En toda organización que se precie, siempre, pero siempre, siempre, llega el momento en el que esta adquiere cierto tamaño, y es entonces cuando se genera una extraña nebulosa que sienta ciertas bases, o comportamientos, o guías de actuación que vienen a definir los límites que nadie que tenga un mínimo interés en prosperar en dicha organización, debe rebasar.
Luego esa nebulosa va permeando en quienes han echado raíces, pero a la vez, despegado los pies del suelo, y desde su trono en un luminoso despacho desde cuya terraza pueden echar un cigarro, adoctrinan a aquellos que quieran desarrollar su carrera profesional en la organización, y que, en caso de que estos compren, se convertirían en sus ojos, oídos, o cualquier otro sentido que fuera necesario en los diversos proyectos existentes y así, controlar a los que van a hacer el trabajo de verdad.
Con esto, ¿qué quiero decir? ¿que los directivos en las compañías son una especie de villanos que se meten en los bolsillos unos variables majos cada año para renovar el SUV de alta gama o comprarse un piso en Torrevieja? Pues quizás sí, pero no es el punto. El punto es que es peor el loco que sigue al loco que el mismo loco, como sugería Obi-Wan en el episodio IV. Estos son quienes han dejado atrás la idea de hacer lo que se debe hacer, o lo que es justo, y nunca pondrán en duda o pelearán nada por nadie, si eso hace peligrar un mínimo su posición en la compañía, aunque sepan que no hacen lo que su conciencia les dictaría en caso de que les quedase alguna. Esta figura representa, como habéis deducido, a los perros del régimen.
Tal como lo he pintado, parece que las compañías son una especie de secta. Más que eso, digamos que interviene mucho el ansiado poder. El sentirse importante por ir a tomar café o jugar al pádel con el gerente, o reír unos chistes malos en la fiesta de Navidad que, tristemente, harán más por el crecimiento profesional que haber dado en el clavo y resolver unos problemas importantes, haciendo que el trabajo avance mucho más rápido.
Mis más sinceras disculpas si con todo lo dicho parece que soy un anarquista exaltador, pero tengo una visión idílica de las compañías en la que la gente ayuda a la gente, y las cosas se hacen porque son más prácticas y lógicas (además de rentables), y esta visión rara vez la encuentro allá donde voy, o se aprecia solo en algún que otro entorno reducido, que normalmente suele ser limado poco a poco por fuerzas mayores, ya se entiende.
Lo más interesante y paradójico de los perros del régimen, en mi opinión, y basándome en la observación, es que suelen ser personas que no se han movido demasiado, o nada, y a pesar de eso, tienen una elevadísima percepción de sí mismos, y naturalmente, respuestas para todo. Me recuerda al síndrome del cuñado, pero aplicado específicamente al entorno laboral.
Los mayores filósofos con los que me he encontrado, a los que solo les falta la túnica y la barba larga y gris, no recuerdan lo que es tener el CV actualizado, porque realmente no lo necesitan para nada. Solo necesitan promulgar el discurso oficial. No cuestionar. Poner una cara con los compañeros y otra con sus responsables, o incluso dar mensajes distintos cuando convenga. Porque lo más importante para un perro del régimen es seguir recibiendo galletitas de premio de sus amos e ir a dormir cada noche estando seguros de que su puesto no se verá comprometido por nada ni por nadie.
En cuanto a cómo lidiar con este perfil, pues es muy sencillo. Hay que seguir la corriente, y mostrar conformidad para no hacer que salten alertas rojas en su mente canina haciéndoles ver que hay peligro de pensamiento independiente que ponga en tela de juicio el relato oficial, que suele venir camuflado como cultura corporativa e historias por el estilo. Ojalá supiera aplicar estas sencillas reglas a mí mismo, porque me ahorraría unas cuantas discusiones, pero, por otro lado, nunca viene mal poner a esta gente algún que otro reto. No va a ser todo coser y cantar.
Como se me da por darle vueltas a las cosas, me pregunto a veces el motivo por el cual alguien se deja poner gustosamente el collar (en el ámbito que sea, porque fuera de la oficina se puede dar el caso también). El motivo por el cual alguien se puede sentir un temible lobo, vagando libre por el bosque cuando en realidad es un caniche con un arnés hortera con su nombre en una chapa, es a veces un misterio. Supongo que el buscar refugio sintiéndose protegidos por los amos u otros perros, y sabiendo que teniendo su beneplácito comerán golosinas caninas les hace sentir algún tipo de poder que no deja de ser la ilusión generada, como decía un antiguo compañero mío, por tener una visión muy limitada del mundo.
Aquellas personas que he tenido el placer de conocer en los proyectos en los que he estado y por quienes he sentido respeto (e incluso admiración), han sido siempre (y no es casualidad), personas que se han movido, y han acumulado experiencias variopintas que les han ayudado, como a mí, a tener una perspectiva más amplia del mundo laboral, y del mundo en general. Ni que decir tiene que estas personas tienen olfato para detectar a las distintas razas caninas que pululan por ahí. Naturalmente, dado que la experiencia es un grado, la visión de cómo son las cosas lo es también. E igual que sucede con todo ese asunto del síndrome de Dunning-Kruger, conocer más, hace pensar que no tenemos ni pajolera idea, y después me encuentro, a mis años, con temor de hacer las cosas mal, habiendo pasado unas cuantas ya en estos últimos dieciocho años.
Aunque puedan sonar peligrosos, los perros del régimen, que no son otra cosa que títeres políticos, no son especialmente peligrosos. Solo quieren su cojín calentito y galletas para perro. Si se les molesta, pueden hacer algo de escándalo y algún amo con algo de poder puede meter mano y se puede liar la cosa. Pero hacerles un par de carantoñas de vez en cuando es suficiente para que sigan meneando el rabo alegremente, y nosotros, con lo nuestro.
Lo realmente importante para mí es ejercitar el sentido crítico, y aplicarlo cuando toque, aunque duela. Eso genera, como es natural, tiranteces, porque es algo que siempre ha sentado mal en entornos con discursos oficiales, donde, por supuesto, abundan los canes. Al final, aplicar la lógica, para no empezar a sentir como nos crece el rabo, nos salen pezuñas y hocico, parece que no compensa porque nos va a hacer tomar desvíos que parece que van a terminar en un barranco, pero al final, resulta que se llega a lugares interesantes. A mí, al menos, me ha compensado.
A pasarlo bien!





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