Advertencia: Los hechos que se van a contar a continuación son cien por cien reales, por raro que parezca. Ciertas referencias temporales han sido omitidas, y los nombres que puedan aparecer serán ficticios, por si acaso. No vaya a ser que alguien ate cabos, aunque tampoco sería un trauma. No me estoy inventando nada tampoco.
Echaba de menos estas publicaciones en las que simplemente cuento cosas surrealistas que me han pasado, y con las que, con un poco de suerte, puede que alguien se ría un poco. Yo a día de hoy ya me río de estas cosas, a pesar de haberlas vivido en primera persona, y como siempre recalco, en el a veces surrealista mundo de las consultoras tecnológicas, todo es posible, en este caso, por desgracia.
La oferta menguante
La lógica nos dice que cuando optamos por cambiar de trabajo, como poco, hay que mantener condiciones salariales, pero si acaso mejorar en otros aspectos para compensar. Idealmente, de todas maneras, siempre que sea posible, saber lo que nos correspondería por experiencia, el país en el que estamos y otros factores, siempre se puede aprovechar para ajustar. Tristemente, en España, en la mayoría de los casos, la manera de cobrar más suele ser irse a otro lado. En este caso, sin embargo, algún tipo de magia negra ocurrió y la lógica se fue por tierra.
En cierto momento, sentí la necesidad de escuchar lo que el mercado ofrecía, porque en esencia, no soportaba trabajar con mi responsable en un proyecto de implantación. Como se me da fatal hacer la rosca, solo me quedaba la opción de buscar suerte en otro lado, y descolgué el teléfono. Era como la cuarta vez que me llamaban por si me interesaba el proyecto, y eso debió de darme mal rollo, pero simplemente pensé que no era sencillo encontrar perfiles o cosas por el estilo. Total, que dadas las circunstancias, tampoco es que fuese un proceso de selección super complicado, y sabía lo necesario para poder irme con ellos.
Pasada la entrevista técnica, llegó el momento de hablar con el gerente de proyectos que negociaría conmigo. Vamos a llamarle Jorge. Pues Jorge me dice que me quieren hacer oferta, y mi mente despistada daba por sentado que como poco, conservaría mis condiciones, pero no. La oferta era un 25% inferior a mis condiciones en ese momento. Ojo, que no hablo de un 5% menos, sino de un cuarto menos.
Para resumir esta parte, que no es la más sangrante (aunque cueste de creer), después de decirle educadamente que prefería seguir aguantando a mi responsable que empobrecerme humillantemente, siguieron insistiendo, y subieron la oferta, aunque sin igualar lo que tenía, y después de una segunda negativa, se sacaron de la manga un complemento por proyecto y mil eurillos que recibiría a final de año si pertenecía a la empresa todavía. Seguía cobrando un poquillo menos, pero por la diferencia ya me compensaba pirarme, y terminé por aceptar, sabiendo que no estaría para siempre en un sitio en el que tienen la jeta de ofertarte mucho menos en lugar de dejar ir al candidato deportivamente.
El peaje mágico
El proyecto nuevo implicaba ir a las instalaciones del cliente todos los días a unos 40 minutos en coche, y aunque parezca mentira, se pagaba el kilometraje y el peaje que había en el trayecto. Naturalmente, todo previa presentación de los tickets.
Pues aquí llega el último y más espectacular truco de Jorge. Como me quejaba todavía de que no me igualaban las condiciones, me comentó fuera de cámaras un truco. Como yo tenía un dispositivo Via-T, tenía un pequeño descuento, y Jorge sabía esto. Me comenta entonces (guiño, guiño), que la empresa no sabía cómo yo me las apañaba para llegar hasta el cliente, y el kilometraje se pagaba igualmente, y además, si iba en coche y usaba el Via-T, pero paraba en el peaje para coger el ticket físico como comprobante de pago, en este ticket no figuraba el descuento. Con esto, en lugar de pasar los tickets digitalizados, podría plantar una pila de tickets en papel a final de mes por un importe ligeramente superior al que me costó a través del Via-T.
Increíble ¿eh? . Pues con esos sencillos y accesibles consejos de alguien digno de su posición como gerente, ya podría más o menos compensar ese pequeño desfase entre mi antiguo salario, para el cual no tenía que hacer malabares ni triquiñuelas logísticas de dudoso carácter moral, y el que tenía en ese momento, compuesto por un salario base inferior + complemento de proyecto + bonus de final de año + magia negra con tickets y desplazamientos.
Está claro que siempre pude haberme negado a embarcarme en esa aventura, porque en el fondo fue elección mía. Lo de los desplazamientos, eso sí, no me lo esperaba para nada. Pero las circunstancias no eran muy favorables y prioricé mi salud mental por encima de otras cosas, y por una temporada cumplió su misión. Ahora mismo estoy bastante contento de estar donde estoy, y eso probablemente no hubiera ocurrido de no haberme metido en fregaos como este anteriormente. ¿Mereció la pena? Claro que sí.
Con todo, ya sabéis. Si os pasan cosas como éstas (que seguro que las hay más bizarras todavía), que sepáis que, como comentaba antes, en la consultoría todo es posible. Pero si podéis no jugar a averiguar dónde está la bolita, mejor.





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