Vamos a apuntar alto hoy. Alto, pero a la vez, hacia dentro. Por el título casi podríamos decir que estamos ante una historia de terror, y en parte no estaríamos equivocados. Pero solo desde el punto de vista de que la temática está relacionada con entidades difíciles de identificar y localizar, pero que, de manera recurrente, nos suponen una limitación, o un estado mental que está lejos de ser el deseable.
Antes de hablar de los monstruos, dediquemos un momento a la buhardilla. Comentando con mi mujer el título de este post, pensé al principio en emplear el sótano, pero considerando que todo va a ocurrir en nuestra mente, me propuso mover a estas criaturas a la parte alta de la casa, para que el simbolismo fuese más acertado, y acepté. Esta buhardilla es, como iba a decir, no una de esas que tiene una escalera luminosa para acceder, y una vez que entras está todo bien ordenado, con ventanas abatibles, su sofá, una biblioteca, y un ambiente agradable. No, estamos hablando de esas que salen en infinidad de películas, donde para acceder hay que tirar de una cuerda atada al pestillo, en cuyo extremo tiene una pequeña bola, y que para alcanzarla, los niños tienen que saltar, subirse a una silla, o a otro niño, y que tras tirar, se despliega una escalera. Naturalmente, dentro todo está oscuro, hay maderas astilladas, telas de araña, un pequeño ventanuco, y un mar de objetos que hace años que no se usan, cubiertos por sábanas. Podemos incluir también una lámpara de aceite para que el ambiente sea el que todos estáis imaginando, aun viviendo en el siglo XXI.
Como es natural, los monstruos del título viven aquí. ¿Dónde sino? El sótano tampoco era mala idea, pero en nuestro caso, vamos a pensar que está nuestro coche y un pequeño pero apacible trastero. Además, estos monstruos no aparecen de la noche a la mañana, naturalmente. De la misma manera que el musgo, que puede llegar a crecer en las juntas del balcón o terraza, tardan en aparecer, tanto en este caso como en el que nos ocupa, son fruto de que se den ciertas condiciones, y del paso del tiempo. Por si quien esté leyendo esto se lo está preguntando, todos tenemos alguna de estas criaturas en nuestra buhardilla, que puede ser cualquier cosa entre un Gremlin y un Xenomorfo (las criaturas de la película Alien). Y la manera en la que estos monstruos interactúan con nosotros puede variar también. Puede ir desde que al meternos en cama escuchemos algún ruido extraño, hasta que alguno de ellos se nos presente en persona o incluso nos persiga todo el día. Pero también cabe la posibilidad de que decidamos abrir esa trampilla en el techo por nosotros mismos, y vayamos a ver qué hay arriba para hacer un poco de limpieza. Eso es exactamente lo que estoy haciendo con la ayuda de mi psicóloga, a la que mando un saludo desde aquí si me está leyendo. Y dado que recientemente hablamos de estas criaturas etéreas, y me comprometí a identificarlas, además de que estas palabras sirvan como desahogo y entrenamiento literario, me sirven para hacer mis deberes también.
Cabe destacar que la plantilla de monstruos puede no ser siempre igual. Alguno puede desvanecerse (aunque es raro), y otros estar gestándose en esa locura de recuerdos, pensamientos, o miedos, muchos de los cuales ni somos conscientes de tener. Esa es la parte compleja de todo esto. Podemos saber lo que estamos pensando conscientemente, como lo que estamos cocinando cada día, pero en el subconsciente o incluso debajo de él (o encima, en este caso) hay otro lugar en donde los posos de nuestras vivencias, educación recibida, momentos amargos vividos, o cualquier otro evento relevante, fermentan, y generan ese caldo de cultivo en el que eventualmente surgen nuestros monstruos (o demonios).
El caldo de cultivo
Así como no hay un buen guiso sin un buen caldo, tampoco hay unos monstruos indecentes sin un caldo de cultivo, y éste varía de persona a persona, porque los orígenes pueden ser muy distintos. Encontrar estos orígenes es lo más importante y complicado que se debe hacer para empezar a poner orden en nuestra buhardilla.
En mi caso particular, al menos, lo tengo muy claro. El origen, o mejor dicho, el alma mater de mis monstruos es mi relación con mi madre. Y vamos a aclarar un poco esto porque así de primeras suena bastante impactante. Todos tenemos nuestras peculiaridades o taras, si queremos llamarlo así. Lo que pasa es que algunas son inofensivas (siempre en el contexto de nuestras figuras paternas), como que sean un poco obsesivos con la hora de volver a casa, o qué sé yo, que te inciten a ir a misa los domingos, pero otra cosa muy distinta es cuando alguno de tus progenitores tiene rasgos de personalidad narcisista, lo cual incluye un nada interesante paquete de tácticas para relacionarse con su círculo más cercano, tratándolos como herramientas para conseguir lo que quiere. Por supuesto, en el círculo más cercano de una persona con este rasgo de la personalidad, están sus hijos. No me voy a extender ahora en este tema, pero lo haré sin duda en un post dedicado. Lo que quiero decir con esto es que la manera en la que cualquier persona es criada tiene mucha más relevancia de lo que parece, y por eso con frecuencia siento hasta miedo pensando en la manera en la que educo a mis hijos, sabiendo lo que puede ocurrir si no lo hago como se debería. Todos hemos escuchado decir a alguno de nuestros abuelos que los árboles hay que enderezarlos cuando son pequeños para que crezcan rectos. Pero este popular dicho no cuenta con que, quien educa, puede tener una percepción distorsionada de la realidad, y para ellos el árbol está creciendo perfectamente cuando en realidad está creciendo bastante torcido. Después, en la edad adulta, hay que hacer un trabajo bastante duro para, ya no deshacer el entuerto, sino aprender a vivir con él.
Lo peor de los narcisistas es que no saben que lo son. Alguien que es adicto a la bebida, puede mentir a los demás, o a sí mismo, pero sabe lo que ocurre. Los narcisitas creen que todo lo que hacen está perfecto, no sienten jamás la menor culpa, ni tienen empatía, y recalcan tanto hacia fuera del círculo más cercano lo maravilloso que es todo, como machacan mentalmente a esas personas de las que tanto presumen. Todo bastante contradictorio y probablemente agotador, al menos desde la perspectiva de alguien que no es narcisista.
Una de las muchas cosas que ocurren cuando eres hijo de alguien narcisista es que creces pensando que nada de lo que haces está bien. Al narcisista no le interesa eso, porque si sus hijos tienen autoestima, van a querer tomar decisiones, probablemente rebatir argumentos, y ya hablando de cosas más importantes, hacer su vida, y en ese caso no podrían sentir esa maravillosa sensación de que su descendencia está detrás de sus faldas y rindiendo pleitesía. Así a todo, lo normal es que la misión de mantener a tus hijos como rehenes fracase estrepitosamente y todo se empiece a romper. En cualquier caso, el mal está hecho. Y mi mal, mi caldo de cultivo, el que ha dado lugar a que floreciesen molestas criaturas en mi buhardilla, es la falta de autoestima y la inseguridad. Si alguien se pregunta como se siente todo esto, es como ir por ahí con el gorro y las pesadas hombreras que Piccolo usa en Bola de Dragón, aunque a día de hoy he aprendido a llevar estas prendas con orgullo. De manera figurada, y aunque no lo parezca, me dan cierta ventaja, porque aunque el proceso de aprender a convivir con estos lastres es bastante agotador, una vez que se coge cierta soltura, los problemas parecen menos problemas. Casi se me olvida algo importante. Un subproducto de la inseguridad y la falta de autoestima es el miedo. Digo subproducto porque al no creer en lo que haces, y pensar que eres un absoluto cero a la izquierda, aunque uno no quiera, se ejercita el miedo a muchas cosas. A tomar decisiones, a que alguien se moleste contigo, a no dar lo suficiente… Y en parte, el maestro Yoda tenía razón cuando explicaba eso de que el miedo termina llevándote al lado oscuro. Si no se controla ese miedo, fácilmente puede desembocar en frustración, y esa frustración se va avinagrando, dando lugar a una mente de todo menos estable.
Vale, no nos desviemos más. Creo que se entiende bastante bien el origen de mis monstruos, que por desgracia ha fermentado demasiados años sin tratar de poner remedio. Lo que hace complicado, al menos en mi caso, detectar que algo no va bien, es que creces con la persona que resulta ser el origen de todo. Y cuando creces en estas condiciones, consideras que todo es normal. Nuestras figuras de apego lo son todo para nosotros cuando somos pequeños, y no se nos ocurre cuestionar si lo que hacen o dicen está bien o mal. Pero llega ese día en que, o vas por esa vía en la que te conviertes en un rarito de 40 años que vive en casa de sus padres, o haces lo que resulta más normal y edificante, que es hacer tu vida, y como comentaba antes, todo se viene abajo. Evidentemente, y tratándose de alguien narcisista, no se puede mantener el nivel de contacto de siempre. Resultaría muy perjudicial y tenso, además de ser fatal para el corazón.
Lo que está claro es que todo ese cóctel de inseguridades, baja autoestima y miedo ya se han implantado, haciendo que las conexiones neuronales se hayan adaptado de esa manera, y en el día a día, mientras vamos nadando de un lado a otro, un tentáculo nos agarra de un pie y empezamos a hundirnos. Esta metáfora representa lo que le comentaba a mi psicóloga hace poco. Hay ciertos desajustes que hemos conseguido arreglar. Antes nadar no era del todo factible, pero ahora ya puedo hacer largos. Sin embargo, un día normal, sucede algo, o escucho algo, o veo a alguien, o sueño con algo, o simplemente algo se me viene a la cabeza, y en vez de ser un mal momento, mi cabeza se va por un barranco y normalmente hasta no dormir y resetear la cabeza, no vuelvo a ir por el camino por el que debería. Así que, en fin, aquí van mis deberes. Veamos qué criaturas habitan ahí arriba, y bajan a molestar de vez en cuando.
El monstruo de la insatisfacción
Quizás sea el que más presente esté ahora mismo, en esta etapa tan gratificante pero inevitablemente agotadora mental y físicamente como es la de los niños pequeños. Aunque no sea necesario decirlo, es algo irrepetible, y que seguro que cuando hagan su vida echaré de menos el caos casero de las mañanas, perseguirlos por el pasillo, y el constante desorden. Pero es indudablemente duro, y en circunstancias normales y sin comodines de los familiares, es un auténtico encaje de bolillos que hace que uno deba al universo tiempo cuando el día llega a su fin. Lo que haces, en resumidas cuentas, es cole, trabajo, comida, más trabajo, parque, cena y cama. Encajar casi cualquier cosa no es tarea fácil, y menos las tareas derivadas por mi actual preferencia por la escritura en cualquiera de sus variantes, las cuales soy incapaz de practicar en 15 minutos que pueda sacar en un tiempo muerto. Por lo que fuera, se me ha metido en la cabeza hacer algo que fuese mío, que hubiese creado con estas manos, además de todo lo que debo hacer de base, que es dedicarme a desarrollar mi carrera profesional, lo cual me da ingresos, y cuidar de los míos. Esto responde a una necesidad de no hacer solamente lo que va en el paquete básico, como queriendo demostrarme a mí mismo que tengo capacidad para crear, sin pensar siquiera en motivaciones económicas.
Alguien dijo una vez que si querías hacer algo, no esperases a que tus hijos creciesen, y ya fuese para bien o para mal, tomé ese consejo, por la sencilla razón de que si puedo tener la inercia aunque sea a duras penas, a medida que vaya teniendo más margen, ya habré hecho el trabajo complicado. Por eso he entrenado mi cuerpo para ir a dormir pronto y levantarme pronto también, tratando de aprovechar la tranquilidad de ese momento antes de que la maquinaria del día a día empiece a funcionar. Hago esto siempre con las expectativas en mi cabeza de escribir un trozo de un capítulo, una entrada para el blog, o hacer un esquema de una trama consistente, esperando que cada día se produzca un avance que haga sentir que en lo referente a mis proyectos personales, las tareas están al día. Pero como es normal, no todos los días ocurre eso. Es más, ocurre pocos días. A veces el avance es poco, o nulo, o no tengo la mañana, o el miedo hace que no me arranque con una idea por si sale un churro. Entonces, se acaba el tiempo reservado para, en este caso, escribir, pero podría ser cualquier otra cosa. Y el monstruo de la insatisfacción abre la trampilla, baja correteando por el pasillo y se me planta delante de mí. Me dice cosas como que no tengo ni idea, que pierdo el tiempo intentando hacer algo para lo que no estoy preparado y que ganaría más durmiendo más tiempo, porque esa idea absurda de un día publicar un libro, o tener una lista de suscriptores relativamente larga, nunca llegará. Lo peor de los mensajes de este monstruo es que a veces no desaparecen durante el día, y queda un extraño eco que todavía puedo oír la mañana siguiente. Se manifiesta también a veces en el terreno profesional. Me dice cosas parecidas, como que a pesar de haberme dedicado más de 13 años a mi profesión, soy un completo inútil al lado de mis competentes compañeros. Esto nos lleva a nuestro siguiente miembro de la lista.
El monstruo del desempleo
El siguiente en la lista resulta tan absurdo como molesto. Los proyectos personales se pueden en cierto modo controlar, pero de lunes a viernes toca currar, y el mundo de la consultoría es un terreno un poco pantanoso en ciertos aspectos. Es lo que tiene el trabajo dentro de las tecnologías de la información. Explicaré lo que para mí es la consultoría, pero sobre todo, lo que no es en futuras entregas, pero por ahora puedo comentar cómo es en realidad. Al trabajar con lo intangible, se genera muchas veces el entorno perfecto para que quien tenga habilidad para escurrir el bulto, o empaquetar el trabajo a otra persona y de paso quedar bien con quien toca, se sienta como pez en el agua. Suena un poco fuerte, pero los estudios indican que los puestos de cargos de cierta importancia en las empresas, en cierto porcentaje tienen rasgos psicopáticos, esto es, carecen de empatía, y echarían a los leones a cualquiera con tal de prosperar. Esto lo he visto varias veces ya. Olvidémonos de esa imagen de psicópata que tenemos todos en mente gracias al cine y a la televisión. Esto es un tema puramente psicológico. Otros, sin tener estos rasgos, simplemente desean ascender por esa escalera de poder que muchas veces lleva a ninguna parte.
A lo que voy es a que no es complicado encontrar a algún que otro tiburón, ante quienes el arma más eficaz es estar mentalmente curtido y saber llevarlos por donde toca. Nada de enfrentamientos directos. Por desgracia, aunque ahora empiezo a estar más preparado, durante mucho tiempo no lo estuve, y en épocas en las que mi caldo de cultivo hacía chup-chup y estaba muy intenso, me crucé con algún que otro responsable que no supe llevar. Juntemos eso con el entonces omnipresente síndrome del impostor, y entonces te conviertes en un blanco fácil. Debo confesar que ahora mismo agradezco haberme topado con jefes así, porque es la única manera de crecer en materia de habilidades sociales en el terreno laboral, por llamarlo de alguna manera.
Con este planteamiento, y habiendo asimilado que moverme de un proyecto a otro no sería algo raro, en momentos de estar definitivamente descontento, tocaba tirar fichas en portales de empleo, tomando a veces decisiones apuradas, porque mi mente pensaba que debía escapar a algún sitio donde mi incompetencia no fuese tan evidente y poder vivir tranquilo. En momentos como estos, el monstruo del desempleo, alimentado por un exagerado y ya mencionado síndrome del impostor, aparecía lleno de energía ante mí. Sus mensajes eran parecidos al primer monstruo de la lista, pero en este caso me decía cosas como «Después de esto nadie más te querrá contratar», «Es una vergüenza que no sepas esto, o aquello, después de todo este tiempo», y dentro de un proyecto, cada vez que mi jefe me pedía audiencia, llegaba el clásico «Ya se ha descubierto todo, ahora es cuando te echan». Y todo esto, generado por la inseguridad, que provoca ansiedad, y esto más inseguridad, entrando en la espiral de la agonía. Es verdad, como he dicho, que la época dorada de este molesto compañero ya pasó, o eso creo. Va a depender mucho de dónde caiga uno, con quien me relacione, y sobre todo, de la capacidad para pasar de todo, que es por lo general, el mejor antídoto de todos.
El monstruo de la familia
Por último, pero no menos importante, y para sorpresa de todos los afortunados que formen parte de una familia donde solo reine la paz, el amor y la comprensión, tenemos al monstruo de la familia. Este sigue acechando a pesar de que en su día pusimos tierra de por medio al irnos de mi ciudad natal. El haber crecido en un entorno marcado por el narcisismo y sobre todo, la manipulación, graba a fuego patrones de pensamiento que resultan bastante negativos, y dejan a uno con las defensas bajas. No hablo de anticuerpos. Hablo de la fortaleza para poder defender la dignidad de uno, de decir que no cuando es necesario, y sobre todo, de tirar millas por el camino que uno ha elegido como adulto, le pese lo que le pese a cualquiera, incluida especialmente la familia cercana.
Estas defensas son anuladas desde muy temprano. Las armas de alguien narcisista y manipulador no son evidentes, y por supuesto, no incluye la agresión física. Es la suma de cientos de pequeños actos, de gestos, de sutil sugestión para que sin decir directamente a, en este caso, tu hijo, que haga algo, o que no lo haga, se colocan todas las piezas dispuestas para que cuando él las vea, sepa que si no va por el camino de baldosas amarillas, se va a quemar los pies. Esto me sucedió desde que tengo uso de razón, y no he sido consciente hasta mucho más tarde. Podría decir que hace relativamente poco tiempo. Es como ver una película en donde crees que entiendes todo, pero llega un punto que sucede algo y entonces ves todo lo ocurrido con otros ojos, como descubriendo la verdad. Me recuerda a La cabaña en el bosque, donde además, hay monstruos. Maravilloso ejemplo. Por culpa de este monstruo, o gracias a él, empecé a visitar a mi psicóloga hace un tiempo ya. Luego nos metimos con el segundo monstruo y ahora diría que estamos empezando a atacar al primero.
Lo que convierte a este monstruo el más molesto de todos es que es el primigenio. Puede que sea el padre de los otros dos, y de cualquier otro que pueda aparecer a futuro. Podría considerarse incluso un monstruo con varias cabezas, como el adorable dragón de la imagen asociada a este post. Y se ha ido gestando muy poco a poco en un entorno familiar en el cual todos debíamos orbitar alrededor del miembro narcisita, por el cual todas las decisiones debían pasar y a quien todo el mundo debía pedir explicaciones. Padres, hijos, cónyuge, y cualquiera que apareciese en escena.
Con el tiempo, y con muchos tíos, primos y demás familia con quienes perdí contacto porque no estaban dispuestos a rendirse a la reina de la manipulación, las mentiras y los desprecios, después de que tomase la decisión de cortar lazos con el origen de mis problemas y de haberme marchado a hacer mi vida en paz pensando que todo estaría arreglado, el monstruo de la familia apareció. Las visitas a mi ciudad natal, y sobre todo, cuando había posibilidad de encontrarme con mi madre, eran origen de una tensión y estrés tremendamente molesto. Implicaba el amargo sentimiento de verme a mí mismo con miedo de debatir lo que fuese con cierta persona, como si esta tuviese poderes mentales sobre mí. Es sentirse pequeño, frustrado y cabreado al mismo tiempo, con el pensamiento distorsionado de que jamás tendría la razón en nada y llevaría siempre las de perder. Supongo que ese es el objetivo último, aunque inconsciente, de un narcisista manipulador, y la manera en la que esta persona convierte a su círculo más cercano en rehenes y marionetas.
Dragones y mazmorras
No todo iba a ser presentar a los jinetes del apocalipsis. Para ser justos, me siento en la obligación de explicar lo que para mí es una manera eficaz de neutralizar a estas aberraciones mentales, ataviados con nuestro casco, escudo y espada de caballero. Trataré de mencionar puntos lo más genéricos posibles, porque las recetas de una persona rara vez encajan a todo el mundo, y además, he expuesto a los monstruos que ahora mismo residen en mi buhardilla, pero puede que no se parezcan nada a los tuyos.
Lo primero de todo, y esto no puede fallar, es buscar un psicólogo. Uno bueno siempre. Pasa como con el colchón o los zapatos. No se puede escatimar con las cosas serias. Que no me entere que te dejas la pasta en el gimnasio cada mes porque necesitas evadir tu mente de esos temas que te atormentan, pero no te gastas un dinero en que alguien te ayude a procesar lo que quiera que esté atascado en tu cabeza. El deporte ayuda, pero sigo pensando que es precisamente eso, una ayuda, y no una solución. Pero oye, haz deporte siempre, si tienes margen. La oxitocina nunca te va a defraudar. Lo importante es ser consciente de que si hay aspectos que hacen nuestra vida poco llevadera, hay que solicitar ayuda. Por suerte creo que ya no estamos en una época en la que existe la creencia de que quien va al psicólogo está como una maldita cabra. Es más, puede que acabes así si no lo haces.
El segundo punto, o paso, es dedicarse tiempo a uno mismo. Cuado digo a uno mismo no me refiero a estar constantemente ocupado con actividades (incluido el gym) con la intención de hacer el mejor provecho posible del tiempo. Eso más bien es escapar de uno mismo. A lo que me refiero es a aprender a estar con uno mismo, que es más importante que aprender a estar con los demás. Es muy útil para ver que hay en nuestra cabeza, y puedo asegurar que no tenemos ni idea. No solo hablo de meditar un rato cada día, sino de simplemente dar un paseo por ahí, coger una hoja de papel y dibujar, o escribir lo que se te venga a la cabeza. Se está perdiendo el arte de aburrirse, y esto es bueno para muchas cosas. Se nos ocurren ideas creativas, desconectamos de todo, y a veces, incluso se pueden llegar a identificar monstruos.
El último punto es quizás un poco más específico, pero no quisiera dejar de comentarlo, y podríamos llamarlo «reconectar«. Cuando nos convertimos en adultos y hacemos nuestra vida, es habitual perder el rastro a amistades o familiares, pero para mí, ha habido un factor adicional, que es en esencia, haber visto como, por culpa de enfados y disputas sin sentido (la mayor parte provocadas por mi madre) hacia la familia de mi padre y a gran parte de la suya propia dejé de compartir tiempo con quienes, como he dicho, pasé mi niñez. Por eso, y desde hace ya unos años, vengo tratando de recuperar parte del tiempo perdido, y manteniendo contacto con todas aquellas personas que mi madre se encargó de alejar. Es algo que me ayuda en varios aspectos, pero el más importante es relativizar todo lo ocurrido, y a ver que no estoy loco, como quien dice, ni solo. Es muy útil para acallar esa voz interior que me sigue diciendo que soy el culpable de todo. Además, es una agradable sensación sentir que estoy volviendo a colocar todo en su sitio, dentro de esta buhardilla, por la que seguro que van a seguir pululando monstruos que, aunque probablemente nunca desaparezcan, cuando bajen las escaleras, en vez de achicarme ante ellos, puede que haga como si nada, o incluso, les invite a un café.
Deja una respuesta