Por fin. Uno de los temas en los que soy un hacha. Un Master and Commamder. Un absoluto genio en la materia. Y da gusto dar la turra cuando se habla de algo de lo que se tiene el suficiente conocimiento. Porque puedo afirmar a los cuatro vientos que no me siento como un impostor sintiéndome como un impostor. Además, estadísticamente, y no siendo un cuñado, probablemente ahí fuera haya más como yo. En ese caso, tranquilos. Os mando un fuerte abrazo, y esta pequeña, y espero que elocuente disertación.
Empezaré diciendo a todo el mundo, incluido yo mismo, que el hecho de pensar que estamos en un lugar que no nos corresponde porque, por algún azar del destino, alguien se ha equivocado y nos ha dado un puesto que nos queda grande, ya de por sí suena absurdo. Lo más frecuente es que cumplamos los requisitos pero haya otros candidatos que por A o por B, o porque ha dicho algo al entrevistador que le ha gustado en especial, nos quedemos fuera. Pero ser unos absolutos inútiles y que alguien nos de un cargo y encima nos pague cada mes, eso solo lo consiguen los hermanos, mujeres, maridos o parientes del político de turno. Ya sabéis, como David Sánchez, que curra en Badajoz pero es más de Portugal. El resto de los mortales no jugamos con esas reglas. Y además, ellos duermen la mar de tranquilos cada noche chupando de los impuestos de todos nosotros.
Aún sabiendo todo esto, al menos yo no puedo evitar pensar que a mi alrededor, cualquiera es un absoluto genio, y yo soy el becario que no se entera de por donde le llueve. La pregunta es, cómo narices hacer para no tener ese poco agradable sentimiento. Y la respuesta puede que esté en ponernos en extremos para que nos demos cuenta de que probablemente estemos en ese lugar que nos merecemos, y no lo sabemos ver.
Uno de los extremos son los mencionados adictos a a mamandurria con sus 50k o más anuales por no hacer ni el huevo, que claramente no creen ser impostores. Serán narcisistas o lo que sea, pero gente con el síndrome del impostor, no. Y luego están los que se ven envueltos en embolados como el que voy a contar a continuación.
Ya soy un experto
La mayoría de estas anécdotas me suceden yendo o volviendo del colegio, obviamente, porque si no estoy haciendo eso o comprando en el super, estoy currando en casa, y es en esos momentos de sociabilización cuando se escuchan estas historietas.
Pues resulta que una tarde nos encontramos con… llamémosle Oscar. Un saludo, Oscar, que te enviaré este enlace para que lo leas. Pues este hombre, se dedica a temas de IT como yo, y en las consultoras pasan cosas raras. Son los entornos en los que se aplica la regla de que si sabes un 0,5% de algo, ya sirve, porque se espera que la gente a la que le vendes el producto, o a quien asesoras sobre el mismo, va a saber un 0%. Simple.
Pues resulta que Oscar (perdona si digo cosas imprecisas) estaba en llamada con su responsable y alguien de un cliente, y salió a relucir el nombre de una herramienta, y el cliente quiso saber si tenían conocimiento de la misma, porque necesitaban implantarla, o algo así. Y el jefe le dijo al cliente delante de Oscar que por su puesto, que él era la persona indicada, ya que tenía suficiente experiencia. Pues ese 0,5% de conocimiento, Oscar lo adquirió en ese momento. El momento en el que escuchó el nombre de la herramienta por primera vez, y momento en el que seguramente abrió Google para, al menos saber que leches era aquella cosa, en mitad de la llamada.
Naturalmente, en esa tesitura, siempre hay que tirarse el moco. No se puede romper la magia negra del momento llevando la contraria a quien cuenta las fábulas, porque todo se iría al traste. El posible contrato, la relación con el cliente, y de Oscar con sus jefes. Así que él afirmó que claro, que por supuesto, que tenía la suficiente experiencia para afrontar la implantación, soporte o lo que fueran a hacer después.
Y las cosas van así, estimados lectores. En el etéreo mundo de las TIC, la gente parece convertirse en expertos de lo que sea como Neo en Matrix aprendiendo Kung-Fu, pero sin una descarga de datos masiva a través de un dispositivo en la nuca. En el mundo real, basta con decirlo en alto.
Las buenas noticias
Confieso que después de haber tenido esa interesante conversación con Oscar, que luego derivó en otros derroteros, me paré a pensar, y me pregunté de qué manera se me ocurría sentirme un impostor. No por temas de honor ni mucho menos, sino porque esa idea solo hace limitar nuestra proactividad, y hacernos creer que somos los becarios que acaban de salir de la carrera.
Evidentemente, no se puede caer en la soberbia, que sería el extremo opuesto, pero ambos son perjudiciales de una manera u otra. Tendré que preguntarle a Oscar sobre cómo se desarrolló todo después, pero probablemente terminó aprendiendo sobre la marcha, como pasa muchas veces, y todo habrá salido bien. Y con esa referencia, la pregunta que hago al posible impostor de pensamiento que esté leyendo esto es: ¿Tiene sentido que creas que eres una ameba y que los demás sean unos absolutos genios, cuando estadísticamente muchos de ellos tendrán menos idea? Ya que soy uno de ellos, responderé, que no tiene maldito sentido. El 80% de lo que se necesita para que nos vaya bien es tener disposición y ganas, pero sobre todo, no pensar que hay que hacer todo perfecto y aprender a cagarla con el mayor estilo posible. Lo demás lo puede hacer cualquiera. Con esa idea hay que empezar todos los días.
Nos vemos!





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