Tiempo de lectura: 9 minutos
Escucha este artículo
0
(0)

En más de una ocasión, hablando de temas de trabajo entre mi mujer y yo con su padre, nos comentaba que, si estábamos descontentos o creíamos merecer más de lo que nos estaban dando, deberíamos hablar con el patrón para recordarle todo lo que estábamos haciendo por la empresa, y así, comprendería que mereceríamos una subida salarial. Siempre se dedicó a trabajos de tipo manual o físico en cualquier caso, como la mayoría de nuestros abuelos o incluso padres, que desarrollaron su carrera en la era pre-digital. El mundo físico tiene la ventaja de que lo que ves es lo que hay. No hay posibilidad de humo, ni de vender ideas caras, ni posibilidad de trampear lo que uno hace. Ah! el humo… Le pienso dedicar unas palabras. Me lo apunto para otra.

La productividad entendida desde el punto de vista más purista e industrial tiene su ciencia después de todo. De temas industriales, además, por temas de trabajo, un poco creo que sé. La ciencia reside en que, para fabricar, en una línea de producción, hay varios puestos donde se realizan trabajos, y donde para poder producir más, cada movimiento debe estar calculado y optimizado para no desperdiciar tiempo. Ya no solo a nivel de mejorar las máquinas, sino que en las labores donde se requiere la intervención de personas, cada giro para coger o dejar una herramienta, la manera de apretar un tornillo, poner una tapa o colocar una pieza en su lugar, debe estar calculado al milímetro, y con la práctica, igual que conseguimos conducir nuestro coche mientras comentamos lo que sea con nuestro acompañante, las labores en la línea se hacen de manera automática y óptima. Todo esto en un marco de ocho horas por día. Luego fichas para salir, y a tu casa sin pensar en lo que ha quedado por hacer, porque habrá otro turno que continuará con el trabajo.

Entonces, llegó la digitalización, y los trabajos relacionados con las tecnologías de la información, y mientras muchos siguen haciendo lo comentado más arriba, muchos otros, nos dedicamos a picar piedra figuradamente delante del monitor. Esto abre la puerta a un mundo de posibilidades, y de paso a mucha incertidumbre, haciendo que la manera en la que medimos cuántas piezas, figuradas también, somos capaces de fabricar por día, y el esfuerzo que eso conlleva, se convierta en algo difuso.

De la procrastinación al esclavismo

Como siempre, este artículo no es para todo el mundo. Si eres de los que vive para trabajar, lo cual respeto, pero no comparto, entonces puede que no sea para ti, lo lamento. Ahora bien, dentro del otro grupo, en el cual me incluyo, podemos dibujar en nuestra mente una barra imaginaria con dos extremos, y que va a medir, por decirlo de alguna manera, las revoluciones a las que vamos. Pensemos que a la izquierda tenemos ese estado en el que no damos un palo al agua. Nos levantamos tarde, comemos cualquier cosa, horas y horas viendo la tele, no nos centramos en el trabajo, o pasamos el rato viendo noticias aquí y allá, o vídeos en YouTube. Naturalmente, ni hablar de hacer algo de ejercicio. En este estado, somos siervos de nuestro traicionero cerebro que solo quiere sobrevivir sin el menor sobresalto. A este lado del espectro, por supuesto, incluiremos la seductora gratificación instantánea, disponible en todos lados: Infinito entretenimiento con ese botón dedicado a nuestra plataforma de streaming en el mando de la tele, seductores iconos en el móvil, y unos aparentemente inofensivos, y rápidos de preparar Yatekomo. Esto, estimado lector, es ese mundo gobernado por ese mono con platillos que se aloja en alguna parte de nuestra mente, y que solo quiere bailar, beber y dormir.

En el otro lado del cuadrilátero, tenemos ese universo en donde reside la obsesión por llegar tan lejos que ni siquiera sabemos dónde es ese lugar, ni cuándo llegaremos. Si en lo personal puede suponer pretender mantener ese escultural cuerpo para el verano con una meticulosa dieta pesando los alimentos para no pasarnos con los hidratos, en lo profesional puede suponer algo más peligroso. En consultoría o cualquier otra vertiente de las tecnologías de la información, es frecuente que la montaña de trabajo pendiente sea casi infinita. En especial, los proyectos de implantación, o en grandes clientes, suelen estar dimensionados de aquella manera, y claro, cada euro que no se gasta en personal, es beneficio para la consultora tras el proyecto. En resumen, que en este sector hay curo para dar y tomar, y siendo mando intermedio o no, no es complicado dejarse llevar por todo lo que hay que hacer, y por las presiones del propio proyecto, o de tus responsables, generando una sensación de responsabilidad o deber que termina con nosotros enviando correos mientras ya están poniendo las noticias de las nueve. Esta situación la viví de verdad por primera vez cuando llegó la pandemia. Era un cliente muy grande, un proyecto nuevo, un popurrí de personal interno del cliente y varias consultoras, y un Teams con cuyo tono de llamada llegué a tener pesadillas. El ingrediente nuevo en este caso era el teletrabajo. Había incertidumbre en lo que se refería a las reuniones de equipo en remoto, pero terminar viendo cómo las limitaciones espaciales ya habían desaparecido, todo era mandar convocatorias a cualquier hora, incluso sin comprobar si había conflictos o no con otra, para conectarse a una videollamada. En ese mismo proyecto, por cierto, un día en la cafetería, alguien comentó que había que tener cuidado de no dejarse arrastrar por la espiral de trabajo y engancharse a ese ritmo en el que sientes que debes dar más y resulta complicado poner freno a todo lo que se nos viene encima, queriendo dar la talla y ser productivo. Lo curioso es que, quien dijo tal cosa estaba, desde mi punto de vista, metido de lleno en esa espiral.

La clave está en el punto medio

No nos confundamos, vamos a estar de vez en cuando en estos dos extremos. Para apreciar el descanso, hace falta haberse estrujado el cerebro antes, y para poder hacer algo con ganas, es necesario haberle cedido temporalmente el control completo de nuestro cerebro al mono de los platillos (lo cual es muy positivo de vez en cuando). Dado que solo sería posible ganarse la vida bajo el liderazgo de este mono si nos toca la lotería, o somos muy hábiles para fingir estar produciendo, y no queremos ser como esos trabajadores super ocupados y estresados que jamás llegan a tiempo a la función del colegio de sus hijos, tendrá que haber algo en el medio que pueda valer. A nivel profesional, es más factible y común terminar en el lado derecho de nuestro medidor imaginario de manera permanente. En un par de ocasiones me encontré ahí, donde el tiempo vuela y no sabes cuál es el momento para cortar, porque al terminar esto hay que hacer aquello otro, y revisar unos documentos, y comunicar lo realizado a ciertas personas que seguro que se irán más tarde que tú, y claro, eso queda mal. De alguna manera, todo está pensado para que nos quedemos más tiempo dándole a la tecla, igual que pasa en los casinos con las tragaperras. Por suerte nunca he estado enganchado a los juegos de azar. Pienso que el saber cortar esa dinámica en caso de vernos envueltos en ella es clave, y no tiene que ver con las habilidades de cada uno, sino más bien con la manera de ser, y sobre todo, con las ambiciones que podamos tener. Desde luego, creo que esta dinámica, productiva, no es. La verdadera productividad, por raro que parezca, no es ir permanentemente con el pedal a fondo. Más que nada, porque si algo va mal, a quien le toque pulsar el botón que activa la trampilla bajo nuestros pies, no le va a temblar la mano, y después nos quedaremos con la sensación de que todo ese tiempo tratando de sacar tanto trabajo, ha sido en vano.

A ver, tampoco voy a venir de gurú de nada porque no me va ese rollo, pero le he dado unas cuantas vueltas al tema de medir de alguna manera cómo ser productivo de manera sana, a falta de tornillos que apretar. Ya no me voy a meter en aspectos que enturbian cualquier trabajo como la falta de priorización, donde todo es importante y urgente, o tener a un responsable que ante la incapacidad de liderar, recurre a la microgestión, respirando en nuestra nuca como nuestros hijos en el asiento de atrás preguntando cada cinco minutos si ya hemos llegado a la playa. Simplemente, me quedaré con algunas pautas que al menos a mí me funcionan, y considerando además que la productividad no es solo lo que hacemos de 9 a 6, sino que incluye también a nuestra vida personal. Y no, nada de rutinas mágicas levantándonos a las 5 de la mañana con nuestro zumo detox, 20 minutos de ejercicio, una ducha fría, media hora de lectura y un cuarto de hora de meditación. Bueno, la meditación sí. Este rollo de que si madrugas y mantienes tus rituales, terminarás triunfando porque a primera hora de la mañana estamos a tope de energía y hay que aprovecharlo, seguro que hace vender libros y trae visitas a YouTube, pero no lo veo viable al menos en mi caso, ni en el de nadie que tenga familia. Además, el hecho de que ciertos triunfadores siguen estos hábitos no quiere decir que el éxito venga si empiezas tu día cuando las aceras están sin poner. Habrá cientos de personas exitosas por ahí que se levantan más tarde y pueden ser igualmente productivas.

Volviendo al asunto del principio de este apartado, y relacionado con estas supuestas recetas mágicas de la productividad, incluido el modo monje (en el cual casi es necesario cortar lazos con la sociedad y aislarse para conseguir avanzar a pasos agigantados en cualquier proyecto), a mí, al menos, me resultarían agotadoras y contraproducentes. Lo importante en términos generales, para mí, es ir combinando temporadas de intenso trabajo, y estando fuera de nuestra zona de confort (porque es la manera de progresar) con otros ciclos de ir a medio gas, donde puedo dedicar algo de tiempo a autoformación y tareas más ligeras. Cuando consigo esto, suelo tomarme todo con ganas. Pero cuando solo hay posibilidad de estar nadando, como cuando un niño está aprendiendo y saca la boca a duras penas para respirar, entonces termino quemado y mi productividad cae en picado.

Total, que creo que va siendo el momento de exprimir todo este rollo y convertirlo en algunas recomendaciones que si bien puede que no os encajen del todo, al menos seguro que son amenas de leer. Veremos cuántas salen.

Nada de estirar el día

Al menos de manera permanente. Las cuarenta horas están para respetarlas. Suena obvio, pero no lo es tanto. Nuestra capacidad de concentración no dura todo el día. De hecho, es bastante limitada. Durante las ocho horas de jornada (y esto está estudiado) somos realmente productivos durante unas cuatro horas y media. Con esto no quiero decir que solo debamos trabajar esas horas. El resto del tiempo haremos tareas necesarias, pero que no dan como resultado algo de valor. Correos, llamadas, reuniones, o lo que sea. Así que, en vez de estirar como un chicle la jornada, un par de bloques de dos horas sin distracciones deben ser suficientes para avanzar en el proyecto que quiera que tengamos entre manos. El enemigo de esta recomendación son las reuniones. En las empresas suele existir la costumbre de juntar a todas horas a personas para hablar de temas y muchas veces no sacar nada en claro, así que en la medida de la posible, juntarlas todas para poder trabajar hará que el día se sienta productivo de verdad y a la hora que toque, cerramos el portátil y a otra cosa, sino pasará que llegará un domingo en el que nos corra un sudor frío por la espalda pensando en lo que vendrá el lunes.

La lista de deseos

Los niños saben con bastante certeza lo que se encontrarán junto al árbol de Navidad el 25 de diciembre. Nosotros deberíamos saber lo que tendremos que hacer en la medida de lo posible. No podemos coger todo lo que se nos pase por delante o nos encarguen. Recordemos la espiral del trabajo sin fin. Para poner en práctica este punto hace falta ser algo riguroso con nuestro tiempo y decir que no a veces. Antes, la verdad es que era bastante desastre con estas cosas, pero tras mucho tiempo sintiendo que no llegaba a nada, aprendí poco a poco a poner límites en cierta medida. Tengo mis listas y pizarras hechas en Notion, donde cada vez que sale un tema, creo una tarea. Cada día me pongo con las que creo que me dará tiempo a hacer y nada más (acordado con mi responsable, claro). Luego el día ya se rellena solo con las tareas superficiales. Esto hace que sepamos cuándo cortar y nos iremos sabiendo que hemos hecho progresos.

Proyectos personales

Algo comenté en este post sobre la variedad. No es saludable tener nuestra cabeza solo en el trabajo, ni en ninguna otra cosa de manera exclusiva. Eso vicia la mente y merma nuestra capacidad. Podar bonsáis, hacer ganchillo, pintar cuadros, escribir unas memorias, yo qué sé. Siempre hay manera de encajar algo que nos guste de verdad, aunque no nos paguen por ello. Ya bastante ayuda con hacernos olvidar las presiones del día a día y hacer viajar a nuestra mente a cualquier otro lugar.

Dormir y celebrar

Por haber, hay muchos puntos que se pueden mencionar, pero tampoco se trata de aburrir al personal. Nos paguen o no por lo que hacemos, es bueno festejar cuando se consigue algo, por pequeño que sea. Es algo que mi psicóloga me recomendó también, y como sabe más que yo de estas cosas, habrá que hacerle caso. Unas cañas, una comida o un buen café con un trozo de tarta son más que suficientes. Son esos caramelos que nos ponemos a nosotros mismos por el camino para hacerlo todo algo más estimulante. Son las galletas de premio que comen los perros después de hacer algún truco. Por esto decía que este post no es para quien solo vive para trabajar. Ellos no necesitan galletas ni caramelos porque trabajar ya es su recompensa.

No me quería olvidar de lo más obvio que es dormir. Más o menos voy a dormir a la misma hora, y trato de ajustar mis horas de sueño para descansar lo necesario, pero nada más, y así aprovechar las mañanas. Luego toca abrir el portátil y trabajar, seguido por mis otras responsabilidades no remuneradas. Pero además de controlar que no arranco el día habiendo dormido 5 horas, porque no sería persona, y eso acorta la vida con total seguridad, el sábado duermo sin despertador. Es como ese día «trampa», que quienes hacen dieta usan para comer bollos, hamburguesas y kebabs. Supone un necesario reseteo de todo, y puedo asegurar que cuando me ronda por la cabeza cualquier cosa que no sé como resolver, descansar en condiciones o simplemente no hacer nada, hace que la solución aparezca en mi cabeza más pronto que tarde. Para mí, esto, junto con todo lo mencionado anteriormente, es la verdadera productividad.

Valora este artículo

Promedio de puntuación 0 / 5. Recuento de votos: 0

No hay valoraciones todavía. Sé el primero en puntuar.