Hace poco, en la Newsletter escribí acerca del significado de conectar con nuestra versión infantil, y la importancia de volver al origen de uno mismo, porque nos guste o no, siempre habrá una parte de nosotros mismos que se va a mantener inmutable hasta el día que nos vayamos de este mundo. Quien quiera que se lo envíe, pues solo hay que pedirlo. El caso es que estamos en esta época de inicio de curso independientemente de que haya niños o no, y como tal, es una época de cambios y de emociones, y las emociones son muy necesarias para que nuestro cerebro se mantenga en forma y no se nos reblandezca antes de tiempo.
Y recientemente, no solamente he hecho un viaje mental a mi juventud, sino también físico, porque he asistido a un evento de la promoción del ochenta y dos en el que todos hemos visto caras que en la mayoría de los casos hacía veinticinco años que no veíamos. Ya se sabe, eso que en las pelis yankis implica ir al salón de actos o al pabellón donde se hizo el baile de fin de curso con esmoquin y luces de discoteca, pero en donde, pasado el tiempo, el quarterback está gordo y calvo, y a la capitana del equipo de animadoras el tiempo la ha tratado de aquella manera. Bromas aparte, para quienes hayáis estado en ese evento, estáis y sois todos estupendos. Y ahora, me toca meterme en materia, así que me voy a poner musicote de la época y al lío. (no me imagino haber tenido que hacer esto dentro de veinticinco años poniendo reggaeton).
No es la primera vez que veo a antiguos compañeros. Una vez lo hice con los antiguos alumnos del colegio, y eso fue unos pocos años más tarde de terminar EGB. En esta ocasión tocó reencontrarse con la gente de BUP y COU, eso que a la chavalada le suena una cosa viejuna, y creo que ha sido algo muy inspirador quizás porque la etapa de los quince a los dieciocho años, en plena efervescencia de la adolescencia, todo se vivía de manera más intensa, y los recuerdos, al menos en mi caso, quedaron grabados de manera más profunda.
Lo que pensaba antes de llegar era que quizás, tras tantos años, seríamos todos unos extraños y a lo mejor el día no sería todo lo divertido que al final fue, pero nada más ver a la primera persona, supe que ese pensamiento lo podía tirar en la primera papelera que me encontrase por la calle. Es más, terminé charlando un montón con personas con las que hace veinticinco años no tenía apenas relación, y lo mejor de todo es que parecía que nos habíamos visto todos el día anterior.
Por poner un poco de orden en mis pensamientos, que me disperso fácil, empezaré con lo referente a que todo ha cambiado. Un cuarto de siglo es tiempo suficiente para hacer y deshacer muchas cosas. Sobre la base inmutable se van añadiendo capas. Quien más o quien menos ha experimentado hipotecas, relaciones de pareja variopintas, paternidad, trabajos, movidas familiares, éxitos, fracasos o cualquier combinación de los elementos mencionados y otros adicionales, de esos que irremediablemente toca experimentar cuando llegamos a cierta edad. No pensamos como antes, no vemos la vida de la misma manera. Nos hacemos preguntas para las que a lo mejor todavía no tenemos respuesta. Nos hemos curtido de una u otra manera como quien afila un cuchillo concienzudamente durante horas.
En contraste con esta idea, y relacionando con lo que cierto compañero me comentó el sábado, ese día estábamos para sacar nuestra versión primigénea, la que no tenía las capas que se fueron generando durante años y años, y eso es la parte más importante de todas. Cavar un poco en nuestro ser y llegar a ese núcleo que se forjó en su día y que nos acompañará para siempre, y entonces, junto con las personas con las que crecimos y modelamos nuestra mentalidad, recordar anécdotas y hacer lo mismo que hacíamos entonces, y olvidarnos un poco de todo lo que vino después. Al menos en mi caso.
La verdad es que (ahora quitando todos los filtros), entre las risas de cuando comentábamos las barrabasadas que hacíamos, nos dimos cuenta de cómo ha cambiado el patio. Éramos (perdón por la expresión) un poco cabroncetes. Hacíamos cosas por las que hoy estaríamos a lo mejor en un centro de menores, y al mismo tiempo, los profesores que aplicaban contramedidas bastante contundentes, podrían terminar en un juicio, o al menos salir en las noticias del mediodía en la sección de sucesos. Pero ahora, no existen estúpidas rencillas ni rivalidades. Las capas que están por encima de lo que no cambia ni cambiará jamás sirven para homogeneizar todo, y quedarnos simplemente con lo bueno. Ha sido interesante ver a qué se dedica cada uno, quién se ha quedado en la ciudad y quién no, si hay o no familia, y en esencia (y esto ya empezó a suceder antes del evento) volver a unir a personas que solo se distanciaron por el mero paso del tiempo y las inevitables responsabilidades que fueron apareciendo por el camino.
Todos hemos creado a lo largo de los años nuevas redes de contactos, amigos del parque por tema niños, o antiguos compañeros de trabajo. Pero sé que de hacer una comida de antiguos compañeros de un trabajo que hubiese tenido hace diez años, no sería ni de lejos tan divertido como ver de nuevo a los zumbados con los que hacíamos tropelías que por suerte ya habrán prescrito. Y no lo sería, repito, porque pasar tiempo con las personas con las que hemos compartido esa franja de edad tan importante, que nos convirtió en quienes somos hoy, de alguna manera, une. Y quien no opine esto, que lo ponga en los comentarios.
Sé que los aludidos en esta publicación, que habéis nacido en los ochenta tenéis el don de la paciencia y sois capaces de leer más de cinco minutos (no como la juventud que solo mira shorts y se toma unos Yatekomo hechos en el micro en menos tiempo de lo que se tarda en leer todo esto), pero no quiero alargarme demasiado y voy a ir cerrando la disertación. Quienes tengan la ocasión de hacer un reencuentro con sus compañeros del colegio / instituto, no lo dudéis, hacedlo. Al resto, que nos hemos visto hace unos días de haber publicado estas palabras, ha sido inspirador hacer ese viaje a los orígenes. Hay que fortalecer nuestra versión que ronda los dieciocho años, porque es con quien debemos compararnos para tener una idea de si nos va la cosa bien o mal, para quien se sienta perdido. Aunque alguno lo niegue, siempre vamos a querer volver de alguna manera, aunque sea un rato, a esos tiempos en los que la mayor responsabilidad que teníamos era llegar a casa a la hora acordada y no suspender los exámenes, y comprobar que todo sigue donde lo habíamos dejado.
Ha sido todo un poco apresurado, pero de camino a casa me vino a la cabeza el título y al igual que pasa con las lentejas, las ideas hay que servirlas en caliente porque luego se enfría todo y ya sabemos qué pasa. Además, este blog está exclusivamente para escribir sobre cosas que me pasan por la cabeza y este evento removió cosas en mi mente que debían ser procesadas y plasmadas en palabras. Si volvemos a hacer algo similar, prometo volver a escribir.
Hasta otra, guapetones.





Deja una respuesta