yo, no me esforzaba demasiado. Si el resto tenía derecho a una jornada de relax, yo también.
Visto desde la distancia, la molesta sensación que me provocaba esta no pertenencia al proyecto en el que estaba dedicando mi tiempo, ahora me parece una tontería insignificante. Quizás es porque me he vuelto más pasota, frío, o las dos cosas, siempre en el terreno laboral, claro.
No fue, sin embargo, la última vez ni la más sangrante que experimenté esta cesión ilegal del… perdón, Body Shopping. No sé en qué estaré pensando. La segunda vez ocurrió cuando decidí meterme en jardines nuevos. Me metí en otras áreas de trabajo que nada tenían que ver con la consultoría, y me metí en un proyecto para un cliente mucho más grande que el anterior, pero sin cambiar de empresa para la que trabajaba. Ya la manera de meterme en este proyecto fue, cuanto menos, rara. Mi gerente, que tenía relación con el que por aquel entonces era el responsable por parte del cliente del proyecto al que iría yo, me convocó a su despacho para explicarme de qué iba el proyecto. Me dijo más o menos esto: «Bueno, es un proyecto en el que hay que realizar tareas de análisis con distintos departamentos y desarrollar soluciones o resolver incidencias». Y yo pensando: «Ah, bueno, genial, 300 resultados posibles» pensé. Tuve que enterarme de qué iba todo una vez me marché al cliente físicamente a trabajar. Me encontré en una mesa claramente auxiliar, donde me había cuatro compañeros, de dos proveedores distintos. Conmigo tres. Había una regleta en el medio mal puesta que a duras penas nos llegaba para nuestros portátiles, y el cuarto de baño estaba relativamente cerca, con lo que había un tráfico constante de gente alrededor. Con el tiempo conseguimos unos puestos dignos, pero lo importante no es eso, sino que en este caso, este proyecto, que aunque no fuese lo más crucial para el cliente, podía llegar a ser algo grande (cosa que al final no fue), estaba constituido por una persona que hacía las veces de líder de equipo / responsable de departamento, y el resto, excepto una persona, éramos todos externos. En la época de más miembros del equipo (porque esto es siempre un ir y venir de personas), éramos como unos diez externos y en total éramos de cinco empresas distintas.
En este cliente, era bastante habitual que hubiese una intensa competencia en todos los aspectos imaginables. Después de todo, era parte del ADN del cliente, parte de su cultura. Y eso no es algo que fuese a cambiar de un día para otro. Seguía habiendo algunos aspectos algo molestos, como, nuevamente, el tema del aparcamiento, y no poder tener cesta o cena de Navidad. Lo del aparcamiento era una auténtica faena. Aquí trabajaban miles de personas, de los cuales un porcentaje muy alto éramos externos, y debíamos buscarnos la vida por las calles cercanas dentro de un polígono industrial. Los días de calor, ni tan mal, pero cuando llovía… menuda maravilla. En esta ocasión, no pude hacer uso de ninguna arte oscura para poner remedio al tema del estacionamiento. Pero volviendo al tema de la competencia, resultaba un poco bizarro estar en un equipo físicamente de manera permanente en el cliente, el cual estaba en mi misma situación de externalidad, y recordando que no era algo claramente temporal, sino que el proyecto daría para años de trabajo. ¿Qué provocaba esta situación? Pues cada empresa proveedora siempre pelearía por meter a más gente en proyectos, frente a otras empresas competidoras, lo cual no generaba tiranteces entre nosotros, pero sí que generaba un ambiente un tanto viciado. A fin de cuentas, como digo, era parte de la filosofía del cliente.
Vamos a subir un poco de nivel. En este mismo proyecto, sucedió algo que todavía considero surrealista a niveles astronómicos. En medio de las habituales luchas de poder que sucedían en la sombra, nuestro responsable de departamento, que es alguien a quien apreciaba, y aprecio, porque me parecía una persona justa, terminó por moverse a otras áreas, y en su lugar, para llevar el departamento, nos plantaron a alguien de nuestro equipo, esto es, un externo. No hace falta decir lo que esto podría suponer en términos de conflictos de intereses, aunque todo pareciese lo más lógico y limpio del mundo, pero aparte de eso, lo increíble es que recaía bajo los hombros de una persona que trabajaba para un proveedor, la gestión de un equipo entero, del presupuesto para el mismo, y de la selección de personal con otras empresas auxiliares. Esta curiosa situación al menos nos proporcionó a mis compañeros dentro de mi empresa y a mí, un montón de chismorreos acerca de las extrañas conversaciones entre nuestro jefe de departamento y nuestro gerente acerca de nuestro rendimiento. Bastante divertido todo.
Lo que hace que estas situaciones sean posibles, desde mi humilde punto de vista, es la el gran atractivo que tiene la idea de trabajar para clientes importantes y conocidos. Puede representar una carta de presentación buena para un futuro cambio, o a lo mejor la perspectiva de hacer carrera en una compañía que difícilmente desaparecerá, donde siempre habrá trabajo, y donde pagan bien. Con este planteamiento, algunos entrarán directamente a cliente, y otros irán por esa maraña de empresas externas tratando de demostrar sus aptitudes, pero sobre todo, cayéndole bien a las personas indicadas, para, con suerte, terminar en ese dorado destino que es el cliente final. Naturalmente, aunque esto sea bastante común, no todo el mundo lo ve así. Lo que sí me choca, y mucho, es haber conocido a personas que llevan más de ocho años trabajando presencialmente como externos para un cliente, con puestos de cierta responsabilidad y metidos en las gestiones internas del propio cliente. A todas luces, ese puesto es una necesidad por parte del mismo. Un año puede ser, o si me fuerzas, dos. Pero ocho me parece hasta una falta de respeto. He de decir, sin embargo, que admiro seriamente la capacidad de estar tantos años en un puesto que llevaría asociadas unas condiciones superiores a las que disfruta alguien que está subcontratado en ese mismo puesto, y que el cliente estira como un chicle porque saben que son un caramelo. Yo no tengo esa fortaleza, ni ese aguante.
El origen de todo
No lo puedo asegurar con total rotundidad, pero estoy bastante convencido de que esta proporción de empleos subcontratados no sucede tanto en otras disciplinas. El sector de las TIC está visto en general como un servicio, algo que está ahí, en la lejanía, y que no merece la pena apostar por personas que desempeñen su labor de manera permanente. Como dije al principio, debe existir una proporción de trabajadores que sean externos, porque van a realizar un trabajo, y cuando se termine, pueden dedicarse a otro proyecto, siempre siendo gestionados como externos. Pero muchas veces se quiere tener todo a la vez. Gente que esté ahí permanentemente, recibiendo instrucciones del cliente, con equipamiento del cliente, gestionando aspectos presupuestarios del cliente o cualquier otra circunstancia que excede con creces lo que un subcontratado debe hacer. Y de paso, si viene una pandemia, por poner un ejemplo al azar, es muy sencillo decirle a tal o cual empresa que ya no necesita a ciertas personas, de un día para otro. Sería como casarse con alguien, pero pudiendo tramitar el divorcio unilateralmente pulsando un botón. Todo lo bueno del compromiso, pero flexibilidad total a la hora de cortar lazos.
No me había olvidado de mencionar por qué creo que en nuestro sector a veces casi nos olvidamos para quién trabajamos. He visto a autónomos que han pasado por una empresa de selección para trabajar para una consultora, que a su vez ofrece servicios a un tercero. Todo muy complicado. El elevado número de externos sucede porque se sigue percibiendo que la consultoría, los equipos de desarrollo, los ingenieros de software o arquitectos de datos, por mencionar ejemplos, desempeñan labores, pues eso, auxiliares. Y decir eso en 2024 es un poco raro cuanto menos, cuando lo único que no falta en cualquier empresa es un ecosistema de aplicaciones, datos y herramientas de gestión sin las cuales no sería posible trabajar. Luego llega la rotación, que es un coste, que con un poco de compromiso, se podría mitigar en gran parte.
Haciendo un poco de retrospectiva, habiendo pasado por etapas en las que lo mencionado en este post me molestaba más de lo que me molesta ahora, lo que trato de hacer es meterme en proyectos en los que haya un planteamiento que considere justo. Si trabajo para un cliente, bien. Si es para una empresa de servicios y estoy asignado a un proyecto o a varios, pero realmente sé que debo acudir a mi empresa para cualquier tipo de duda o reclamación, perfecto también. Lo que no me apetece experimentar de nuevo es esa situación en la que cuando necesitas ayuda, tu empresa y el cliente se pasan la pelota mientras lo que quiera que esté mal, siga estándolo. Incluso la opción de Freelance empieza a ser apetecible. Puestos a pertenecer a algo, no se me ocurre mejor lugar al que pertenecer que a uno mismo.
Deja una respuesta