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Hace ya que no saco nuevo contenido, pero eso en parte es buena cosa. Significa que estoy acumulando inspiración e ideas de las que realmente quiera hablar. Puede que con la misma, una de estas semanas dispare más de una vez. Típico de las almas libres, ya sabéis. Y de una suerte de almas libres vengo a dar la turra hoy.

Quizás, la mentalidad de mercenario sea aplicable al plano laboral, pero realmente puede ponerse en práctica en el mundo de las relaciones personales, o cualquier otro.

Al menos en mi caso, crecí con la romántica idea de que todo debe irse construyendo poco a poco, afianzando contactos, amistades, jefes, o cualquier otro tipo de relación. Hagamos una excepción con parejas, si es algo serio, naturalmente (siempre que haya algún mínimo compromiso con formar una de esas familias tradicionales que claramente están en desuso). Sobre todo, si hay niños de por medio.

Si hacemos una analogía con obras de ambientación medieval, probablemente, la visión de cómo deberíamos ser, concuerda más con la del caballero con su reluciente armadura, espada en el cinturón, capa impoluta y a lomos de un corcel, de camino de la guarida del dragón para acabar con él e ir al siguiente, y entre medias, volver al castillo a rendir pleitesía al rey, y entrenar a nuevos caballeros. Hay una especie de fortaleza invisible que quizás se espere obtener cuando ciertas relaciones se forjan poco a poco, cual herrero dándole duro al martillo contra el metal al rojo vivo, sudando la gota gorda al lado del fuego de la fragua.

Al final de todo este proceso, lo esperado es una espada perfectamente alineada, un filo impecable, unas filigranas en los laterales, y una magnífica y cómoda empuñadura para salir a acabar con los dragones de los que hablaba antes.

El problema es que en muchas ocasiones, después de haber empleado mucho tiempo en un puesto en una empresa, o en una relación personal, sea cual sea, todo resulte ser un fiasco, y las expectativas que había puestas en dicha empresa, terminen tiradas por el suelo, y solo pensemos en ir a por la fregona para arreglar el desaguisado.

Esto me recuerda a cuando echábamos partidas en casa de un colega, llevando nuestros PC’s de sobremesa y conectándonos en red local con un router. Solíamos reventarnos con partidas de Unreal Tournament, pero alguna vez se nos dio por probar la estrategia. Soy pésimo en esos juegos, porque soy pésimo con la estrategia en general. El juego era «Total Anihilation the Core«. Y decidí apostar por construir un robot enorme que me costó la tira de tiempo y monedas, confiando en que mi Megazord saliese al campo de batalla a destrozar las tropas enemigas como si fueran mondadientes. Lo que naturalmente ocurrió, fue que saqué a mi creación a repartir cera, duré un suspiro, y no jugué más a ese juego.

Definitivamente, es la edad lo que hace que el punto de vista del caballero descrito anteriormente vaya mutando y se parezca más bien a un mercenario. Pero no de esos que van por ahí haciendo fechorías y cargándose a gente. Simplemente, todo evoluciona hacia una mentalidad de no casarse con nadie (nuevamente, exceptuando a la unidad familiar. Que no me entere que se pone eso en peligro, que luego nos vamos a la mierda).

Ya he comentado más de una vez seguramente, que cuando hablo con cualquiera de más de 60 años, suele contar batallitas de cómo tras años trabajando en la misma empresa, el patrón le pagaba más porque demostraba que trabajaba bien. Eso, querido lector, está ya en peligro de extinción, si no se ha extinguido ya. También yo quería creer esa historia hasta hace dos telediarios. Pensaba, equivocadamente, que la mejor opción para forjarse una reputación siempre sería hacer todo diligentemente, cumplir con las expectativas de los superiores, y a cambio, cada año, por Navidad, con la revisión salarial, el aumento llegaría para hacer frente al IPC, y de paso para salir a cenar por ahí algún día más al mes. Bueno, lo de cumplir, hay que hacerlo. Tampoco nos pongamos anárquicos.

En lo laboral, y esto es algo que pega muy bien en 2024, la vida está cara. La vida con hijos, más cara todavía. Y ese rollo de la lealtad, el crecimiento en la compañía, (que suele ir acompañado de rascar espaldas), las promociones, y otros caramelos que son colocados estratégicamente para mantenernos ocupados persiguiendo el Nirvana, no da de comer.

Confieso que tengo la suerte de llevar ya un tiempo en el sector de las TIC, y puedo decir que hay una cantidad indecente de oferta, al menos en este momento. Puede que no todo sea suerte después de todo. Nadie tiene tanta. Pero también hay que decir que es un sector con mucho movimiento, rotación, y cambios por todas partes. No es como empezar a trabajar en la gestoría del barrio en la que fácilmente tus compañeros se conviertan en casi tu segunda familia porque diría que es una profesión en la que no se aprecia la locura de los trabajos asociados a las tecnologías de la información. Por lo tanto, tampoco nos podemos encariñar con nadie, como en las películas tipo «Destino Final». En algún momento, todos irán cayendo (menos la animadora y el capitán del equipo). Por lo menos, en proveedores de servicios.

Y habrá quien piense: Ya, pero el ambiente de trabajo es también muy importante. Lo es, efectivamente, pero tampoco se puede saber a ciencia cierta que se va a mantener por lo dicho previamente. Y donde uno está feliz, el de al lado se está tomando pastillas para dormir cada noche.

A estas alturas de la película, sigo haciendo lo de siempre, que es, llevarme de cada proyecto en el que me meto a algún contacto de calidad. Alguien con quien haya trabajado bien y que lo considere alguien con criterio y sin tintes de piratería. Lo que no hago es pensar en las horas a mayores que haré para que mi jefe vea lo comprometido que estoy, y me suelte unas monedillas más.

Como le digo a todo el mundo, solo quiero hacer lo mío y que me paguen por ello, y siempre tener claro que, a más experiencia, menos hay que pensar en llegar a guardia personal del mismísimo rey, mirando a todos por encima del hombro por haber llegado a ese puesto, cuando quizás, las monedas de oro que son entregadas a final del mes son mucho menores que las que perciben otros que han visitado varios reinos ya.

Esta es la mentalidad del mercenario (repito, en el buen sentido) que estoy adquiriendo, quizás influenciado por el rollo de escribir, que viene asociado a otra mentalidad más solitaria y bohemia, que ayuda bastante en esta conversión de caballero a mercenario.

Las relaciones personales son un poco de lo mismo. Somos animales sociales y estamos pensados para relacionarnos con otros, pero cuando esto sucede de manera muy continuada y se rascan las capas superficiales de cada relación, fácilmente se descubren aspectos que no encajan como deberían, y no es raro que las cosas se tuerzan. Quizás esto lo piense yo porque soy un sibarita social, quién sabe.

Como decía el personaje a quien daba vida el actor Dean Norris en la serie La cúpula, basada en una novela de Stephen King, «quien pasa demasiado tiempo en un sitio, empieza a hacer cosas raras«. Y no puedo estar más de acuerdo. Eso sí, la serie es bastante regulera.

Habrá quien ahora crea que soy alguna especie de antisocial en la cuarentena. Lo segundo, no lo puedo negar por motivos cronológicos, pero lo primero, no. Como a todo el mundo, cuando llevo mucho tiempo apurado sin poder hacer mucho de mi vida social, quedar con alguien, sean o no de este selecto grupo que he ido recolectando durante años, es liberador. Pero voy mucho más a mi bola de lo que iba hace años. Me importa menos lo que se crea de mí, y soy más consciente de que se curra por pasta y no hay vuelta de tuerca. No me canso de decir que admiro de alguna manera a quienes, después de diez años o más, le pregunto:

— Oye, ¿Qué tal todo?

Y la respuesta es:

— Pues ya sabes, aquí todo como siempre, sin novedades.

Este hecho me hace ver ahora, después de haber descargado mi cabeza de estas revolucionarias ideas, que estoy a punto de sacarme el carnet oficial de mercenario.

Para terminar, quisiera que todo lo dicho hasta ahora se considere mero entretenimiento. No quiero decir que actuar como Bron, de la serie Juego de Tronos sea lo mejor. Tampoco se puede elegir, supongo. Todo depende de lo cómodos que estemos, el miedo que nos dé lanzarnos a la piscina de la incertidumbre, donde el agua siempre está fría, y donde a veces tragamos agua, pero en donde puede aparecer de todo. También cosas muy buenas.

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