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Hubo un tiempo en el que gente con mucha ocurrencia, era capaz de calcular la circunferencia de la tierra con un palo y una cuerda. Hubo también civilizaciones que como no tenían smartphones, pensamos que no se enteraban de nada, pero tenían conocimientos de astronomía que a muchos ya les gustaría tener hoy. Hoy, gente con un smartphone super potente en el bolsillo y Google Maps para por la calle a paisanos para saber cómo llegar a un sitio que está a un minuto de distancia. La pregunta obvia sería: ¿Nos estamos atontando?. La respuesta corta seria un «si». Pero no estamos aquí para respuestas cortas. Esas son muy aburridas.

Confieso que es realmente complicado no atontarse hoy. Demasiados elementos que solo dan de comer gominolas a nuestro cerebro en vez de fibra y brócoli. Ya sabemos, sobre todo, lo que la otra caja tonta de bolsillo nos ofrece. No me olvido de la IA, por supuesto. No se puede hablar de tecnología y atontamiento sin mencionarla. El último truco de marketing para vender desde un portátil o un móvil a una lavadora, que sin entender lo que implica, todo el mundo quiere, como en nuevo iPhone. Lo siento, tenía que decirlo, y sé que gente a la que aprecio a pesar de que tenga iPhone no se ofenderá.

Hay dos cosas que querría comentar con respecto al tema de las IA, que aplica a cualquier historia tecnológica que se nos venga a la cabeza. Una de ellas es mi sensación al ver el anuncio del Samsung Galaxy S25 ultra, que quien le quiera echar un ojo primero, aquí lo dejo. Resulta que centenares de desarrolladores han creado Gemini (o cualquier otra herramienta similar), y lo que nos propone la gente de Samsung es usarlo para comprender lo que pone la etiqueta del vestido de lentejuelas de la chiquilla. Mi parte favorita es:

Chiquilla: ¿Puedo ponerlo en la secadora?

Gemini: La etiqueta dice «no».

Brillante. Nuestras abuelas no tenían ni que mirar la etiqueta. Tenían tal callo en la vida en general que se iban al lavadero público del pueblo con el jabón Lagarto y todo quedaba perfecto. Siendo justos, no sé cuántos vestidos de lentejuelas habrán limpiado, pero se entiende la idea.

Ciertamente, a este paso, Skynet lo va a tener muy sencillo si quiere dominar el mundo. Realmente no tendríamos mucha oportunidad. Entre que hasta para sumar dos mas dos se usan IA’s y que la gente se cree que Brad Pitt o Jennifer Aniston están perdidamente enamorados de ellos/as y que necesitan unos miles de euros que más adelante les devolverán, realmente pienso que estamos bastante vendidos.

El punto dos es una especie de continuación del primero. Aun no siendo consumidor de cualquier cosa que llegue a mi TV por el cable de antena, que cada día veo como menos necesario, hace poco en un medio de esos convencionales hablaban sobre un estudio llevado a cabo por científicos en el que comparaban las ondas cerebrales de quienes, para escribir una historia inventada podían o no emplear herramientas tipo ChatGPT, Gemini o cualquier otra, y como no podía ser de otra manera, el uso prolongado de herramientas de este estilo hace que las redes neuronales se vayan «atrofiando» poco a poco, y con lo vagos que somos, que hasta para sumar 2 mas 2 preguntamos a un algoritmo, los mundos para lelos pueden florecer sin complicaciones.

En el fondo quiero advertir sobre el uso moderado de cualquier elemento que piense por nosotros o directamente evite que podamos siquiera pensar (esto último me preocupa un poco más), porque quiero creer que cuando al fin me pueda jubilar en algo más de dos décadas (o puede que tres), tenga la suficiente energía para dedicarme a escribir novelas en el porche de mi casa al amanecer con una taza gigante de café mientras la chavalada cotiza como si no hubiera un mañana. Porque habrá un mañana, supongo. Con esto no digo que no tenga fe en las nuevas generaciones. Creo que ha habido un bajón en alguna generación de progenitores que no sé que habrán hecho pero más de una y de diez veces he visto a sus descendientes entrevistados en el típico informativo (del cual tampoco nos podemos fiar en exceso) diciendo que la cosa estaba muy mal, y que no había forma de quedarse en la ciudad y tener un trabajo y bla, bla bla. Probablemente consentir a tope en esta era donde se han cavado infinidad de agujeros mientras echamos una partida al Candy Crush o nos hacemos un selfie y no nos damos cuenta que al dar un paso más, no habrá nada debajo de nuestros pies.

Vale, vale, todo esto suena a abuelo cebolleta. Será la crisis de los cuarenta y dos, yo qué sé. Pero parte de las ideas comentadas no son ninguna broma. Quizás esté últimamente con mi crisis de los cuarenta y dos y me preocupe en exceso tener una mente despierta y ejercitar mi sentido crítico, además de hacerle caso a mi yo más interior, que es de quien más uno se puede fiar. La realidad es que cada vez que veo en una cafetería a parejas haciendo scroll en sus móviles en vez de mirarse a la cara (o pensar en tener hijos para así no poder fijarse en el móvil) más pienso que cosas básicas y primitivas como charlar se están perdiendo. También me cuesta cada vez más separar el grano de la paja con la gente, y más visible es ese rebaño que cada día tiene más miembros, y que estoy seguro de que cada vez que compran lejía en el supermercado, sacan una foto a la etiqueta del dorso y le preguntan a Gemini si se puede beber sin problema.

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