Definitivamente, somos seres que tropezamos en la misma piedra una y otra vez. Tantos avances, tanto progreso, tantas inteligencias artificiales, para después dejar de lado la inteligencia «natural», y llegar al final de nuestros días lamentándonos siempre de las mismas cosas. Hacemos lo que yo con algunas asignaturas en la facultad. Llegar el día antes y leer apresuradamente las cosas que pensaba que eran más importantes esperando que cayesen en el examen. Tenemos tendencia, como humanos que somos, a retrasar lo menos agradable, que suele ser además lo más complicado. Pero suele ser lo que más duele al final no haber hecho.
La publicación de hoy viene motivada por algo que leí más de una vez acerca de esas cosas que personas de muy avanzada edad o que por otro tipo de enfermedad, sabían que el final estaba cerca, lamentaban mirando hacia atrás. Me parece un buen ejercicio pensar sobre estos puntos, porque a fin de cuentas, todos llegaremos al final del camino, y ya bastante duro será como para encima sentir que hay cosas que ya no tienen remedio. No es que haya un top cerrado, pero sí que leyendo un puñado de artículos al respecto, hay varias cosas que se repiten con bastante frecuencia, como por ejemplo:
- Hacer cosas para complacer a los demás en vez de hacer otras por iniciativa propia.
- Haber tenido el valor de expresar los verdaderos sentimientos
- Haber trabajado demasiado duro
- No haber mantenido el contacto con los amigos a lo largo del tiempo
- Permitirse ser feliz
Y la lista podría ser más larga, pero diría que estos cinco puntos son los más recurrentes, así que los tomaré como base. Por no hablar de cada uno en particular y sacar un patrón en su lugar, diría que la idea común, aunque desde distintos puntos de vista, es pensar más en los demás que en uno mismo. Haciendo esto, trataremos de complacer a quienes nos rodean, a quienes no querremos incomodar con lo que podamos decir, y lo mismo aplicaría en el terreno laboral, en el cual queremos cumplir y agradar a nuestros superiores, muchas veces olvidándonos de nuestras necesidades o deseos. Y mientras hacemos todo esto, pensando que no tenemos derecho a dedicarnos tiempo a nosotros mismos, porque el sacrificio es necesario (aunque no sabemos cuándo terminará), el contacto con quienes eran gente cercana se va desvaneciendo con el tiempo.
Apostaría a que quien haya leído hasta aquí y que tenga más de treinta años, ya podría sentirse identificado con alguno de los puntos de más arriba. Algo tenemos que tener como especie que parece que, aun pareciendo que somos cada vez más egoístas, la realidad es que no dejamos de dedicar tiempo a cosas o personas porque creemos que todo tendrá un retorno en algún momento, o porque sencillamente es nuestro deber, nuestra responsabilidad. O porque nos gusta tener pasta o reconocimiento. Ese es un tema en sí mismo bastante interesante.
En este saco se pueden meter, por supuesto, los lazos familiares, uno de mis temas favoritos. Mantener una especie de «reputación» haciendo lo que se espera de nosotros puede parecer muy buena idea, porque la familia, dicen, es importante. Incluso aplica en entornos sociales no familiares. Encajar sería la palabra. Queremos formar parte de algo, y para conseguirlo amoldamos nuestros actos y palabras, esperando que nos consideren parte del grupo ya sea en un entorno social o familiar. Todo siendo algo que no somos. No suena muy prometedor.
A fin de cuentas, parece que todo el mundo hace lo que yo con mis exámenes pero a una escala infinitamente mayor, y sin repesca. Quizás esta lista de cosas que obviamente la mayoría no hace bien durante toda su vida podrían ser enseñanzas que se impartiesen en clase a partir de la ESO, por ejemplo. «Chavales, dedicadle tiempo a quienes merezcan la pena. No os flipéis con el trabajo que tengáis. Dignifica, pero puede quemar. Decid lo que penséis de verdad siempre, y ya sean familiares o amigos, tratar de agradarlos pensando que es para nuestro beneficio no es buena idea porque no va a suponer en absoluto nada positivo para vosotros.» Sería un buen mantra que asimilar, como cuando iba al instituto y los curas nos daban los buenos días cada mañana por unos altavoces que teníamos en clase.
No teniendo claras estas cosas desde el inicio, creo que una excelente marca sería darse cuenta de estas cosas en esta etapa dorada de la cuarentena y empezar a aplicar medidas distintas. Visto lo visto, la mayoría nunca se da cuenta de estas cosas, y marcharse a donde sea que vayamos cuando todo se termina con cosas pendientes suena una idea tan mala como irse a dormir con temas inacabados que nos corroen la cabeza.
Por temas que no vienen al caso, creo que mi manera de ver las cosas ha cambiado en los últimos tiempos. El trabajo, por ejemplo. Antes me martillaba la cabeza la idea de ser suficiente para crecer, mejorar, ascender, porque se suponía que es lo que había que hacer, y esa idea, en alguien inseguro es algo bastante latoso, por decirlo de manera fina. No he sido, hay que reconocer, alguien que se ha desvivido por ganar pasta a cualquier coste, y siempre he intentado evitar caer en cárnicas o lugares en los que tuviese la sensación de haber vendido mi alma completamente. Pero es que ahora mismo, habiendo conseguido experiencia, en vez de apretar el acelerador más para llegar a tener mi despachito en un rascacielos y una secretaria con minifalda, solo busco hacer algo interesante de manera eficiente, y apretando cuando sea necesario, porque el entorno agradable me motivará a esforzarme sin pensármelo dos veces.
Y este tema del trabajo es la parte sencilla. El tema personal y familiar es el complicado. Aprendí por las malas que nadie tiene carta blanca sobre mi. Digamos que cualquiera puede ser excluido del círculo de confianza, sin excepción. Hay relaciones muy estrechas que pueden causar efectos negativos a muy largo plazo, a veces para siempre, y en mi caso el efecto era, como le comenté a mi psicóloga, que creía no tener derecho a concederme cosas que me gustasen, porque no era merecedor de ellas. Como eso ya no es así, el último punto de la lista está tachado. La vida no es larguísima, pero tampoco es corta si se es consciente. «Festejo que no se hace, festejo que se pierde» sería la moraleja.
Si todo este rollo no te convence, tengas la edad que tengas, de que es hora de hacer los deberes, no sé qué es lo que haría falta. Muchas veces le pregunto a conocidos medio en broma, cuando están muy absorbidos por cosas que creo que no deberían, cómo se quieren ver en su lecho de muerte. Lo siento, el humor gallego es algo que no se puede apagar así como así. Si viendo pasar la vida delante de nuestros ojos nos vemos tecleando sin parar para llegar a tiempo para una entrega super importante año tras año y sonriendo a quienes no nos caen bien, quizás el tiempo no haya sido bien empleado, y ese sería el camino para que un día alguien nos preguntase de qué nos arrepentimos y responderíamos con los puntos mencionados al principio. No nos engañemos. Podemos decir adiós a este mundo por un puñado de motivos en cualquier momento, así que por si acaso, es mejor dar el salto con la lista de tareas despejada. No me quiero llevar trabajo extra al otro mundo. Solo faltaría.





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